LA REVISTA

El barro reconquista las cocinas y las mesas de Galicia

alfareros_4_result
photo_camera Los Añón conservan la tradición oleira de Buño, llevada por el abuelo a Meder.

La gastronomía "kilómetro cero", en la que priman los ingredientes de la zona, también llega  ahora a los utensilios que se utilizan para cocinarlos o servirlos. El barro recupera así su lugar en las casas y los restaurantes.

El barro es el material  primigenio. Los arqueólogos cuando viajan en el tiempo a través de los yacimientos que excavan para saber cómo era la vida de nuestros ancestros, lo primero que encuentran, además de huesos, son fragmentos de cerámica, piezas de arcilla cocidas que sirvieron de vasijas para transportar, conservar y cocinar alimentos. Eso por no hablar del barro con el que según la Biblia, moldeó Dios al hombre a su imagen y semejanza.
Pero no hay que llegar tan lejos, ni en el tiempo, ni en el espacio. En un radio de unas pocas docenas de kilómetros siempre había un "oleiro" capaz de convertir el barro en una tartera, un plato, una fuente, una jarra o cualquiera que fuese el utensilio o recipiente que resultase necesario para el menaje doméstico. Y aunque en la mesa el barro fue cediendo su terreno a la loza y la porcelana, versiones más refinadas del mismo procedimiento, la cocina seguía siendo su reino: tarteras de barro para guisos, potajes; fuentes de horno para asados, pequeñas cazuelas para preparar unas gambas al ajillo o unas angulas...
La tecnología y la globalización fue comiéndole terreno hasta que la llegada de las placas vitrocerámicas convirtió el barro en un material "proscrito" de las cocinas domésticas.
Sin embargo, hoy día hay un regreso a los orígenes. No es una moda basada en lo "revival" o "vintage", sino en el deseo de emplear materiales que despliegan el menor impacto ambiental posible. Y ahí, el barro vuelve a reinar. Ecológico, económico y próximo.  Para la "gastronomía kilómetro cero", que se basa en que los ingredientes que se usan en la cocina viajen lo menos posible, el barro es el aliado natural.
Pero,  ¿no llega demasiado tarde esta tendencia? ¿Han desaparecido los centros alfareros tradicionales de Galicia? En la actualidad quedan tan solo cinco: Bonxe, en Outeiro de Rei, Buño, en Malpica de Bergantiños, Gundivós,  en Sober, Meder, en Salvaterra do Miño y Niñodaguia, en Xunqueira de Espadanedo. En todos ellos, su existencia se remonta a muchas generaciones de hábiles "oleiros" que aprovechaban la calidad de una arcilla que, por lo general, estaba siempre próxima al centro de producción. La única excepción es el taller de Meder, en Salvaterra, que surgió en el siglo XX, como consecuencia de la emigración a ese municipio pontevedrés de un artesano procedente de Buño.

Bonxe
El centro alfarero de Bonxe, en la parroquia del mismo nombre del municipio lucense de Outeiro de Rei, es uno de los más antiguos de Galicia y mantuvo una intensa actividad a lo largo de los siglos. Todavía en la primera mitad del siglo XX más del 90 por ciento de los vecinos de Bonxe trabajaban y vivían de esto y sus productos se vendían en ferias locales y comarcales a las que eran llevadas por los arrieros. El barro empleado es una mezcla de dos arcillas procedentes, una de ellas de Bonxe y la otra de una parroquia cercana, San Lourenzo. Predomina la decoración realizada con barro blanco, aplicado antes del esmaltado y la cocción.
Josefa Lombao, más conocida como Pepa Bonxe es la única artesana que queda en esta histórica zona alfarera y alterna la olería tradicional con el trabajo figurativo en el que el aspecto funcional que es propio de los objetos producidos en el torno (fuentes, vasijas, tarteras), ha dado paso a otros de más cuidado diseño, incluso sin perder su valor de uso (juegos de café, de té, etcétera) y ha incorporado piezas de diseño específicamente decorativo. Consciente de que toda una historia se puede terminar cuando ella apague el horno de su taller, Pepa Bonxe compatibiliza su actividad artística y artesana con la docencia, impartiendo clases de alfarería con la esperanza de que entre sus discípulos prenda la llama y la tradición de este centro alfarero de Outeiro de Rei no termine con su jubilación.

Buño
Esta localidad de Malpica de Bergantiños, a la puerta de la Costa da Morte es un ejemplo de resistencia y de supervivencia de una tradición que lleva siglos dando fama a esta zona. Una actividad próspera que todavía mantiene  en activo nada menos que 16 alfareros con venta directa en su propio taller y una amplia distribución por Galicia y el resto de España. Además, se ha convertido en punto de referencia de la artesanía del barro y la cerámica, con una muestra que lleva más de treinta años convocando a artesanos de toda España.
Las piezas de Buño se caracterizan por unas líneas de apariencia sencilla pero de elaborado diseño, un barro de gran calidad que se traduce en la finura del objeto manufacturado  y una decoración a base de líneas y trazos y la combinación de distintos colores en el acabado final. De la lectura completa de este reportaje, el lector obtendrá la conclusión de que la mayor parte de los centros artesanos dedicados a esta actividad están al borde de la desaparición. ¿Qué ha hecho que en Buño siga siendo un negocio floreciente, el más importante de la localidad? La clave del éxito fue darle una orientación artística a este oficio ancestral, aplicando nuevas técnicas y centrándose más en el diseño de objetos en los que prima el carácter ornamental o incluso el valor artístico de trabajos únicos,  ya sea a partir de modelos figurativos como de otros en los que predomina la abstracción.
De hecho, a día de hoy, la cerámica de Buño es la menos utilitaria de las que siguen en activo en Galicia, aunque todavía mantienen en su catálogo piezas tradicionales.

Gundivós
Lugo es la única provincia en la que perviven dos centros alfareros. Y si en el de Bonxe el elemento característico era la decoración con barro blanco, en Gundivós, la seña de identidad, el factor que lo convierte en único es el color negro de sus piezas.  La cerámica de Gundivós tiene su momento de mayor esplendor entre el siglo XIX y primera mitad del XX en que se extendió su comercialización desde Monforte de Lemos al resto de Galicia y numerosas poblaciones de España. La demanda de sus productos libró de la emigración a aquellos vecinos de esta parroquia de Sober que siguieron la tradición artesanal. El declive se produjo a partir de la década de 1960.
La cerámica de Gundivós se caracterizan por una gran sobriedad ornamental en la que pueden incluirse finos cordones en relieve. Las piezas destinadas al transporte y conservación del vino se recubrían de pez, una resina natural que había que calentar al fuego para conseguir la impermeabilización adecuada de ahí su color negro tan intenso. Existe una vinculación muy estrecha entre el centro alfarero de Gundivós y las bodegas tradicionales de la Ribeira Sacra en general y de la subzona de Amandi en particular.
Apenas quedan centros alfareros en la Península Ibérica en los que se utilice cerámica negra. Los más significativos se encuentran en Portugal, pero emplean técnicas distintas, como es el caso de Vilar de Nantes, en Chaves y Bisalhaes, en Vila Real. Aquí, el color  se obtiene por el sistema de cocción en horno abierto en el suelo sobre el que se ponen las piezas en una parrilla y luego es cubierto de agujas de pino y tierra, o elementos vegetales verdes, que propician una comustión que ahuma literalmente las piezas. Había una tercera en Gondar, Amarante, pero el fallecimiento del último artesano hace unos años puso punto final a tan tradicional "barro preto", como era conocido allí.

Niñodaguia
Su emplazamiento en la ruta de conexión tradicional entre la costa gallega y la meseta y la disponibilidad de barros de muy buena calidad favoreció la prosperidad de este centro alfarero, el único que todavía permanece en activo en la provincia de Ourense y que en el pasado llegó a dar trabajo a más de cien personas. Hoy se ocupan de mantener el torno activo media docena de artesanos, entre ellos, Agustín Vázquez, que tiene su taller y centro expositivo en la misma carretera de Ourense a Trives, en Niñodaguia.
Mantiene el carácter funcional de sus piezas: platos, ollas, jarras, vasijas de distinto tamaño y función, chocolateras, cafeteras... De todos los centros alfareros de Galicia con carácter tradicional, Niñodaguia es el que mantiene un mayor número de piezas de distinta naturaleza en su catálogo. Todas ellas con un carácter funcional y que abarcan todos los elementos necesarios para el menaje de una casa: desde las piezas para cocinar, los recipientes de servir, vajillas y juegos de café, té, chocolate, así como las tradicionales jarras y botijos, tarros para miel, azucareros. etcétera.
No es raro tampoco que restaurantes y mesones de Ourense le encarguen piezas especiales.
Uno de los rasgos característicos de la cerámica de Niñodaguia es el color amarillo que adquiere el barro una vez cocido y que se extrae de una veta de arcilla que se encuentra en las inmediaciones. Niñodaguia ha fusionado artesanía y turismo y mantiene una ruta que sigue el itinerario de los hornos comunales empleados tradicionalmente y el museo taller.

Meder
La calidad de la arcilla que se encuentra en el último tramo del Miño dio lugar a muchísimos oficios artesanos relacionados con este material: desde la elaboración de tejas, ladrillos, ladrillos

refractarios, piezas cerámicas para suelos... Pero habrá que esperar hasta mediados del siglo XX para ver un alfarero  trabajando el torno. Eso sucedió cuando un artesano de Buño se estableció en Meder, parroquia de Salvaterra de Miño que mantiene desde entonces el único centro de producción de ollas y cacharros de barro de la provincia de Pontevedra. El topónimo de Oleiros, en una parroquia vecina revela que esta ya fue una actividad tradicional en el pasado. El taller de los Añón lleva tres generaciones en activo y, a diferencia de los centros alfareros antes mencionados, en éste, se mantiene un estilo ecléctico, heredero de las técnicas que el patriarca de la familia había introducido procedentes de Buño, aunque el barro que utilizan tiene distintos orígenes.

Ecológico, barato y único
La recuperación del uso del barro en la cocina no ha quedado relegado a los restaurantes, que fueron los primeros demandantes de piezas a estos artesanos. Su carácter ecológico se ha convertido en un argumento de peso para sustituir recipientes de plástico y otros materiales que habían ido relegando la cerámica a los entornos más rurales en la segunda mitad del siglo XX.  Además de las piezas de carácter ornamental, en la que el alfarero se convierte en un artista que expresa así su creatividad, la "olería", un término gallego que podríamos traducir por cacharrería, se sostiene siguiendo diseños tradicionales, muchos de ellos con varios siglos de historia sobre sus espaldas y que permiten tener en la cocina una pieza elaborada de manera artesanal, a pocos kilómetros de distancia, por un precio que sorprende a muchos que se deciden por volver a estos materiales. Fuentes, tarteras y otras piezas de uso cotidiano que se pueden adquirir por menos de diez euros y que, no solo duran, sino que mejoran con el tiempo de uso.
Ecológico, bello, barato y único, porque la mayoría de los alfareros aceptan piezas de encargo, aquellas que se pueden hacer a medida o siguiendo las indicaciones del cliente.
A diferencia del pasado, en el que era posible adquirir los cacharros de barro en cualquier feria semanal o quincenal, hoy los artesanos han convertido sus talleres en centro de exposición y venta, alargando su escaparate  a todo el mundo a través de Internet.

Te puede interesar