Cartas al director

La recuperación de los valores tradicionales

Es un lugar común reconocer la suplantación de los valores tradicionales que han servido para establecer el entramado de nuestra sociedad. Se impone de manera aplastante el consumismo, el individualismo, la marginación del diferente, el olvido del exiliado, el empobrecimiento de la solidaridad, la pérdida del sentido de la resignación. ¿Es esto también la representación del cambio de ciclo económico?

A mi modo de ver, hoy día cualquier aproximación al problema de los valores tradicionales, debe empezar, ante todo, por profundizar en la asociación que se suele establecer entre éstos y los derechos del hombre. La sociedad de hoy se nos presenta como una máquina de triturar la tradición, pero al mismo tiempo nos ofrece una posibilidad para construir otro modelo de sociedad.

Los derechos se atribuyen al hombre o emanan de él tan sólo en la medida en que éste es el fundamento del concepto de ciudadano, fundamento destinado a disiparse directamente en este último. Sólo comprendiendo esta función histórica esencial que desempeñan las declaraciones de los derechos, pueden entenderse también su desarrollo y metamorfosis en nuestro tiempo. El hombre número, el de las estadísticas, es una forma de exilio del hombre real, concreto; es la exhibición del extrañamiento del valor de la persona. Recuperar los valores tradicionales requiere que la persona vuelva a ser el centro de la actividad social y económica de la sociedad. Lo “otro” tan presente en los medios de comunicación hoy, no es recuperación sino la vuelta al mundo del hombre y de las mujeres sin atributos, al universo de los exiliados, de los eternos viajeros sin destino. La verdadera esencia de la política del hombre de hoy ya no consiste en la simple adscripción a una comunidad determinada de valores, sino que coincide más bien con el superpolítico al margen de los particularismos sectarios. 

En el otro y en el diferente podemos encontrar en cierto modo a nosotros mismos. Hoy es más urgente que nunca el deber de reconocer en el otro y en el diferente lo que hay de común. En nuestro mundo cada vez más estrecho concurren culturas y religiones, costumbres y sistemas de valores diversos, se impone el diálogo y la capacidad de comprensión que éstas encierran.