EL CAFÉ COMO ÚNICO DISFRUTE

Me imagino la escena a través del bruñido cristal, o sentado a la mesa, como cualquier parroquiano tradicional y costumbrista, en una céntrica calle de esta ciudad o de cualquier otro rincón del país: la taza de café humeante en la mano derecha, balanceándose a intervalos de sorbos (soplos y miradas incluidos); en la izquierda, con la incomodidad de costumbre, el periódico, y el camarero que corretea entre las mesas con la bandeja en equilibrio, los cruasáns enfilando sus cuernos de una esquina a otra del salón; los pinchos de tortilla, bocadillos de lomo, beicon o calamares, haciéndose un hueco en el desayuno nacional, acompañand
Me imagino la escena a través del bruñido cristal, o sentado a la mesa, como cualquier parroquiano tradicional y costumbrista, en una céntrica calle de esta ciudad o de cualquier otro rincón del país: la taza de café humeante en la mano derecha, balanceándose a intervalos de sorbos (soplos y miradas incluidos); en la izquierda, con la incomodidad de costumbre, el periódico, y el camarero que corretea entre las mesas con la bandeja en equilibrio, los cruasáns enfilando sus cuernos de una esquina a otra del salón; los pinchos de tortilla, bocadillos de lomo, beicon o calamares, haciéndose un hueco en el desayuno nacional, acompañando las tertulias (unas más aburridas que otras) que las distintas televisoras transmiten desde primera hora de la mañana, en las que las crónicas de sucesos se imponen ante las diatribas políticas, desahucios, huelgas, precipitaciones abundantes, rachas de viento fuerte por el noroeste, y mucha publicidad.

Por otro lado (y no quiero polemizar con los fumadores), pero ahora los bares huelen a limpio, a suelo recién fregado, a porcelana estrenada, a ese perfume femenino que se queda en el ambiente aunque la dama se haya marchado hace rato; en dos palabras: Huelen bien. Será por esa razón que desde hace algún tiempo el café se saborea lentamente, con total placidez y deleite, primero se percibe el aroma por las fosas nasales y penetra en ese rincón del cerebro donde confluyen todas las sensaciones agradables, luego procedemos a llevarnos la taza a la boca y es allí donde se alborotan todos los sentidos al contacto con la lengua, porque el café es de los pocos placeres líquidos que no se puede tomar de un solo trago, como un vaso de agua, un güisqui o una cerveza; hay que ir poco a poco, sorbo a sorbo, como si no hubiera ninguna prisa por concluir ese encuentro matutino con el líquido oscuro, caliente y dulce que nos despierta, nos seduce y nos anima a seguir la senda del día.

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