Deambulando

El sol, en los ocasos y en las culturas

Veraneantes contemplando un clásico ocaso del Sol desde el Esteiro de Faro en la Mariña lucense.
photo_camera Veraneantes contemplando un clásico ocaso del Sol desde el Esteiro de Faro en la Mariña lucense.
Esto de las puestas del Sol está más en boga por estas costas que los mismísimos mellores bancos do mundo

Aquello que se decía de “Salga el sol por Antequera y póngase por doquiera” podría ser de aplicación para todos cuantos ortos y ocasos del sol en todas partes se dieren. Los famosos ocasos atlánticos que tenían su mito en el finis terrae galaico, la actual Fisterra, tanto dio para literaturas y mitos que aún funcionan asociados muchos de ellos a un Camino de Santiago que no moría en el mítico sepulcro del apóstol sino que había de cumplirse el rito en las puestas de Sol del imponente cabo.

Alme, sole, nihil viseris maior urbe Roma (¡Oh benéfico Sol, nada visitarás más grande que la ciudad de Roma!), así comenzaba Horacio, el más excelso de los poetas, una oda magistral, el llamado Carmen Seculare, o el poema del siglo, para conmemorar la fundación de Roma en la era de la pax augustea cuando el templo de Jano permanecía cerrado, excepcionalmente, cuando las guerras de expansión habían concluido y los habitantes del limes o frontera romana del imperio estaban pacificados, aunque difícil de creer esto de fronteras sin guerras.

Esto me traía a la memoria cuando contemplando el ocaso del sol por el occidente más allá de los aguillóns o puntiagudos islotes del Cabo Ortegal. Una puesta llena de matices con el fondo de la mar Atlántica, en la playa del Esteiro de Bares, con un primer plano con docenas de surfistas cabalgando las olas donde tantas historias de naufragios y hechos bélicos, que no hay ni mar ni costa sin ellos. Se decía de los antiguos moradores de estas costas, como los de todas, que atraían a los nautas a los escollos con el ánimo de despojar y tal vez asesinar a los náufragos y arrebatarles sus pertenencias, encendiendo nocturnos fuegos como cebo.

Esto de las puestas del sol está más en boga por estas costas que los mismísimos mellores bancos do mundo, que cualquiera lo es para el que lo coloca y para el que lo usa; se utilizan, muchos de ellos, para contemplar esos ocasos, aunque al Sol, ajeno a la admiración que despierta, en nada tiene a todos a esos contemplativos. El sol continuará su movimiento de traslación con todo su sistema de planetas y satélites girando en torno a él. Nada interesamos al gran astro del viento cósmico del que procedemos.

Esta costa cantábrica y la atlántica están plagadas de mellores bancos do mundo o de the best bank of de world, como los más exóticos se intitulan.

Una obviedad decir que el sol es fuente de vida y esa misma obviedad hizo que en todas las culturas se le tuviese como a un dios: los egipcios honraron a Ra como el supremo; los aztecas lo reverenciaban de tal grado en unos colosales recintos sagrados que siempre presidían dos pirámides: la del sol, y otra más pequeña, la de la luna; otras culturas mesoamericanas, también; los incas en Perú con la iconografía; otra cultura entre los Andes y el Pacífico, la de Caral Supé, muy anterior a la incaica, con enormes recintos religiosos y grandes pirámides, probablemente antes de las egipcias, 5 o 6.000 años A.C., una cultura que supo hacer de esa tierra desértica un vergel aprovechando las escorrentías andinas de sus neveros para canalizar las aguas y desarrollar una agricultura que sorprende incluso a los estudiosos de las Mesopotámicas donde nació la escritura… y dicen que la agricultura. Habrá que revisar la Prehistoria, como todo, a la vista de los nuevos hallazgos.

Anda por estos pagos veraniegos la gente apostada para contemplar las puestas de Sol que un clásico en o mellor banco O Picón, en Esteiro de Faro de donde se expone esta foto del ocaso, como en tantas costas, montañas, valles. El sol se venera como a un dios, y en las modernas sociedades, en el culto a la playa. Los dermatólogos advierten contra los estragos en la piel de los humanos; los animales no bípedos conservan el pelo protector que perdimos cuando bajamos del árbol y empezamos a caminar y a cubrirnos de los solares rigores. Recomiendo el reciente libro de Millás que va narrando las sabidurías del paleontólogo Arsuaga para comentar “La vida contada por un sapiens a un neanderthal”, que explica a la especie humana y que un día, acaso, me atreva a resumir, de entre estas lecturas de verano, intensas, pero a tramos.

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