Tribuna

“Castrelito”, una espada “ribeirana” en la Monumental

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photo_camera Cartel de toreros en la Monumental con "Castrelito".

Natural de Castrelo de Miño, Manuel Rodríguez, conocido como “Castrelito”, fue uno de los toreros más aclamados de la época

Quizás nos sorprenda. Es posible, incluso, que, a día de hoy, nos asombre. Pero, todavía, no… En las postrimerías del siglo XIX, y, sobre todo, en las primeras décadas del siglo XX, aún no era el foot ball, como más tarde dirán los franceses, el “sport a la mode”. En 1897, según una estadística recogida en prensa, el gasto de los españoles en actividades vinculadas al mundo taurino superaba los 87 millones de pesetas. Ocupaba el cuarto puesto en aquel ranking, del que algunos calificaban como “vicios”. Sólo se desembolsaba más en tabaco, en consumo en fondas o en la emigración veraniega. Incluso, era superior al dispendio que se invertía en lotería. 

Y es que, toda población que se preciase, como Ribadavia, en sus festejos, necesariamente, debía incluir una corrida de novillos. Ya en 1916, el mismo año en que la plaza de toros de Barcelona se rebautiza con el nombre de La Monumental, en esta villa ribadaviense, emulando, a otros lugares, como Santiago, Tuy o Cuntis, por iniciativa de Benjamín Diéguez, se levanta una plaza de toros que acogía a tres mil espectadores. El ruedo taurino se inauguraba con la presencia de un diestro gallego, natural de Pontevedra, Manuel Escudero, apodado El Barquerito. Un torero, hijo de un carnicero de Poyo, que, al año de inaugurar la plaza de Ribadavia, aparece en el cartel de Valladolid, en la de Tetuán de Madrid y en el de Barcelona. Inclusive, traspasa fronteras. En 1932, se embarcó en un tour por América Latina y fue mostrando el arte de lidiar toros por Perú, Bolivia y Argentina. 

La afición al toreo era incuestionable. Ni sus detractores lograban entender cómo un espectáculo tan feroz, se podía exportar como cultura nacional y, luego, encandilar el alma de países civilizados, como Francia. Realmente, no se percataban de que, además del componente de espectáculo que tenía ya que, a través del riesgo, mantenía la tensión continua del espectador, también poseía un trazo cultural integrador, tal como creía la Escuela de Frankfurt. Y, por supuesto, la juventud, rebosante de vitalidad, veía en él una oportunidad para afrontar el desafío con valentía y alcanzar el éxito. Mucha culpa de que se mantuviese esa efervescencia taurina la tenía, qué duda cabe, el periodismo gráfico que alimentaba con instantáneas, se quisiese o no, la imaginación de los más entusiastas. 

Es en este contexto en el que Manuel Rodríguez, conocido como “Castrelito”, un joven de Castrelo de Miño, con apenas 21 años, movido por aquel ardor, acude en el invierno de 1923 a las tientas a Salamanca. Y, precisamente, en Padierno, el hogar de Argimiro Tabernero, en donde se probaban la bravura de los becerros, tanto él como el “Gitanillo”, comienzan a destacar. Encandilan. Castrelito sale a hombros en más de una ocasión. Incluso se atreve, cuentan las crónicas taurinas, con un animal de retienta, que era una vaca que se había probado con dos años para ser madre, pero que, pasada, aproximadamente, una década, era posible volver a torearla. Se decía que había hecho seis pases naturales rematando con uno de pecho. Todo ejecutado con la zurda… 

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Desde ese instante, tanto la prensa de provincias como la de Madrid, destaca sus virtudes e incide en el nacimiento de un nuevo torero. Llegaba a decirse que podía ser, en Galicia, el sucesor de “Celita”, un torero gallego que había tomado la alternativa, y que, ahora, era su apoderado, junto con Emilio Fernández. Ya, la buena faena que realizaba en el Corpus en Ourense era, definitivamente, el anticipo de la prolífica temporada que tendría en 1926. El Heraldo de Madrid, en su apartado Estafeta taurina, en seguida adelantaba las corridas que tenía firmadas, para ese año, en A Coruña, Murcia, Zaragoza, Puentecesures, y, finalmente, Madrid. Y La fiesta brava, un periódico editado en Barcelona, en un artículo sobre novilleros, hablaba de la importancia de llamarse Rodríguez para triunfar en el mundo taurino; entre aquel elenco de lidiadores, figuraba “Castrelito”. 

Realmente, había realizado una temporada espectacular. Así se lo reconocían sus paisanos. En 1927, es recibido por el alcalde de Ribadavia, Manuel Freijido Dávila, por el de Castrelo de Miño, Alejandro Ferrer, y por el empresario de la plaza de toros de esta villa del Avia, el señor García. Le hacen un homenaje en reconocimiento a su pundonor y al hecho de haber llevado el nombre de su pueblo natal, por las mejores plazas de toros del país. En respuesta al cariño recibido, y al trato que recibe su madre por parte de las autoridades, Castrelito dona una copa de plata para que dos equipos locales de foot ball, el Ribadavia F.C. y el Galicia F.C., disputen, en el Xestal, un trofeo en su honor. 

En una década abandona los ruedos, no sin antes, exhibir su arte por plazas como la de Puente de Vallecas, que se hacía a beneficio de la Casa de Socorro, la Monumental de Barcelona, o mismo, tras la cornada que recibe en el Escorial, compartir cartel, con otros toreros gallegos, tanto en A Coruña como en Pontevedra. La verdad, cuando deja el toreo, la tauromaquia, ciertamente, ya no pasaba por sus mejores momentos. Ahora sí, el fútbol tomaría el relevo.

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