De la mano de artistas locales, conocedores del medio e identificados con la ciudad, los carteles de las fiestas reviven cada año el espíritu de cada momento a golpe de buenos trazos y rebosante colorido

Las fiestas del Corpus, contadas por la mano de sus cartelistas

Quessada, Conde Corbal, Virxilio, Veiras, Acisclo, Prego, Roncero, Maite Vázquez, son muchos los autores que, a lo largo de más de un siglo, han dejado con mayor o menor acierto su arte en unos carteles de fiestas que describen con precisión las vicisitudes de cada período e incluso recrean la atmósfera vivida.
Me lo cuenta Maribel Outeiriño que, en esto de la historia y la intrahistoria de la ciudad, las ha revivido unas cuantas veces: 'Cuando la ciudad se hace mayor y antes de nacer el gran Ourense, una de las decisiones que se toma es la de unificar sus fiestas patronales en una gran fiesta'. De las tres existentes (San Roque, San Lázaro y Los Remedios), por cuestiones de estacionalidad, 'unas se celebran demasiado pronto, San Lázaro; las de San Roque coinciden con un período demasiado caluroso; las de Los Remedios, con la época de las vendimias'. El Corpus, mejor ubicada en el almanaque según los criterios de entonces, se plantea como esa fiesta que identifique a Ourense, y así desde 1901, año de arranque de unas fiestas patronales con unos juegos florales tan en boga en la época a la busca del poeta del momento, porque la poesía, entonces, era un arte con prestigio. Aquellos juegos, presididos por la condesa Emilia Pardo Bazán, que ejercería también de mantenedora de los mismos -según rezan en las crónicas de la época-los ganaría el presbítero de Maceda Manuel Vidal Rodríguez.

Aquel año arrancaría la batalla de flores, para lucir palmito las mozas en edad de ello, y las carrozas engalanadas a tope y tiradas por caballerías y bueyes resaltaban vistosidad a lo largo de las calles. Las campanas de la Catedral, lanzadas al vuelo de sonoridad, con los cohetes apremiando el cielo. certámenes poéticos, veladas en la Alameda e incluso exhibiciones aéreas en el Cumial serían pertinentes reclamos en unas fiestas históricas que difieren bastante a las actuales.


FIESTAS DE SAN ROQUE

Ourense se puso en manos de San Roque para que la protegiera de la peste y otros males, evocando al pasado medieval de una ciudad encerrada en sí misma e insalubre a rabiar con la enfermedad haciendo estragos. Los archivos dejan constancia de ello; también de la cuantía, de la partida presupuestaria reservada mediante decreto de alcaldía para la celebración de las fiestas, que allá por un lejano 1869 sumaban 868 pesetas. Como no podía ser de otra manera, los eventos tenían lugar en la Alameda, junto al Hospital de San Roque, hoy oficina de Correos, que se engalanaba al milímetro con 'faroles rizados y globos' en toda el área perimetral, en un alzado milímétrico dispuesto desde el Concello. En aquel Ourense armónico a rabiar, el entorno de la Alameda se llenaba , tal como años más tarde relataría Vicente Risco, 'de tiovivos, que ahora se llaman caballitos, y cuando son de otro tipo, barcas; oficinas fotográficas; churrerías o telderetes semejantes; casetas de tiro', contando además con un escenario de excepción, aún en pie, el señorial palco de música, 'el palco de la música es la consagración oficial, la señal aparente de un lugar de esparcimiento y placer', y con la proximidad de la Plaza de Abastos, en la que 'sus alrededores se llenan de charlatanes pintorescos, que a veces exhiben lagartos, sapos y culebras, ratas amaestradas, acaso monos o perros...'


EL CORPUS Y SUS CARTELES

Las fiestas tal como las denominamos en la actualidad, han tenido continuidad a lo largo de estos años, salvo en 1936, que tras avanzar un programa de festejos, éstas quedaron suspendidas, no se respiraba un clima precisamente de fiesta. El cartel de aquel programa de fiestas lo firmaría como tantas veces Alejandro Veiras. Durante muchos de aquellos años, los carteles encargados a los artistas, encabezaban el programa, pero no se reproducían en carteles como tales (hay excepciones como el de las fiestas de San Roque de 1894, que aunque sin imágenes, cargaba las tipografías en una gran sábana).

Aun sin pretenderlo, un cartel de fiestas define el grado de identificación de la ciudadanía con la celebración, la disposición y criterio de la corporación al frente e incluso el momento sociopolítico en curso.

Sobrevolando un gran número de carteles, porque que nadie piense que son fáciles de encontrar y menos reunirlos de un plumazo, hay que sumergirse -una pena- en bibliotecas y archivos como quien rastrea las cloacas de la Auriabella -tal como la denominó Emilia Pardo Bazán en los primeros juegos florales de 1901-y plegar por que los hallazgos sean meritorios.

Un cartel debe recoger la esencia del festejo, con información y también saber plasmar adecuadamente la atmósfera del lugar.

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