Crítica

Un pórtico con sabor a jazz

Al rematar el concierto de Antonio serrano el público sólo tenía un vocablo en la boca, asombro; un adjetivo, asombroso. hasta la próxima, pórtico

La presencia del armonicista Antonio Serrano en un festival de música clásica como Pórtico do Paraíso pudiera semejar si no una “provocación” sí una intromisión en territorio ajeno. La armónica, un instrumento simple asociado a sonidos de las películas del oeste y al blues, podría alejar a parte del público más ortodoxo, al menos de entrada.

Si el universo del jazz es territorio permeable y cada vez más, la figura de Antonio Serrano es un caso único en la escena musical, un habitual ya sea en un espectáculo pop, clásico o flamenco.

Y uno no imagina fácil acomodo a un armonicista como Serrano en la esfera del clásico, no es fácil adaptar sonidos, ni reescribir música para un instrumento tan peculiar como el suyo, y aun así, "con todo el respeto y sin ofender a los presentes”, así lo hizo en el concierto del pasado domingo en el Teatro Principal, en el espectáculo de clausura del mismo, con un coqueto escenario lleno de seguidores del festival e incondicionales también de la esfera jazzística.

Si alguien se imagina un concierto de armónica de hora y media con la única compañía de un pianista podría -de entrada- pensar que se le aviene un tostón; en la mayoría de los casos sería lo más probable. Después de ver la experiencia de Alberto Sanz al piano y Antonio Serano a la armónica, cualquier duda semejante es pura ofensa.

A Antonio, servidor lo había visto en un par de ocasiones, hace demasiado tiempo. Hoy, el virtuoso músico de antaño no encaja en ningún territorio, su lenguaje es amplio, fresco, sorprendente, capaz de nutrirse de Gershwin, y a la vez encajar un palo flamenco, ritmos latinos, brasileños, como así lo hizo en el concierto.

Pretendía homenajear a sus maestros, a aquellos que le hicieron persistir en “un mundo tan complicado como el de la música”, y así fue. Larry Adler, Toots Thielemans, Paco de Lucía, al que acompañó 10 años. Y todo ello de la mano de un pianista que lo conoce y lo trata como si fueran uno, Albert Sanz. Nos dejó con la boca abierta.

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