PSICOPEDAGOGÍA

Educar y humanizar

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photo_camera ¿Qué queremos para el futuro de nuestros hijos?

Como educadoras/es debemos preguntarnos qué deseamos para el futuro de nuestros/as hijos/as y alumnos/as

Como todos los años niñas/os y adolescentes regresan a las aulas. Comienza un nuevo curso con un sinfín de nuevos contenidos que aprender y exámenes que superar. Probablemente, todo ello contribuirá a formar ciudadanos/as preparados/as para afrontar los retos laborales que les depara el futuro.

Sin embargo, habitualmente olvidamos que educar va mucho más allá de instruir. La máquina de la escuela, como en su día criticó Tonucci, ha sobredimensionado la dimensión racional del alumnado en detrimento de su desarrollo emocional. Asimismo, la formación de esta dimensión racional no ha sido ni es para nada neutral.

La supuesta objetividad del contenido “puro” y “duro” se empapa necesariamente de la ideología de un determinado modelo educativo, incidiendo en un reforzamiento de los valores y expectativas más acordes con los intereses hegemónicos de cada momento socio-histórico, de los que ni el colectivo docente ni las propias familias son plenamente conscientes. Pues ni la educación puede ser instrucción pura, ni la instrucción pura es posible. En educación no es posible no optar, por lo que es mejor que los valores que merecen ser trabajados en la escuela salgan a la luz y sean explicitados. 

DESARROLLO PERSONAL

Como educadoras/es debemos preguntarnos qué deseamos para el futuro de nuestros/as hijos/as y alumnos/as. Su desarrollo y éxito profesional será importante, pero ¿qué decir de su desarrollo personal?, ¿no es acaso tanto o más importante? Tristemente en relación a la dimensión emocional impera el analfabetismo y la autodidáctica. En la escuela, tradicionalmente se pregunta al alumnado “¿qué piensas?”, pero casi nunca se formula otra cuestión no menos importante “¿qué sientes?”.

Tal vez el panorama económico y social que sufrimos, el capitalismo feroz del sálvese quien pueda, robe cuanto más mejor sin importar que ni a quien, sea el resultado más palpable de este modo de hacer “educación”. Lo que parece poner de relieve otra importante cuestión, que no es posible ser excelente en ningún ámbito vital, incluido el  académico y el laboral, si no desarrollamos nuestra dimensión emocional.

Así, la educación que se hace tanto dentro como fuera de la escuela debe confluir en otra dirección, pues el atajo de la supuesta excelencia académica y laboral no parece habernos llevado muy lejos. Ya en 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos señalaba en su artículo 26 que el derecho a la educación tiene por objeto el pleno desarrollo de la personalidad y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos  y a las libertades fundamentales.

Asimismo hace ya casi 20 años el Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre Educación para el siglo XXI, conocido como Informe Delors o “La educación encierra un tesoro” identificaba cuatro pilares claves del proceso educativo: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos/as y aprender a ser, estos dos últimos orientados a la valoración de la diversidad y al desarrollo de la autonomía moral

INTELIGENCIA EMOCIONAL

No es difícil ver que este edificio nuestro “de la educación” cojea de dos de sus patas. Así, la educación de niños/as, adolescentes y jóvenes debe ser mejorada, orientándose especialmente a la construcción de su inteligencia emocional. Este término, que popularizó en los 90 Daniel Goleman, se refiere a la forma de interactuar con el mundo que tiene en cuenta los sentimientos y engloba dimensiones tales como el control de las emociones y el desarrollo de las habilidades sociales, especialmente de la empatía y la asertividad. Su déficit repercute de forma global no solo en el éxito personal sino también en el académico/laboral, incluso por encima del tan apreciado coeficiente intelectual. Y lo mejor de todo es que la inteligencia emocional, como casi todas las inteligencias, puede promocionarse y aprenderse.

Ha llegado septiembre, y con él, una nueva oportunidad para repensar la educación que queremos para nuestros/as niños/as adolescentes y jóvenes. En la encrucijada entre educar/humanizar/liberar e instruir/adoctrinar, no olvidemos que la verdadera educación es aquella que promociona el desarrollo de la dimensión humana en toda su amplitud y riqueza, y no sólo su dimensión racional. La verdadera educación es, en definitiva, aquella que fomenta el desarrollo de la autonomía moral, el pensamiento crítico y la lucha contra la desigualdad social. Como defendía Paulo Freire, la educación necesita tanto de formación técnica y científica como de sueños y utopía. Esta utopía debe ser entendida necesariamente como realidad posible, como crítica a la realidad existente y alternativa a la misma. El camino, no me atrevería a negarlo, es largo y está lleno de obstáculos, pero ponerse en él es ya más de la mitad del trayecto andado. 
 

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