Cartas al director

Diarangen habla en la lengua cervantina

Margarita está linda la mar/y el viento, /lleva esencia sutil de azahar; /yo siento/en el alma una alondra cantar; /tu acento/ Margarita te voy a contar/un cuento” ( A Margarita Debayle”, Rubén Darío).

 Otro escritor nicaragüense a mí me ha contado más de un cuento. Lo ha hecho, a través de la lectura de su obra “Cuentos completos”, editada en 1998. Su autor, Sergio Ramirez. No conocía la narrativa nicaragüense. Tenía la vaga convicción de que estaba distante de la excelsa producción poética,  merced a Rubén Darío, que revoluciona la métrica en la corriente modernista; de un Ernesto Cardenal, el poeta exteriorista que encumbra al epigrama.

Me extrañaba que por el  estrecho cordón centroamericano no hubiese circulado la narrativa del realismo mágico, que fluía desde México a Sudamérica. Pueblos de similares culturas, mismas lenguas, y una misma naturaleza, tan  ubérrima como caprichosa, y caldo de cultivo para novelar sus mitos y leyendas, su culto a la muerte que derivó en sincretismo. Los dioses paganos exigían sacrificios  humanos, como el Dios cristiano que crucificó a su propio hijo para la redención de los mortales. El héroe indígena Diarangen reza, ahora, en la lengua del conquistador castellano con su “Credo Campesino” al Cristo de Palacagüina. Veinte años en  aquellas tierras, diez en la fronteriza Honduras avivaron más mi extrañeza. ¿Por qué siendo cuna de excelentes poetas no podría ocupar su narrativa un puesto digno en el Parnaso?

Centroamérica inspira. Así ha sido  para Javier Reverte con su “Trilogía de Centroamérica”. A Nicaragua dedica su título, “Los dioses debajo de la lluvia”. Se me ha revelado como un buen novelista, cuando le había considerado como un viajero curioso, dado a la crónica didáctica.

Sergio Ramírez, a veces sarcástico, al ritmo de fábula, adquiere esencias narrativas, exteriorizando el inframundo rural de sus gentes. Sus cortos relatos germinarán, posteriormente, en novelas, que con el tiempo más que entretener provocan. Afila estilete para combatir a la mansedumbre institucionalizada, la “masitud” de la que hablaba Ignacio Ellacuría. Son los posos amargos del sandinismo del que fue, otrora, patícipe, y, hoy, como partido, anclado en caudillaje y  corrupción. Es un Premio Cervantes 2017 más que merecido.

Curiosidades de la vida. En los días anteriores al fallo del premio, canturreaba la canción de “Nicaragua, Nicaragüita” de Mejía Godoy. Ejemplo de poesía musicalizada, si toda su patria es poesía.  Poesía que universalizó en canción Elsa Baeza,  partitura de Mejía Godoy, el citado Credo Campesino. ¿Premonición? No, simplemente, evocaba una feliz infancia, propio de un viejo al que con poco calendario de futuro, en contrapartida, le afloran los recuerdos. Ve, lector, al encuentro de Sergio Ramírez. Le encontrarás en sus libros. “El libro es fuerza, es valor, es alimento;  es antorcha del pensamiento y manantial del amor” (Rubén Darío, dixit).