Cartas al director

Lazo amarillo

Tengo derecho a defender mis convicciones y su legitimidad como persona con todos mis derechos democráticos reconocidos, y siempre dentro de lo tan vapuleado que es la libertad de expresión. Valga la redundancia.

Viene esto a cuento de que me he acordado de mi madre, costurera, modista o “sastresa” como dicen ahora con la moda, de máquina de coser ambulante a la espalda. Lo hacía bien convirtiendo los pantalones o vestidos de los padres en otros nuevos para los hijos e hijas, también camisas y otras más cosas de la vestimenta o ajuar precisos y necesarios de las familias de aquellos tiempos.

De cuando en vez, nos recordaba, al pasar por delante de alguna que otra casa, en donde trabajara los trabajos que pasara para tirar la comida que le daban -famosas eran las papas de cierta casona- sin que se dieran cuenta de lo mal que estaban hechas. Intratables e incomestibles pese a la riqueza que ostentaba.

Ya digo que le daba bien a todo, pero especialmente a los pantalones, a los que hacía caer bien, es decir, que tuvieran caída, como ella le llamaba al tiro o pretina. Alguna que otra vez me tiene arreglado lo que el sastre no hiciera bien.

Por eso ahora, al ver en la prensa diaria y la TV la marcha del procés, he acordado, siempre dentro de la libertad de expresión que me ampara, ponerme el lazo amarillo, no en la solapa, sino allí, allí mismo en el susodicho tiro y poder lucirlo dentro de este estado democrático que me ampara.

¿Acaso no estoy en mi derecho?