Cartas al director

El pequeño Nicolás y el maese Pedro

La rocambolesca historia del “pequeño Nicolás” que hemos escuchado y leído atónitos estos últimos días, me ha hecho recordar la del Maese Pedro. No quiero decir con ello que sean idénticas, ni tan siquiera parecidas, simplemente digo que me ha venido a la memoria. El Maese Pedro que respondía al nombre de Ginés de Pasamonte, a quien don Quijote llamaba Ginesillo de Parapilla, se convirtió en un titiritero al que buscaba la justicia para castigarlo de sus infinitas bellaquerías y delitos, que fueron tantos y tales, que él mismo compuso un gran volumen contándolos. Incluso le llegó a robar el asno al propio Sancho.

Adquirió un mono a unos cristianos que venían de Berbería, que adiestró de tal modo que haciéndole cierta señal se subía en el hombro y parecía que le murmuraba en el oído. Antes de acudir a un lugar, se informaba en el sitio más cercano sobre qué cosas particulares habían sucedido en el mismo, y a qué personas. Proponía las habilidades de su mono, diciendo al pueblo que adivinaba todo lo pasado y lo presente, pero que en el futuro no se daba maña.

Por la respuesta de cada pregunta pedía dos reales, según tomaba el pulso a los preguntantes y como tal vez llegaba a las casas de quien él sabía los sucesos de los que en ella moraban, aunque no le preguntasen nada por no pagarle, él hacía la seña al mono y luego decía que le había dicho tal y cual cosa, que venía de molde con lo sucedido. Con esto cobraba crédito inefable.

Otras veces, como era tan discreto, respondía de manera que las respuestas venían bien con las preguntas y como nadie le apuraba ni apretaba a que dijese cómo adivinaba su mono, a todos hacía monas y llenaba sus esqueros.

Todo esto me lleva a dos conclusiones: la primera y más triste, la poca credibilidad de la que gozan en la actualidad las más altas instituciones del Estado. Creo no confundirme si digo que la versión del “pequeño Nicolás”  -acusado de estafa, falsedad y usurpación de identidad, a quien el forense detectó ideas delirantes megalomaníacas- estaba empezando a parecer verosímil entre gran parte de la ciudadanía, acostumbrada ya a cualquier cosa por sorprendente que parezca, de ahí los numerosos e inéditos desmentidos oficiales dado el cariz que ha tomado el asunto, ante la gravedad de las acusaciones, de algo que un primer momento se calificó de surrealista. Y la segunda y quizá más acertada, es que todo apunta a que un mono o posiblemente más de uno, tuvo que susurrarle al oído a este veinteañero, como a Ginés de Pasamonte, de ahí mi recuerdo del pasaje quijotesco genuinamente español.