Historias de un sentimental

Aquel insuperable Teatro de Cámara de Ourense y su tiempo

Teatro de Cámara en los sesenta.
photo_camera Teatro de Cámara en los sesenta.

Desde los Estados Unidos donde reside, y con la que estoy en contacto por correo electrónico, la que fuera gran actriz ourensana Guadalupe Espinar me manda la foto que ilustra esta crónica, en la que vemos a unos jovencísimo Segundo Alvarado y Eduardo Raimóndez, y a los actores del Teatro de Cámara de Ourense, que representaron por primera vez en nuestra ciudad la simbólica obra de Yukio Mishima “La mujer del abanico”, drama de enorme belleza y que fue estrenado aquí por primera vez, lo que denota la cultura teatral de Alvarado. Ya he contado que la canción de Serrat “Penélope” está inspirada en esta obra: la historia de una mujer que acude todos los días a la estación a esperar el regreso de su amado ausente, día tras día, y cuando regresa de verdad, lo ha idealizado de tal modo que no lo reconoce.

En otras ocasiones he aludido a los motivos el porqué de que Ourense fuera considerada “la Atenas de Galicia”, por ser ésta la ciudad con mayor número de sociedades, grupos de teatro, rondallas, artistas en general y una intensa y regular actividad cultural. De esa pléyade formó parte el Teatro de Cámara, importante experiencia que se debe analizar situándola en el contexto de la época. A Ourense llegaron bien pronto las nuevas corrientes del teatro moderno que en nuestro caso no se limitó a hacer un teatro de vanguardia, más allá de los clásicos, abordando problemas de la sociedad y de la condición humana como nunca se hiciera. El Teatro de Cámara de Ourense no fue un teatro para élites, como en otros ámbitos, sino un teatro para todos. Y en ese sentido, la sociedad ourensana respondió como se esperaba y sociedades como el Liceo o instituciones como el Archivo histórico le abrieron sus puertas.

El hombre clave era Alvarado, a quien esta ciudad debe una calle. Poseía una de las mejores bibliotecas de teatro, sobre el que cimentaba su cultura al respecto, hasta el punto que los grandes nombres del teatro español lo consideraban un colega y el mejor director de teatro no profesional de España, como dijeran de él Modesto Higueras y otros.

Los estudiosos de lo que representó el modelo del Teatro de Cámara que Alvarado introdujo en Ourense, aparte de la nueva temática, destacan que se caracterizó por una nueva concepción en los montajes superando los estilos del teatro comercial al uso. Para ello, contó además con la inestimable colaboración de Eduardo Raimúndez, “Sheridan”, a quien ya he aludido en otras ocasiones. Cuatro sencillos trazos, éste era capaz de crear el espacio que llenara la vacía escena donde se iba a desarrollar la obra. Era sencillamente genial. Por su parte, Alvarado sabía aprovechar todas las posibilidades de la obra y sometía a los actores a un duro trabajo para captar e interpretar todos los matices del texto, con total fidelidad. Lo sé bien, porque en la etapa posterior al Teatro de Cámara, el Juvenil, yo fui uno de ellos, y todavía hoy recuerdo los textos que interpreté.

La renovación del Teatro de Cámara que Alvarado trajo a Ourense se fundamentaba esencialmente en abordar temas profundos a través de una trama sencilla que atrapaba al espectador. Era un paso más en el concepto del café-teatro, pero bajo el concepto de “arte y ensayo”. Siempre me pregunté cómo lograba Alvarado que la censura de la época no se enterara de qué iba la cosa, puesto que era preciso llevar el texto de las piezas a sellar a la Delegación de Información y Turismo, pese a que entonces se metían con asuntos delicados como las pasiones humanas o la lucha contra el tirano, como en el caso de la Antígona de Jean Anouilh, en la que, por cierto, yo hice en el Teatro Romano de Málaga el papel de Hemón, el novio de Antígona que trata inútilmente que su propio padre Creonte le perdone la vida, en una conmovedora escena que Alvarado me hizo repetir mil veces en nuestro local de ensayo, en la parte posterior de la Diputación, donde estuviera la Caja de Reclutas.

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