Pocos inventos han llevado tras de sí la construcción de modernas arquitecturas garantes de una exhibición digna. El éxito del cine llenó de salas la provincia, hasta 55, en 23 localidades, hoy quedan 2. En la ciudad, de 19, uno.

No todos los finales son 'happy end'

El Teatro Principal, de 1839, fue inaugurado como teatro; sufrió numerosas reformas, en una de ellas, para adecuarlo al cine quitaron las plateas del primer piso.  (Foto: ARQUIVO HISTÓRICO PROVINCIAL)
En un relato no sólo importa el final, sino también las partes intermedias y el principio. Si en una historia como la del cine en Ourense nos cuentan el final rápidamente llegamos a un desenlace ya visionado. Pero como toda buena historia tiene un inicio, un nudo, y hasta meandros, antes, es mejor ir por partes.
Los tiempos, los hábitos, cambian. Si en los setenta -es un ejemplo- la proliferación del cine de arte y ensayo -en cineclubes- se convirtió en actitud, en un marchamo de progresía diferenciadora, hoy, con los nuevos medios de divertimento, próximos e interactivos, se ha constatado -en los más jóvenes- cambios, como que les cueste prestar atención al discurrir de una película. Y no digo más, que íbamos a hablar de cines en Ourense.


POR EL PRINCIPIO

Lo cuenta Anselmo López Morais, en este mismo periódico, en un alejado 1962, hablando de cines y teatros; algunos eran lo mismo. Cuando en el antiguo y hermoso Teatro Principal, de 1839, se dieron las primeras reformas, se desprendieron de una aparatosa lámpara de araña de luces de petróleo que colgaba del techo. Por el hueco del estropicio contemplaban todas las sesiones los familiares del dueño, construido como muestra de venganza y poderío por Santiago Sáez, a quien por un día le negaron la reserva en el modesto teatro sito en la antigua plaza del Recreo, que ya no fue rival. Se tapó el hueco y se encargó un nuevo decorado al pintor Parada Justel; del edificio de cuatro plantas se quitaron las plateas del primer piso para hacer más grande el patio de butacas, y todo para degustar una nueva experiencia. Al apagar las luces una formación de soldados de caballería a pantalla completa avanzaba hacia el público provocando el estrépito del personal; menos mal que la primera proyección versaba sobre unas inocentes siemprevivas.

El éxito hizo proliferar el cine en barracas, la primera en la Alameda, que duro poco, porque el dueño era carero, 15 céntimos por sesión. En 1910, en el Paseo se inaugura el Pabellón Luminoso, alternando cine -según el relato de Morais- con variedades dirigidas por Primitivo Vidal, su propietario. Poco después, al lado de lo que sería más tarde el cine Losada se instaló la Barbagelatta, que ilustró Carlos Casares en Ilustrísima. Barbagelatta era el nombre del dueño, antiguo domador de fieras, por eso tenía a la puerta del cine dos leones como reclamo. Más tarde llegarían otros, el Pinacho, en madera con muñecos pintados en azul y rosa que bailaban siguiendo una música pegadiza; y también el Moderno era de la época. Al desaparecer el Barbagelatta, en el mismo lugar, también en madera aunque más suntuoso, se levantó el Salón Apolo, 1916, que se lo llevó una riada en 1926.

Hubo más proyectos de cines en barracas, según Morais, con poca vida, en el Liceo, en la antigua calle del Instituto, en la de Reina Victoria. Al aire libre, el Buenos Aires, en lo que sería más tarde el Xesteira; otro en la Alameda; en A Ponte, el Riandi, frente a la iglesia parroquial. El Airiños -1959- sería el último de los cines conocidos al aire libre.

El cine Losada -1928- fue pionero en la instalación de atractivas cartelerías en la fachada, también en el cine sonoro; enmudeció con el cambio de siglo.


FIN DE RELATO

El cine Xesteira, 1941, obra de Mariano Sánz Rodríguez, era la joya de la corona, espacioso y elegante. Formaba parte de la idiosincrasia de los ourensanos, el color, el cinemascope, allí se vió por vez primera; en el 2000 la empresa Fraga le cerró las puertas. El Mary y el Avenida casi se inauguran a la par, 1946 y 1948, siendo obra de un gran arquitecto, Reylén. El Yago, 1949-1962, con dos proyectos previos diferentes dejó impronta en A Ponte. Pequeno Cine, el Duplex, Novocine y Duplex, aunque de vida corta. El último proyecto, el Cinebox, 2001, el único que queda, continúa con la proyección.

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