La mejor cara de la muerte

Maquillar a personas fallecidas es una tarea cruda pero necesaria. El dolor de dar el último adiós puede volverse ligeramente más liviano con capas de pintura, suturas o incluso reconstrucciones. Así lo cree María Jesús Rodríguez, quien lleva toda la vida dedicándose a lo que define como “un arte”, embelleciendo a los que se van. Aunque su destino como tanatopractora no era una opción descabellada -su familia tiene desde hace 56 años una funeraria en Ourense- hubo un hecho que supuso un antes y un después en su vida y en su vocación. ETA asesinó a su tío Manuel Rodríguez Taboada el 7 de mayo de 1981. Ella era una niña y el hermano de su padre se había mudado a Madrid con 23 años. A los 36 se unió a la Guardia Real, estaba casado y tenía tres hijos. Aquel día de mayo, Rodríguez Taboada pilotaba un vehículo militar en el que también viajaban un teniente general, un teniente coronel y un suboficial. Se detuvieron en un semáforo en rojo y dos etarras -el comando Argala- los adelantaron con una moto dejando a su paso una mochila bomba en el techo del vehículo. “La bomba barrió todo un lateral del cuerpo de mi tío, pero un tanatropactor le reconstruyó la cara por completa, era prácticamente perfecta”, explica María Jesús. “Ver el antes y después me dejó totalmente impresionada”, afirma. Un hito en su vida que despertó en ella total admiración por la profesión. La trabajadora explica que en Ourense no son tan comunes los casos de reconstrucciones tan profundas, “por lo que aquí no existen equipos tan profesionales como en Madrid o Barcelona, estamos más atrasados pero también se pueden encontrar personas que realizan acondicionamientos espectaculares”, señala. Hay dos tipos de tanatopractor, el que tiene una licencia más médica y los que se ocupan más de la parte estética. En su día a día, María José sutura, cicatriza y maquilla los cuerpos con una serie de productos especiales. “Utilizamos cera y unas sustancias para dar un aspecto natural. Causan el efecto contrario al maquillaje que usamos en el día a día -que desgasta-, en este caso tiene unas propiedades que conservan y evitan la descomposición”, relata. Esta característica es útil, por ejemplo, para el trabajo de los forenses cuando hay un crimen o es necesario realizar un peritaje, ya que permite que se intervenga igual a la hora de buscar pistas o restos. “Profesión imprescindible” No es habitual pensar en la muerte, reflexiona la tanatopractora, pero situaciones como la pandemia, ponen sobre la mesa nuevas circunstancias: “Ha quedado demostrado que fallecer no tiene edad. Esta profesión quizá no es muy conocida pero es imprescindible. A nadie le gusta que un ser querido se vaya destrozado”, opina. “Cuando dices que eres tanatopractora impacta, es un trabajo atípico. Aunque se nota que las mentalidades han cambiado con el tiempo y las películas americanas. Lo que no mudó es la dedicación exclusiva. Mientras que en Estados Unidos existe una única persona para este oficio, aquí somos todos polifacéticos, maquillamos pero también hacemos otros trámites funerarios”, explica Rodríguez. Así, desde que se levanta un cadáver hasta que se le da sepultura, los que se dedican a esta profesión permanecen en todo el proceso con la familia. “Es quizá gris”, reconoce, “pero el agradecimiento de los seres queridos hace que merezca la pena”, añade. Aun así, tratar con frialdad cada cuerpo es inviable. “Cuando conoces a la persona es especialmente duro y con los niños, peor”, indica. María Jesús relata que “es totalmente desgarrador tratar con ciertos cuerpos, sobre todo cuando eres madre y te pones en el lugar de la familia. Es imposible no emocionarse”. Otra circunstancia que se vuelve compleja son los suicidios. “No dejas de plantearte por qué acaba así una persona y en Ourense vemos que cada vez hay más casos de muertes autoprovocadas”, lamenta. María Jesús cuenta con entusiasmo los más y los menos de su profesión, un oficio para el que, paradójicamente, es necesaria cierta alegría: “Este trabajo te marca, pero alguien tiene que hacerlo”.