Opinión

El piropo como galanteo

El La reciente campaña promovida por el Instituto Andaluz de la Mujer y el Instituto Andaluz de la Juventud bajo el lema “No seas animal” y con la que se pretende “prevenir una forma de violencia de género socialmente aceptada, que normaliza el papel de las mujeres como objetos sexuales” y en concreto contra el acoso a las mujeres en la calle dirigida, especialmente, a los jóvenes, ha suscitado sus pros y sus contras. Primordialmente porque una de las cuestiones que se censuran se refiere a comentarios sexuales explícitos o implícitos que los hombres hacen cotidianamente a las mujeres en las calles y alude a determinados piropos que denotan “comportamientos que no son propios de personas”

. Entre los perfiles que describe esa campaña como tal “fauna callejera” figura “el cerdo” que “te grita barbaridades”, “el gallito” que “te dice piropos a unos metros de distancia” o “el gorrión” que “reclama tu atención silbándote”.

El piropo o requiebro siempre ha formado parte de las relaciones sociales, pero siempre, como dice el DRAE, como “dicho breve con que se pondera alguna cualidad de alguien, especialmente la belleza de una mujer”, y obviamente, nunca faltando al respeto. Ya en el siglo XVIII, el “Diccionario de Autoridades”, primer repertorio lexicográfico de la Real Academia Española, se refería al requiebro como “el dicho o palabra dulce, amorosa, atractiva, con que se expressa la terneza del amor”. Y si acudimos al “Manual del Cortejo” editado en 1839, hablaba del piropo como “obsequios metafísicos -vulgo requiebros-” que “cada cual los dice según su talento, su erudición”. Y recoge que: “Hay amantes minerales que con rubíes, topacios, esmeraldas y diamantes dan requiebros lapidarios”.

Claro que todo esto, tan metafísico, nada tiene que ver con el objeto de esa campaña que quiere combatir esas frases que entiende generan violencia de género y acoso a la mujer por el contenido que encierran y que es evidente que poco tienen que ver con un mensaje de admiración y ternura o como un gesto de galanteo más propio del origen de propio piropo y que además incluso han propiciado una literatura específica, pues publicaciones sobre requiebros hay un montón desde siempre.

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