Cartas al director

Pasión por la ciencia

Uno de los pactos de estado largamente añorados es el de la educación. Parece ser que en algún momento hubo un acuerdo para mejorar la educación y la formación del profesorado, pero a día de hoy seguimos esperando la plasmación de ese acuerdo. Cuando el ciudadano desconfía de la “política” de los políticos tiene sobradas razones para ello.

Siendo los españoles seres pasionales, así los atestigua la historia, dicha pasión no se ha focalizado preferentemente en la ciencia como estrategia para el desarrollo de la sociedad. Salvo algunas excepciones, los grandes científicos se han visto obligados a buscar el reconocimiento a su labor en el extranjero. El punto de partida de la reforma educativa debería comenzar por desarrollar la pasión por la ciencia.

Hacer de la ciencia una religión y de la religión una ciencia, requiere reorientar su actitud vital frente a la sociedad. Habría que modificar el mismo concepto de religión. Lutero, el papa Juan, así como el papa Francisco nos llaman a esta modificación. Es ingenuo enfrentarse a dicha reforma sin resituar la estructura misma de la concepción del educador. 

La sociedad ha acuñado el nombre de intelectual a aquel que elabora grandes sistema en contestación a las ideas dominantes. El ourensano Paco Bobillo de la Peña, entre otros, sostenía que todos los hombres y mujeres son intelectuales. Todos ellos han de elaborar, de forma creativa, nuevas propuestas para vivir mejor en un trabajo de superación hacia el progreso. El maestro, cualquiera que sea su posición en el sistema educativo, no es el mero transmisor de conocimiento y su inculcación, sino creador de la pasión crítica, de conocimientos nuevos más satisfactorios para la sociedad.