XORNAL ESCOLAR

No más bullying

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photo_camera Una niña sola en el parque.

Fomentar el valor de la diversidad y promover la inteligencia emocional: la mejor arma para combatir el acoso escolar

El maltrato entre iguales o bullying ha adquirido un progresivo interés social y científico desde los estudios pioneros llevados a cabo en el norte de Europa en la década de los 70 del siglo XX. En España, el suicidio del joven vasco Jokin en 2004 marcó un antes y un después en el estudio del bullying, funcionando como revulsivo para el debate social y el interés investigador. No obstante, este creciente interés no debe darnos la falsa impresión de que el bullying es un fenómeno reciente, pues es tan antiguo como la propia escuela. Sabemos que el bullying causa un terrible dolor a los niños/as y adolescentes que lo sufren.

¿Qué es el bullying?

El bullying es un subtipo de comportamiento violento que afecta a la dimensión física, psíquica y /o social de la víctima, habitualmente de carácter repetitivo y prolongado en el tiempo. De carácter deliberado y enmarcado en el desequilibrio de poder entre el agresor/a y la víctima. Sin duda, es este desequilibrio de poder lo que diferencia al bullying de otras situaciones de conflicto o agresión en la escuela. A veces este desequilibrio es obvio, por ejemplo cuando un/a adolescente es físicamente menos fuerte que otro/a; otras veces es más sutil, como cuando la víctima pertenece a un grupo social minoritario, por ejemplo adolescentes LGBT, inmigrantes o con diversidad intelectual y/o funcional.

Tal vez uno de los grandes peligros del fenómeno bullying sea su sutileza insidiosa y las dificultades de educadoras/es, madres y padres para identificarlo. Así, tal y como se ha señalado, el maltrato entre iguales no necesariamente implica agresiones físicas, pero sí exclusión y aislamiento social, así como bromas, motes o maledicencia,  a veces incluso de tipo “virtual”, como es el caso del “cyberbullying”  –que no lo convierte en menos “real”-. Situaciones que no llaman la atención porque supuestamente reflejan experiencias “normales” de la vida escolar que curten el carácter de adolescentes y jóvenes, pero que desembocan en no pocas ocasiones en resultados fatales como el suicidio.

Así ha sido el caso del catalán Alan, adolescente transexual de 17 años, que el 24 de diciembre no pudo soportar más una vida marcada por el acoso escolar y murió tras una sobredosis de pastillas. Insultos como “marimacho”, “lesbiana de mierda”, o agresiones físicas como levantarle la camiseta y decirle “¡cómo es posible que vayas por la vida de hombre si tienes tetas!” contribuyeron sin duda a este desenlace. O el caso de  Diego, madrileño de 11 años, que el 14 de octubre tras una carta en la que decía “Ya no aguanto ir al colegio y no hay otra manera para no ir”  se tiró al vacío desde un 5º piso; o de Arancha, de 16 años, con diversidad intelectual y funcional, que en mayo se despedía de sus compañeras a través de WhatsApp con un “Estoy cansada de vivir” antes de arrojarse por el hueco de las escaleras de un 6º piso en Madrid.  Desafortunadamente, cualquier diferencia que separe a un niño/a de la “norma” puede ser un factor clave que desencadene el bullying. Pero ¡ojo! no es la diferencia de la víctima la causa del bullying, sino el sexismo, la homofobia/transfobia y en general la actitudes negativas del grupo hacia la diversidad en todas sus manifestaciones.

¿Cómo podemos  proteger a niñas/os y adolescentes de esta lacra?

No existen recetas mágicas. Lo primero y más importante es fomentar una cultura de convivencia escolar que implique una apuesta explícita por fomentar actitudes de tolerancia en positivo hacia la diversidad y que debe complementarse con el desarrollo de la inteligencia emocional del alumnado, prestando especial atención a la empatía y a la asertividad. Esta cultura de la convivencia no debe ser un “simple papel mojado” plagado de buenas intenciones, sino que debe concretarse en planes formativos orientados a toda la comunidad educativa y en protocolos viables de tolerancia cero.

Planes llevados a cabo de forma transversal en todas la materias escolares -la recientemente eliminada “Educación para la ciudadanía” constituía un lugar privilegiado para ello- y actividades extraescolares. Por su parte, la familia, además de una formación en valores de igualdad y tolerancia, debe estar atenta a señales que podrían indicar una posible situación de bullying, tales como cambios de comportamiento, tristeza o humor irritable, problemas psicosomáticos, ausencia de relaciones con compañeros/as o rechazo a ir a la escuela. En cualquier caso, no es mi intención dar un recetario de síntomas que podrían disparar las alarmas, sino llamar la atención sobre la importancia de crear un clima de afecto y confianza que facilite la comunicación entre el niño/a y la familia.

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