Las plazas de abastos se reinventan

Huele a aldea cuando subes por las escaleras que comunican la Virxe da Cerca con el mercado de abastos de Santiago. Y lo que anticipa el olfato lo confirma la vista cuando se coronan los últimos peldaños. Sobre el mantel de piedra surgen cestas de mimbre y cajas de madera custodiadas por mujeres, la mayoría entradas en edad, que agradecen la agradable temperatura de la mañana compostelana.
El verano opone resistencia al otoño y el sol se impone a las nubes en el cielo, pero el cambio de estación ya ha llegado al mercado. “Uvas caseras y las primeras castañas de la temporada”, ofrece una de las vendedoras a una pareja de turistas que no ocultan su fascinación por el ambiente que se respira en la plaza. Ella aprecia las uvas y acepta la invitación de la “paisana”, que ofrece una racimo pequeño como garantía de sabor. “Sólo le voy a comprar un par de racimos, que somos turistas y no tenemos nevera donde guardarlas”, le advierte con un acento vasco.

El primer contacto con el mercadeo les resulta agradable. La pareja rechaza la bolsa de plástico y continúa su recorrido picando uvas. Consumo instantáneo. Mientras comen no pueden consultar la guía, ni sacar fotos; se dedican a disfrutar del momento y curiosear entre las hortalizas que ponen color a la calle lateral de la plaza.

La mercancía está a ras de suelo, no hay mostrador, ni báscula digital. “Son los minoristas de los minoristas”, apunta él para referirse a las mujeres que cada mañana se desplazan desde las aldeas próximas para ofrecer productos frescos de toda la vida. “Levo toda a vida facendo isto e non sei facer outra cousa”, explica una vendedora. “Non nos facemos ricos -añade-, pero saímos adiante. A xente valora os produtos da horta e temos un clientela case fixa”.

Ellas son las que reciben al visitante que comienza su recorrido por la zona de San Agustín. Son la esencia de una comunidad en la que conviven más de doscientos placeros y placeras.

La mayoría están a cubierto, en el interior de las naves que agrupan los puestos en función de la mercancía que dispensan. Algunos comienzan su jornada antes del amanecer para estar a pleno rendimiento cuando las furgonetas y los camiones surten de mercancía sus negocios. No hay tiempo para el descanso porque la mañana avanza sin contemplaciones y hay una clientela fija que es muy madrugadora. “Los propietarios de restaurantes y las buenas amas de casa no dejan la compra para última hora porque saben que los que llegan primero son los que primero eligen”, explica María mientras pesa la merluza que acaba de limpiar para Mercedes, “una clienta de toda la vida”.

“De toda la vida'
Y cuando dice “de toda la vida” no exagera. Hace la compra todos los días, después de dejar a su nieta en el colegio, en los mismos puestos a los que acudía con su madre cuando era niña. Asegura recordar los inicios, en 1941, de la actual plaza de abastos para sustituir al antiguo mercado de la ciudad. Las actuales instalaciones lo convierten en uno de las cinco más importantes de España y el mercado de abastos es el segundo monumento más visitado de Compostela después de la catedral.

“Hubo tiempos mejores, pero tampoco podemos quejarnos”, apunta Antonio, un veterano carnicero. “Hemos sabido adaptarnos a los diferentes momentos que nos ha tocado vivir y mantenemos esta plaza como un referente en el comercio de productos naturales y frescos”.

Dicen que el negocio se mantiene porque ofrecen un precio inferior al de otros establecimientos porque se eliminan intermediarios. “Los pescaderos van directamente a las lonjas y los carniceros van directamente a las granjas para comprar los terneros”. La oferta es variada y, en escasos metros, el comprador puede escoger la mercancía que más le interesa, comparando precios y características en diferentes puestos que ofrecen productos semejantes. Son tiendas especializadas que ofrecen un trato cercano, generando un clima de confianza entre cliente y vendedor.

Esas siguen siendo las ventajas de comprar en la plaza. Pero a estas “ventajas de siempre” hay que añadir otras que se han incorporado en los últimos años con el objetivo de facilitar la compra al cliente. La plaza compostelana dispone de servicio a domicilio gratuito en un radio de 15 kilómetros para compras superiores a los 60 euros y atiende pedidos a través del teléfono o internet para aquellos que no puedan o no quieran desplazarse al mercado.

Y, quienes opten por el comercio electrónico, pueden recurrir a un shopper que les asesore en sus comprar. Al igual que hacen las cadenas de supermercados y grandes superficies, el mercado ofrece bonos de aparcamiento y descuentos especiales para estudiantes. La plaza está viva y, como prueba de que no renuncia a los avances tecnológicos, una máquina dispensadora ofrece la posibilidad de comprar leche del día, solo unas horas después de que ha salido de la vaca. Y, a pocos metros, el visitante puede descubrir la sesión vermouth del Abastos 2.0, un rincón de cocina efímera que es, al mismo tiempo, restaurante, taberna espacio gastronómico de vanguardia.

El mercado ha ido incorporando todas esas novedades y añadiendo a sus cartera de servicios lo que los compradores han ido demandado. “Hasta pueden cocer el marisco en el propio mercado y degustar los productos sin salir de la plaza”. Ha ido más allá y ha conseguido sorprender a los potenciales clientes con propuestas que la mayoría de los usuarios no se había planteado. La oferta ha crecido mientras las prometidas obras de remodelación acumulaban retrasos.

Dos años de trabajo por delante
L os técnicos de Tragsa, la encargada de los trabajos de reforma de la plaza de abastos de Santiago, aparecen cuando los tenderos echan el cierre. Preparan el desembarco de sus equipos en la oficina de control de las obras que se ubicará en la zona alta del torreón central, un punto que ofrece una vista privilegiada de las instalaciones.

Algo se mueve y, para satisfacción de los más de doscientos placeros que conviven a diario en este recinto, ha llegado el momento. Llevaban más de una década esperando. Las palabras y los anuncios parecen dar paso a los hechos y las obras. El inicio oficial de los trabajos llega con la firma de la dirección de obras y el acta de replanteo, pero la fisionomía del recinto se va transformando estos días con el material que los operarios colocan para facilitar la llegada de camiones y la distribución del trabajo.

Por delante quedan dos años de obras y, para que la convivencia con placeros y clientes sea lo mejor posible, las obras se realizarán en horario de tarde: de tres a ocho. Fuentes de Tragsa aseguran que los trabajos se han planificado para que no afecten a la actividad comercial. Lo primero será remodelar la cubierta, limpiar las fachadas de todos el recinto y retirar la marquesina situada en el murallón. Es un proyecto ambicioso, cuyo presupuesto supera los cinco millones de euros repartidos en tres anualidades financieras, y uno de los momentos más delicados llegarán en el próximo verano con la instalación de un ascensor acristalada que salve el desnivel con la calle Virxe da Cerca. “La colocación del ascensor y la retirada de la marquesina pueden afectar al tráfico y los técnicos han decidido ejecutar esas tareas durante el verano, cuando hay un menor flujo de vehículos y hay vacaciones en los colegios de la zona”, explica María Castelao, la concejala de obras.

La edil ha mantenido en las últimas semanas varias reuniones con Marta Rey, la gerente de la plaza, para intentar minimizar el impacto de las obras. “Nuestra mayor preocupación es que los niveles de ventas no bajen durante los dos años que se prolonguen las obras. No podemos permitir que se vea alterado el ritmo de carga y descarga en la actividad diaria, pero todas las partes tenemos que ser comprensivas”.

Además de los grandes proyectos, otras pequeñas reformas son muy esperadas por los placeros y placeras: un gran banco de piedra que se ubicará en la plaza de San Agustín y una cubierta de vidrio y acero inoxidable para protegerse de la lluvia.

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