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Las semillas de la violencia

Educar para la igualdad es educar para la no violencia: hagamos de la educación la mejor arma para combatir la violencia de género

Hoy se celebra el día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer en honor a las hermanas Miravall, tres heroínas dominicanas que en 1960 fueron encarceladas por su activismo contra el régimen de Trujillo y que, tras adquirir gran fama y aprecio popular, fueron puestas en libertad el 25 de noviembre de ese año, ordenando el régimen su violación y asesinato, simulando un accidente. 

Más de medio siglo después, la ONU alerta de que la violencia contra la mujer es una pandemia global y que hasta un 70% de las mujeres sufre o ha sufrido violencia a lo largo de su vida. Siendo el número de muertes de mujeres por este motivo el que muestra la cara más virulenta de este fenómeno. Así, si tomamos como referencia las estadísticas en España publicadas por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad (2015) un total de 614 mujeres han muerto por violencia de género en la última década, 48 de ellas en el último año y 8 en la última semana. 

VIOLENCIA DE GÉNERO
Pero ¿cuál es la causa de este gravísimo problema que socava la salud de la sociedad? ¿Cuáles son las semillas de esta violencia? La respuesta a estas preguntas es crucial, pues sólo conociendo su origen podremos combatir esta pesada lacra. La Declaración de la IV Conferencia Mundial sobre las Mujeres celebrada en Beijing (1995) señalaba ya que la violencia contra la mujer es una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres, que han conducido a la dominación de la mujer por el hombre y a su discriminación, emanando de las prácticas culturales que perpetúan la condición inferior asignada a la mujer en la sociedad. 

Es por tanto la sociedad patriarcal, y no la biología, la que convierte a la mujer en el “Segundo Sexo” tal y como destacó Simone de Beauvoir (1949). Siendo el proceso de socialización diferencial de género y las actitudes sexistas y homófobas que de él se derivan, la clave para comprender el fenómeno. Este proceso se inicia desde el mismo momento del nacimiento y se prolonga a lo largo de toda la vida. De modo que los diferentes agentes de socialización, entre los que destacan la familia, la escuela o los medios de comunicación - denominados por Teresa de Lauretis “Tecnologías del Género” (1987)-, se comportarán y tendrán expectativas diferenciales para niñas y niños, en la línea de los estereotipos y roles de género, que son las creencias sociales compartidas sobre cómo deben ser y comportarse hombres y mujeres. Así, las mujeres somos socializadas en lo doméstico, los afectos, el cuidado y el ser para el otro/a; mientras que los hombres son socializados en lo público, la lógica, la independencia y el ser para sí. Ambos prescriptiva y complementariamente heterosexuales.

El lenguaje es crucial, pues no sólo nombra la realidad, sino que la construye. El uso del masculino genérico para referirse también a niñas y mujeres refleja y reproduce la sociedad patriarcal –una crítica constructiva es que este medio valore modificar el título de esta sección-. Asimismo, el juego y los juguetes son especialmente relevantes para la formación de nuestra identidad de género. 
A tal efecto es importante una mirada atenta a los juguetes que se publicitan y compran para niñas y niños: muñecas, cocinitas, barbies y sets de belleza para ellas; juegos bélicos o de deportes y coches para ellos.

Alguna que otra excepción hay, pero convendrán conmigo que no son necesarias unas lentes sociológicas muy potentes para caer en la cuenta de que muchos de los juguetes que compramos son sexistas y constituyen un potente lecho de estereotipos, roles y mitos sobre el que se construye la violencia. Los dibujos animados, las películas y los modelos familiares son también claves. Y en el ámbito escolar, los libros de texto que presentan a niñas/os en roles tradicionales, así como un currículum explícito que obvia las aportaciones de las mujeres a los diversos ámbitos del conocimiento o la inactividad de los/as docentes ante situaciones sexistas y homófobas contribuye sin duda a la formación en la desigualdad y la violencia. 

Desde luego el problema no reside en la diferencia, sino en la imposición de una identidad que coarta las potencialidades de niñas y niños; y especialmente en la desigualdad, pues este proceso no sólo crea identidades diferentes sino desiguales, donde unas están subordinadas a las otras. Resulta paradójico e hipócrita que nuestra sociedad declare la tolerancia cero al asesinato de mujeres o a los crímenes homofóbicos, y que al mismo tiempo contribuya a transmitir actitudes sexistas y homófobas que constituyen las semillas de esta violencia.

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