Cartas al director

Hay crítica

Camisa, pantalón, sábana y trompeta forman toda la utilería del solo que se presentó el 6 del corriente en el Teatro Principal de Santiago. Un notorio periodista exigía del crítico que publicara al día siguiente su opinión para que todos supieran pronto qué debían pensar de la pieza. Bueno, habrá quien disfrute reviviendo lo acontecido antes de contarlo. O quien no desee reconducir las opiniones ajenas.

La danza en sí fue transformándose en varias fases y, al caer el telón, se dio un coloquio entre el público y las dos protagonistas del solo: la intérprete -Alejandra Balboa- y la compositora de la idea y su expresión -Nuria Sotelo-. El trabajo, que incluiría la puesta en común de intimidades, técnicas y vivencias, se disfrutó en un retiro rural en Amiadoso, cerca de Allariz. Por experiencia, se diría que estos coloquios tras los espectáculos suelen ser vanos, tópicos o redundantes. Como replicara una diva: “No querrá usted que le resuma en cuatro palabras lo que he bailado durante una hora…” Sin embargo, en este caso, enriqueció la velada de los presentes al menos en tres apartados: el práctico, el compositivo y el filosófico.

El práctico, pues al comentario admirativo sobre la melena de Alejandra Balboa, no hubo reparos en compartir la marca del suavizante empleado. El compositivo, sobre todo en la pregunta de una espectadora francesa, a la que desenmascaraban su acento y su estricta racionalidad: deseaba jugar a adivinar las esculturas o cuadros revividos en una de las fases de la pieza, la de los desnudos parciales. La respuesta fue escueta: se habían encontrado, habían aparecido, son los iconos que nos acompañan entre nuestros conocimientos y que se nos aparecen de vez en cuando. El filosófico tuvo que ver con la posible trascendencia del título de la pieza -Mortáis e vulnerables- que se anula en su propia interpretación, pues parte de la humilde conciencia de que cada cual lo es. No es eso justificación de drama sino constatación del pasar de la vida. Diríase con ecos estoicos…

La primera fase de la pieza parece basarse en lo evidente: el cruce de miradas entre público e intérprete. Es pues una presentación que implica el ir acostumbrándose a la presencia del otro. Después, quizá viene el momento en que el movimiento se justifica por sí mismo: este es el léxico que empleo cuando me expreso con el instrumento bien afinado de mi cuerpo. Luego, quizá, tomando la sábana, se suceden, como en un juego de intimidad doméstica ante el espejo, esas esculturas y cuadros. Curiosamente, entre el público, hubo quien reaccionó saliendo discretamente de la sala. Sentimientos también respetables. Tal sigue siendo la fuerza expresiva de esas imágenes o la forma de representarlas. Más tarde, esa misma sábana se blandía y se hacía girar en el aire incluso con cierta violencia, quizá reivindicativa, y hasta la extenuación. Y finalmente, un ritmo de balanceo más suave despide la pieza, el tiempo compartido con el público, con cercana calidez.

La simplicidad de la pieza parece pues real. Pero, en cierto momento, se produce una sorpresa, casi un susto, también simple -bueno, depende de un electro-imán-. Y es ese efecto escénico el que te recuerda con sutileza que se trata de una obra de arte… que incluso esa sencillez es solo aparente.