AUSCHWITZ Y OTRAS COSAS

El 27 de enero se cumplían 68 años de la liberación de Auschwitz por las tropas soviéticas el mismo día de 1945.
Ya que el 90% de las víctimas lo eran, Auschwitz se convierte en el símbolo del exterminio por los nazis de seis millones de judíos. Tras 68 años, una Europa que no acaba de asumir su culpa da voz con demasiada frecuencia a quienes desde un relativismo estúpido se empeñan en comparar a Auschwitz y a su primera víctima, Israel, con otras cosas, con otras causas, con otras gentes que nada tienen que ver. El exterminio judío del que Auschwitz es el símbolo máximo es de tal entidad que dio lugar a la necesidad de un vocablo nuevo para designarlo. Winston Churchill se había referido a él como a uno de los 'crímenes sin nombre' y es el jurista judío polaco Raphael Lemkin quien en 1944 le dio un nombre: genocidio. Un término que la ONU adopta y define en el 48, identificándolo con el atentado contra un grupo humano en cuanto tal.

Sólo el genocidio judío operado por la Alemania nazi pretende la eliminación de lo humano por el simple hecho de existir, porque al judío no se le quiere destruir por ser un oponente, ni por sus ideas, ni por su fe, ni por sus bienes, ni por su tierra ni por razón alguna más allá de su propio ser que se considera fuera de la raza humana. El ansia de su eliminación no conoce fronteras porque la Solución Final quiere eliminar a todos los judíos, y tampoco se detiene en la eliminación física de la vida industrialmente programada sino que quiere borrar de la faz de la tierra cementerios, lugares de culto, lengua, arte.

Nunca hasta Auschwitz destruir un grupo se identificó con destruir la misma humanidad, por tanto Europa debe asumir que su crimen no es ni remotamente comprable con nada.

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