PINTURA

Kiki de Montparnasse, la musa más atrevida

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photo_camera Kiki de Montparnasse, retratada por Man Ray en 1927.

Fue la modelo más celebrada entre la tropa de artistas que vivió el París de los años 20

 “Nu allongé”, 1929 de Sava Sumanovic

 Elegante, pizpireta, soñadora, buscavidas. Alice Ernestine Prin (Châtillon-sur-Seine, 1901; Sanary-sur-Mer, 1953), Kiki de Montparnasse, fue la modelo más celebrada entre una tropa de pintores con muchos de los cuales compartió espacio vital, en una  “Kiki” de Moïse Kislingépoca –años 20- donde mataban el hambre juntos y cimbrearon su cintura desnuda entre lienzos hoy memorables que engalanan las pinacotecas y colecciones privadas de medio mundo.  El París de los años 20 era un lugar de encuentro entre pintores y artistas, modelos y galeristas, marchantes de arte y vendedores de ungüentos para engalanar los lienzos. Todos, dispuestos a encontrar la eternidad y la gloria. En Montparnasse, aún sigue siéndolo hoy, se encontraba el mayor grado de concentración artística del universo. Desde lo más alto de aquel cerro, otrora atalaya de fertilidad agrícola, toda aquella legión vislumbraba los sueños a la par que París.

Kiki, de Kees Van Dongen Hoy sus nombres resuenan interestelares, pero en aquel París de entreguerras“Nu couché á la toile de Jouy”, 1922 de Tsuguharu Foujita la bohemia artística europea se dejaba llevar con la esperanza aún intacta. Todos, los jóvenes y los otros, peleaban por el mismo porvenir. La Rotonda, La Coupole, Closerie des Lilas, Le Dôme eran sus templos, cafés noctámbulos, donde además la musa Kiki se atrevía a mostrarse también como cantante insinuante y atrevida con la crudeza de unas letras cinceladas casi para el momento.

“Kiki”, 1920 de Julien Mandel. Foujita, Modigliani, Man Ray, Calder, “Kiki dans un bar”, 1930 de Brassaï.Kisling, Soutine, Samanovic, Mendjizki, Kees Van Dogen, Gwozdecki, Brassaï, Julien Mandel; Léger, con quien protagonizaría ocho de aquellas pequeñas piezas de la experimentación, “Le Ballet Mécanic”, de 1924. Todos, hoy célebres artistas, encontraron en aquella atrevida chica de provincias el antídoto perfecto a su inspiración y a las estrecheces de la moral. Ella era alegre, sensual, lo que necesitaban, 

una bomba de desinhibición que a todos seducía.Todos valoraban en su cuerpo agitado de belleza extraña, unas angulosas curvas, cuyas formas se aferraban al lienzo como con una estela antigua de erotismo.

 La vida no le resultó fácil. Ella encontró en aquel oficio de modelo pictórica la salvaguarda a una moralidad que quedó en entredicho cuando su madre, quien con 13 años la había recuperado de los abuelos, viéndola posar desnuda en aquellos atrincherados estudios, de sabor a humo, trementina y efluvios alcoholizantes, le gritó “puta”. No hubo misericordia de por medio ni perdón. Con 17 años y en la calle, no le quedaba otra que agudizar el ingenio. A partir de entonces aquellas miradas pícaras, las sonrisas insinuantes, y una rosa roja, cuando no un vulgar geranio entre los dientes, serían una especie de salvoconducto de vida. Muchos de aquellos pintores, miserentos como ella, serían también amantes casi de oficio. Ella misma, después de tantas horas al servicio de artistas, se reconvertiría en pintora. En 1927, cuando inauguró una exposición, todo el Montparnasse del artisteo estaría a su lado. Un día, en 1929, allí, en Montparnasse la harían reina, y ella lo celebraría entonando su voz de diosa destronada aguardando al alba con una copa de vino en la mano y la visión gozosa de siempre.

Amiga de Apollinaire, Cocteau, Einsenstein, a todos le explicaría sin demasiados preámbulos cómo era en sí el poderío del sexo, no el intelectual, sino el otro. La vida le enseñaría a vivir rápido; ella tenía personalidad y sabía proyectarse. Como cantante, en aquellos cafés, bares y locales nocturnos, muchos hoy templos de la devoción por los añorados años veinte, felices, dicen, que albergaban intelectuales, soñadores y crápulas, con y sin porvenir, Kiki desplegaba para ellos, entre volutas de humo y vapores etílicos, canciones picantes, fruslerías morales que enaltecían la entrepierna.

De Man Ray se enamoró con locura, fruto de aquel contacto, un ramillete de imágenes para la historia con la joven Kiki como protagonista. No fue una relación fácil, pero sí intensa, a mitad de viaje, ella se fue con un periodista a probar suerte en los USA y en la Paramount, una suerte que no llegó. A su vuelta regresó a Man Ray, fruto de todo aquello, el celebrado “Le Violon d’Ingres”, era el año 1924.

A Europa, París, la guerra le cambió los tiempos, a ella le pilló con un cabaret recién abierto y echado a perder. A su vuelta, nada sería igual. Muchos de aquellos pintores de corazón compartido se habían marchado, algunos para siempre. Aún así, a su muerte la lloraron todos, entre los que quedaban pagaron el entierro. 

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