Casos como la muerte de la niña Erika, en Carballiño, pusieron a prueba la sutileza de la medicina forense

Hay muertos que no callan

Luis Piñón, padrasto de la niña Erika, y condenado por su asesinato en Carballiño en 2003. (Foto: Archivo)
Los sepulcrales silencios son cosa del pasado, en lo que a cadáveres se refiere. La medicina forense ha avanzado al punto de sacar cada vez más información de los cuerpos fallecidos y de su perímetro. Julio Jiménez, subdelegado en Ourense del Imelga (Instituto de Medicina Legal de Galicia), repasa algunos de los casos que se han suscitado en la provincia en los últimos años, y que muestran hasta qué punto cada detalle, por minúsculo que sea, se transforma en una pista decisiva en manos de la ciencia.
Hay muertos que no callan. Hablan hasta delatar su misterio. Aquel ancestral mutismo de los individuos al fallecer ha sido superado. Morir ha dejado de ser óbice para opinar. Basta cruzarse con un forense. Para que un cadáver se arranque a hablar, ‘lo más urgente es determinar la fecha de su muerte’, señala Julio Jiménez, forense y subdelegado del Instituto de Medicina Legal de Galicia en Ourense. ‘Temperatura corporal y rectal, temperatura ambiente, rigidez de cada grupo muscular, coloración de piel, mucosas, livideces’. La suma de estos elementos da la hora como un reloj. A menos que ‘actúen la putrefacción y los insectos’.

Una vez que el muerto declara la hora, hay que advertir las manipulaciones que hayan podido producirse. ‘Un cadáver desplazado nos puede despistar’. Julio Jiménez recuerda el caso de Erika, la niña aparecida muerta en un contenedor de Carballiño en mayo de 2003. ‘Murió en un sitio pero apareció a kilómetros de distancia’. El traslado se produjo en un camión de basura, y eso le causó multitud de golpes durante el viaje, poco después de fallecer, ‘pero nosotros debíamos hallar las lesiones que produjeron la muerte. Hallamos un mapa de lesiones amplísimo, incluso con semanas de antigüedad. Aunque el cadáver habló. ‘Localizamos una lesión en la que ya había epitelio de cicatrización, lo que quiere decir que esa herida era antigua, que estuvo separada y que no se hizo un buen tratamiento, y además se veía’. Es decir, la persona que tenía acceso a la niña, la conocía. Y no hizo nada.

Determinada la hora de la muerte e identificado el individuo, es el momento de buscar la causa: si es homicida, natural, suicida o accidental. Si es lo primero, ‘reconstruimos los acontecimientos en el mismo lugar de los hechos’. Se hace una aproximación y se preservan los vestigios. No se toca nada. La Policía recogerá huellas. Es clave fijar la relación cronológica. Se fotografía y filma la escena. Se intenta la reconstrucción. ‘Qué pasó, qué hizo antes, cómo llegó hasta allí, estaba solo o podría haber más personas, posición de la víctima y agresores, intencionalidad, mecanismos, lesiones de defensa...’, relata el forense.

El poder de la sangre

Entre otros elementos, la sangre aporta una información transcendental. Si cayó por goteo, escurrimiento o salpicadura es información. La dispersión puede decir si lo mataron de pie o sentado, si estaba a determinada altura, dónde se encontraba la víctima y por tanto desde dónde actuó el agresor.

‘Hubo un caso curioso en Ourense -recuerda Julio Jiménez- en el que encontramos a un hombre muerto en la cama. Tenía una herida en la cabeza. ¿Homicidio, accidente? El caso es que había sangre por toda la casa. Finalmente determinados que se había levantado por la noche, se golpeó en la cabeza, regresó a la cama y murió. Un accidente. Pero un policía encontró una gota de sangre descolocada. Pasamos horas buscando una respuesta. Nada’.

Hace años apareció un hombre carbonizado en su vivienda de Untes. ¿Estaba vivo cuando ardió? ¿Lo mataron y luego la dejaron allí? ‘En la autopsia supimos que estaba vivo cuando ardió porque apareció carbonilla dentro de los alveolos. Es decir, respiró. La ropa que tenía encima indicaba que estaba durmiendo’. Había hablado.

Delgada línea entre suicidio y accidente

Años atrás, un hombre se precipitó por el hueco de la escalera. ‘La puerta de casa estaba cerrada y él había aparecido cinco pisos más abajo’, señala Julio Jiménez. ¿Lo tiraron, se tiró, se cayó? ‘Tenía múltiples traumatismos pero no hacían pensar en el homicidio. Podían haberlo empujado, pero nadie oyó nada. Buscamos en la puerta y no vimos signos de lucha o resistencia’. Había que determinar entre accidente y suicidio. No se pudo. Aunque ‘los signos indirectos me hicieron sospechar de lo segundo. Por la personalidad extraña de la víctima y porque estaba bien vestida, y en el interior de la casa hallamos documentos, cartillas bancarias, seguros, todo apilado’.



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