LA REVISTA

La Marsellesa, no tan revolucionaria

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photo_camera Imagen: Rouget de Lisle, autor de La Marsellesa (1792). Autor: Isidore Pils, 1849.

“Aux armes, citoyens”! Ardor guerrero, espíritu patriótico, sables al aire y vino, mucho vino; la cena sabía a despedida. 

Un mar de dudas. En 1792 la Asamblea Nacional Francesa no sabe si declarar la guerra al emperador de Austria y al rey de Prusia; ocurriría un 20 de abril. Declaración mediada era lógico que ciudades y pueblos fronterizos mostraran tensión, Como en Estrasburgo. Movilizadas las guarniciones, su alcalde Federico Dietrich, escenifica la declaración en francés y alemán ante una multitud dispuesta. De los discursos, a las proclamas, “Aux armes, citoyens”! Ardor guerrero, espíritu patriótico, sables al aire y vino, mucho vino; la cena sabía a despedida. 

El alcalde se acuerda de un oficial, mediocre compositor, Rouget de Lisle; a éste le encarga un himno que estimule la contienda y mantenga a Luis XVI en el poder. Rouget se inspira en las arengas escuchadas, “Aux armes, citoyens! Marchons, enfants de la liberté!”, que mudaría en ”Allons enfants de la Patrie, le jour de gloire est arrivé!; suena bien. Junto a un violín rima sus pensamientos, frases sueltas que ha escuchado al pasar ya uniformado de la calle. Antes de los primeros tiros él tiene su texto.

Se lo hace saber a Dietrich. Aquella misma noche el alcalde, con ciertas dotes de tenor, lo hace cómplice de una selecta concurrencia. “La canción de guerra para el ejército del Rhin”, así la llamaba; se hicieron copias y se despidió a las tropas con una interpretación en público. Así hubiera quedado la historia si no se hubiera producido otro episodio sorprendente meses después, en Marsella, en otra despedida de combatientes.

Esta vez, a los brindis un tal Mireur entona en alto una melodía desconocida pero que emociona. Miles de voluntarios la cantan después en el frente como si fuera un bálsamo. “La Marsellesa”, así la rebautizaron, se hizo mágica, popular, sobre todo cuando el 30 de julio el batallón de voluntarios marselleses entró en Paris. El himno ya “revolucionario”, en sus voces resonaba poderoso. Se asaltan las Tullerías y hacen abdicar al rey. 

Una canción anónima, en el fondo lo era. Su autor, harto de los excesos revoucionarios abjuró de la República. La Asamblea -que destituyó al rey- determina ejecuciones en la guillotina, entre otros, para el alcalde Dietrich y los aristócratas presentes en aquella histórica primera audición, y para él mismo, aunque éste salvaría in extremis la cabeza. 

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