LAS BODAS DE ORO DEL SANTUARIO DE FÁTIMA

n n nToda gran realización, toda gran empresa religiosa, requiere la existencia del hombre.
Ese hombre que sugiere la idea, matiza la concepción, perfila el programa y, tesoneramente, plasma ese proyecto en realidad. San Xoán de Piñeiro (Maside), hizo surgir en una primavera de 1915 al hombre que había de dar vida y consolidar después este ambicioso objetivo: construir un templo y un altar a la Virgen Blanca. Este hombre era don José Álvarez González, sobrio y virtuoso sacerdote, conocido en Galicia y en otros lugares de España por su predicación del evangelio, el Señor lo había ungido para eso y lo vivió de modo infatigable en su Parroquia de Fátima.

En las múltiples facetas de su apostolado mostraba predilección por la oración y escribía incansable sobre el amor a la Iglesia, a la Virgen, la sumisión al Papa y la docilidad a los documentos del Concilio Vaticano II. Los números dicen muchas cosas, pero ellos tal vez no midan cabalmente su grado de sacrificio individual, la lealtad, la continúa entrega, las jornadas interminables de los viejos tiempos, la iniciativa personal ante la escasez de medios; en fin, tantos y tantos aspectos cualitativos que no son susceptibles de plasmar en guarismos, pero que son suficientemente expresivos y elocuentes de su enorme calidad humana y de su finísima sensibilidad espiritual.

Evidente que los hombres pasan y las instituciones quedan, y por eso hoy los hombres y mujeres de esta espléndida realidad que es la Parroquia de Fátima hemos de retroceder en el tiempo para rendir el justo homenaje de emocionado recuerdo a este excepcional sacerdote: cordial, sencillo, bueno y profundamente humano, que supo amar apasionadamente a sus feligreses, convirtiéndose durante más de cuarenta años en su ejemplar figura señera. En estas efemérides de las bodas de oro del Santuario, al recordar entrañablemente a don José, elevamos una humilde y sentida oración por el eterno descanso de su alma.

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