MITÓMANOS

Cuando ser nombrado dictador era un honor

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Fue en Roma donde se creó el rango de Dictador, que originalmente carecía de toda carga negativa. Al contrario, era un honor pues suponía defender a la República romana y sus leyes en tiempos de crisis. Pero en el siglo I antes de Cristo los dictadores ya se parecían mucho a los actuales…

La república romana se basaba en tres principios básicos: los cargos eran por elección –aunque indirecta, a través de ciudadanos organizados en tribus- y con limitación temporal, un año en general. Además, había un sistema de equilibrios y contrapesos para evitar concentrar excesivo poder en una sola mano. El consulado, la más alta magistratura del Senado y el Pueblo de Roma –el nombre oficial de Estado republicano, que se conservó incluso en el Imperio- se ejercía por dos personas por un año, elegidas entre los ciudadanos. Aunque no todos podrían presentarse: para ello había que pasar antes por los cargos inferiores, el llamado “cursus honorum”.


Pero el Estado decidió que en momentos de crisis el Senado podría nombrar a una sola persona que por un máximo de seis meses concentraría la mayor parte de los poderes en su mano, entre ellos la capacidad de dictar leyes. De ahí su nombre: dictador, que carecía de toda su actual  carga negativa. Su poder estaba regulado y se lo otorgaba el Senado por un corto período, al final del cual tenía que rendir cuentas. Iba acompañado de 24 lictores en lugar de los 12 de cada cónsul, como muestra externa de su excepcional mando. 


En los casi 500 años de la República romana hubo varios dictadores que ejercieron el cargo según la Constitución romana, entre ellos el famoso Cincinato, que era un labrador, y al campo volvió tras ejercer durante menos de medio año como dictador y solventar una crisis profunda, devolviendo todos los poderes al Senado y a la Asamblea.


No obstante, su uso fue muy limitado y hacia el siglo II a. de C. era ya una figura obsoleta. Así fue hasta que a principios del siglo I antes de Cristo, el general Sila se hizo con el poder, y decidió recuperar la magistratura haciéndose  nombrar dictador pero dando otro sentido al cargo:  disponer del control absoluto de la república como un rey absoluto. Sila fue designado dictador permanente y sin embargo a los dos años, y de forma voluntaria,  decidió renunciar ante el Senado y se marchó a su casa como un ciudadano más. Por el camino un hombre le insultó y Sila, que era un auténtico misántropo, zanjó el incidente con una frase proverbial y que se cumplió: “Necio, en adelante ningún dictador querrá renunciar”. 


Poco después, otro romano, Julio César, haría lo mismo que Sila: tras “conquistar” Roma en las guerras civiles fue nombrado también Dictador por el Senado, primero por seis meses y después vitalicio, lo que suponía una anomalía absoluta en la Constitución romana. Quizá barajó ser designado Rey, aunque parece poco probable, ya que para los romanos era una palabra despreciable.  César era en teoría un Dictador legalmente nombrado por la República y no un tirano, pero en la práctica ya era el primer emperador, aunque no ostentó dicho título. Aunque los nuevos césares no eran otra cosa más que soberanos nunca fueron coronados como reyes ni tampoco como dictadores, figura abolida  precisamente por el primero de los nuevos monarcas, Augusto, tras liquidar a Marco Antonio, quien también había renunciado a la Dictadura.  No habría más en la historia de Roma, pero el mundo se llenaría de ellos en los siguientes siglos. 

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