De la feria al parque

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n la historia del Parque define o, por lo menos, acentúa una época.
Podría ser interesante la comparación de los cambios expresivos de dos parajes extramuros del Orense tradicional y puntos de injerto del Orense progresivo: la Huerta del Concejo y el Campo de San Lázaro. En ambas la urbanización desterró en tiempos diversos y lentamente las composiciones aldeanas. El nuevo valor de la Huerta del Concejo, aún a principios de nuestro siglo llamada 'O Torrón' por los aldeanos muy viejos, se debe al trazado de la carretera de Vigo y Castilla. La atracción del ferrocarril influyó de modo esencial en el destino del secular campo de la Feria 'del Siete'.

Desde la Plaza mayor las damas y damitas del 1830, del 40 y aún de bastante después, pasaban el Orense moderno, de prisa y sin fijarse en recuas, maragatos, olores de frituras y desmedidas retóricas, por la Huerta del Concejo para solazarse en la breve elegancia de salones de la Alameda, protegidos por unos pilares ornamentados y baja cortina de piedra como por graves suizos empelucados los salones de los palacios ciudadanos. Al campo de la Feria se iba por la larga calle de Santo Domingo, algún tiempo llamada de Acevedo en honra del héroe liberal de 1820 y tenida con razón como la más llana, larga, y a propósito para los desfiles marciales. La 'Carretera' sin terminar desempeñó por algunos años el oficio de paseo arbolado, singularmente hermoso en contraste con los caminos de acceso, campesinos, ásperos y llenos de personalidad.

Tenía gracia de espino en flor de ermita de montaña la antigua de San Lázaro, menuda, blanca, con sus curvas en descenso y la autoridad, sombra y consejo de los grandes negrillos que la protegían. Hubo otra, anterior, más reparada, 'San Lázaro vello', cuyo nombre aún se conserva en zona de rápida edificación. El campo rodeado de viñas, con muy pocas casas y ninguna de verdadera intención ciudadana, ostentaba aquellos muros de cantos rodados, susceptibles finamente a las variaciones de la luz, del color del cielo, de la lluvia. Ostentaban finos líquenes de delicadas cromáticas y una humilde y decorativa vegetación muy suya. Daban otro valor táctil al paisaje. Como materiales de construcción y pavimentación han desaparecido por completo o casi por completo. Y con ello varió en proporciones mínimas pero apreciables la luz orensana. Se complacía en acariciar los 'pelouros' mate o brillantes que denotaban la naturaleza del suelo, donde prospera el nuevo Orense. El ensanche oscuro prolifera sobre porciones de la gran terraza lenticular del Miño por el río cauzada y dividida, mientras el Orense tradicional se asienta en roca firme de cuesta, rayada por la erosión de las aguas, a cuya luz, en parte, se ajusta el trazado de las calles.

Rodeaban el campo de la Feria viñas de antiguos emparrados sobre 'esteos', con bancos y mesas de piedra, presales, bordes de alcachofas. La alcachofa y la higuera, ésta al lado del pozo o la fuente, eran, con algunos complementos de rosales, características de las viñas orensanas. En una de las de San Lázaro se levantó, un poco retirada, la primera fundición de Malingre. Sus ahumadas paredes aun perseveraban en los comienzos de nuestro siglo.

Decoraba el campo su rico conjunto de olmos, robles, algunos 'gruñeiros' y sauces. Sus frondas se acompasaban sobre las variaciones estacionales de las viñas.

Los señores muy viejos que a fines del XIX recordaban el clero formado en la escuela del obispo Quevedo, los ajusticiamientos en la Huerta del Concejo, la noche misteriosa del Orense con sus puertas decoradas por arcos, discutían sobre el 'progreso' de la ciudad. En conjunto dominaban los escépticos. Una parte de la opinión no aceptaba la idea de establecer en la margen orensana del río -y muy cerca de la ciudad por el relieve- la estación del ferrocarril. No podríamos determinar ahora la aproximada cuantía de aquella opinión. En todo caso no decidió el emplazamiento del centro ferroviario.

Hubo oposición al rompimiento de los terrenos para el trazado de la 'Travesía'. Se debe el proyecto al ingeniero don Enrique Trompeta. La denominación expresiva, se cambió en calle del paseo. Mejoró en sustantividad urbanística. La Travesía atacó de flanco la vida de la Feria. Y se transtornó el ritual campesino de la Fiesta de San Lázaro, de resurrección primaveral, de impaciente sol, golpeada por alegres chaparrones, sobre los apretados coros de devotos, la alegría de los niños, el tocar el Santo, la parroquia vuelta por una mañana iglesia de aldea.

Según las horas y los afanes, la Feria palpitaba con diverso ritmo. Antes de las campanadas de las doce latía nerviosa, enérgica, discutidora. Al deshacerse flotaba con las primeras luces de las calles afluyentes una sensación de tristeza, como de campamento deshecho.

Hoy, entre las altas y claras edificaciones, se hubieran sorprendido los señores de otro tiempo, no ya los absolutistas rasurados y los moderados de 'bigotillo de moco', sino los mismos primeros bugallalistas, los posibilistas de Castelar y los suscriptores de 'La Nueva Epoca'. Impuso su claro y bello argumento a la clausura. Las instituciones oficiales se afirmaron. Ya no es 'campo' pero tampoco 'Parque'. Está muy próximo a ser la plaza central de la ciudad. Sobreviene para siempre la advocación del 'San Lázaro', y crece en los pinos de Montealegre la ilusión de no morir de viejos sin proteger juegos de niños y recuerdos de ancianos en el parque libertado del tiritar de la niebla y del aire de horno del verano.

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