Los fondos de la colección de Angelita Varela hacen de nuevo la mudanza

Imagen histórica de la construcción, al fondo el caserón en lo que hoy es el colegio.  (Foto: BIBLIOTECA DEPUTACIÓN PROVINCIAL)
La marquesa lo dejó escrito: 'Las piezas de la colección no deben salir del museo'. Desde su marcha del complejo del Santo Ángel -1992-, por falta de acondicionamiento, la colección así sigue; las piezas -hasta en tres almacenes distintos- no han logrado regresar al palacio.

Ervedelo, el palacete de verano de la marquesa, sigue vigilante entre torreones defensivos y un recinto amurallado; el portalón de entrada para carruajes, la pincelada discordante. La construcción a destiempo del arquitecto Vázquez-Gulías contempla desde la quietud del pasado el ajetreo de coches y peatones como peaje de modernidad; enfrente, desde la terraza animada de un bar, entre pinchos y cañas, los clientes asemejan mirar sin ver nada, o casi nada acerca de los propósitos de una señora caprichosa, de gustos refinados y que, a falta de descendientes, buscaba la manera de perpetuarse en su legado.
Pegado al palacete, el colegio, de las Calasancias, que apura preparativos para el retorno de los alumnos. Cuenta María Luisa Cid, la superiora y directora que 'la marquesa no podía tener hijos, que se ponía enferma cuando veía a alguna mujer que sí los tenía'; y uno comprende, la afirmación ayuda a hilar cabos en su determinación hacia las niñas. Ellas, las religiosas, que también ocupan la otra residencia de la marquesa, la de la calle Santo Domingo, son usufructuarias por testamento del recinto, hoy colegio, antes sólo asilo, hasta que -años 70- la situación económica se volvió tozuda y éstas, bajo amenaza de marcha, consiguieron la transformación actual. Hoy, ellas se encargan cada año de asistir a unas 25 niños/as necesitadas, dando constancia de ello al Patronato.

El conjunto, de 1925, resalta en su ornamentación, con motivos vegetales y evocación medieval -lo que se llevaba en los ricos de la época-, una amplia heráldica para remarcar procedencia y apabullantes vidrieras; erigido todo según gusto de Angelita Varela (1863-1956) e Isidoro Temes (1850-1918); él no llegaría a verlo rematado. Entre ambas edificaciones, la joya, la capilla de una sola nave que alberga el mausoleo de los oferentes, con tumbas firmadas por Francisco Asorey, Francisco Amaya y Jacinto Higueras.

El matrimonio, él aristócrata, ella heredera del indiano Ramón Santamarina cuya consignataria 'Ramón Santamarina e Hijos' continúa hoy en pie en Argentina, se hicieron a lo largo de los años con una meritoria colección de arte, que junto con la biblioteca y archivo quedarían custodiados tras su muerte por un Patronato, hoy Patronato Santo Ángel de la Fundación Santamarina Temes, como así testamentó. También, beata como era, dejó designado que en la capilla-mausoleo, a todos los beneficiarios -ella, el marido, y la tía Dolores Santamarina (1834-1922), quien al quedar huérfana de niña la cuidaría; de hecho, Ángela Santamarina Alducín de nacimiento, adopta el apellido del segundo marido de la tía, de ahí lo de Angelita Varela-, les rezaran noche y día la congregación elegida para el proyecto benéfico; al Patronato le correspondería velar por el mantenimiento del legado.

En una ciudad como ésta, las anécdotas de la marquesa resuenan como ecos del empedrado; fantástica la del peregrinar con la vaca -que pastaba en O Couto junto al Santo Ángel- y que llevaban a diario al palacete de Santo Domingo para ordeñar en su presencia; aunque servidor se queda con la del matrimonio junto al confesor Antonio Rey Soto, de viaje a París de compras para completar el armario y lucir palmito a principios de siglo; al confesor, la marquesa le compraría también la biblioteca, hoy en el Mercedario monasterio de Poio.


EL ADIÓS DE LAS CAJAS

Desde la desintegración de las cajas de ahorro, más allá de la pérdida de influencia y la acción irrigadora sobre la economía, guardaba para sí otras derivadas, acuerdos tácitos en vigor como el que mantenían con los patronos de la Fundación Santamarina Temes, que implicaban la custodia bajo convenio de los fondos de la colección de arte, así como la exhibición itinerante, como ocurrió en varias ocasiones. De la noche a la mañana, una llamada de urgencia obligó a los patronos (hay miembros del Obispado, entre ellos el obispo, éste con voz pero sin voto, aunque no dependen de él; las religiosas calasancias, usufructuarias por testamento de la marquesa, no figuran) a buscar, una vez más, otra ubicación. El primero fue la sede de la caja en la Avenida de Pontevedra, de la mano de David Ferrer, sensible y resolutivo, a pesar de que fuera él quien retranqueara -años 70- varios metros el muro exterior; después al Polígono, en una nave; ahora en el Seminario, en una héjira sin fin. Y todo ello a pesar de que en los estatutos se hablaba únicamente de la posibilidad de ser expuestos en el museo, dentro del conjunto, hoy sin condiciones; el Patronato, responsable de su conservación aduce, carecer de fondos para ello.

La reciente visita del conselleiro de Cultura, Jesús Vázquez, al museo, la constatación in situ de la imposibilidad de albergar otra cosa que no fueran humedades en un escenario lustroso y protegido que languidece, ojalá sea la señal para corregir errores y divulgar de manera plena tan generoso legado.

Angelita, marquesa de Atalaya Bermeja, mujer de refinado gusto y caprichosa, los cambios de testamento -hasta quince- se convirtieron en un juego para ella; entre sus designios, la creación de un patronato, complejo, desigual en competencias e inoperativo desde el principio; incapaz de mantener una pinacoteca histórica en un marco singular erigido para ello. Paradógica la nula sensibilidad de las distintas corporaciones, siempre a la pesquisa de contenedores de arte -de contenido mejor no hablo- para la cultura; aquí figura lo uno y lo otro. Cierto es que la actual corporación publicitó un proyecto, tan ambicioso, que no se llegó a hablar con los patronos, o así lo dicen las partes. Al rematar, paso de nuevo frente al Santo Ángel, la noche lo vuelve fantasmagórico.

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