Procurar cariño y seguridad, receta para familias de acogida

Una familia de refugiados ucranianos se abraza tras su llegada a Maceda.
photo_camera Una familia de refugiados ucranianos se abraza tras su llegada a Maceda.
Los psicólogos afirman que hay que tratar a los pequeños “con honestidad” y no mentir u ocultar nada.

Las familias acogedoras de refugiados ucranianos deberían contar con una formación psicológica previa para proporcionar “afecto, seguridad y honestidad”, porque así ayudan a disminuir el estrés, según afirma la neuropsicóloga Raquel Balmaseda. Esta profesora del Máster en Neuropsicología Clínica de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) analiza el impacto de la guerra sobre las personas a nivel cerebral y el proceso para su recuperación.

Los desplazados acogidos, y especialmente los niños, indica Balmaseda, necesitan desarrollar con sus familias de acogida “un vínculo” en el que prime el afecto, para sentirse “queridos y seguros”. Además, considera que es importante tratar a los pequeños “con honestidad” y no mentir o ocultar cosas, especialmente a partir de los 7 años. Otra recomendación de esta experta sevillana para rebajar el estrés es “reducir la incertidumbre”, por lo que propone articular mecanismos que ayuden a controlar la situación a partir de pequeñas rutinas. 

Desde el punto de vista neurológico, el miedo intenso que provocan situaciones como la guerra en Ucrania provoca varios trastornos, entre ellos el estrés post-traumático. “El miedo es una emoción básica y primitiva, cuya función es la supervivencia, por lo que supone una respuesta útil y adaptativa”, ha relatado. Cuando un evento es vivido como algo traumático, se produce una disregulación entre las dos formas de grabar este hecho, “de modo que todo lo emocional se recoge de forma muy vívida y los aspectos más contextuales apenas se graban”, explica.

Las secuelas de la guerra

Este fenómeno se produce en situaciones complicadas, como un desastre natural, un accidente de tráfico o una agresión sexual, sucesos a partir de los cuales se puede generar un trastorno de estrés post-traumático, dijo, al igual que está pasando en esta guerra. Las personas que sufren este trastorno reviven el hecho traumático con pensamientos intrusivos, flash-back y pesadillas; evitan situaciones que le recuerden a ese suceso; presentan una hipervigilancia o reactividad ante cualquier estímulo relacionado; y presentan alteraciones cognitivas, como atención y memoria. Además, agregó que pueden sufrir problemas en su estado de ánimo, como ansiedad, depresión, sentim ientos de culpa.

Entre las secuelas psicológicas que dejará la guerra, precisa que los combatientes pueden sufrir lesiones físicas y también daños cerebrales leves por exposición a la onda expansiva de las explosiones, que pueden provocar un síndrome post-conmocional con dolor de cabeza, acúfenos, insomnio, irritabilidad y apatía, entre otros.

Por otro lado, la población civil sufre alteraciones emocionales como depresión y más vulnerabilidad ante situaciones estresantes, que provocan “respuestas más exageradas” que en personas sin un trauma previo. Los niños, cuyo cerebro está en desarrollo, tendrán consecuencias posteriores a nivel físico, cognitivo, emocional y social tras vivir las circunstancias por un conflicto armado, que se manifestarán “a largo plazo, cuando las funciones cerebrales ya estén afectadas”, concluye esta experta.

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