HISTORIA DE LA MÚSICA CUBANA

Y en eso llegó Fidel y paró la fiesta cubana

Al líder revolucionario no le gustaba la música popular, ni la fiesta cubana, una de las razones de enfrentarse al poder norteamericano. La Revolución castrista paró la fiesta

“Debe leerse de noche, porque el libro es una recomendación de la noche tropical”. Así recomendaba un habanero de pro la lectura de una obra apabullante, “Tres tristes tigres”. Era Cabrera Infante, firme opositor de Batista y adalid, como tantos, de la Revolución cubana. Como diplomático en Bélgica, hasta el desencanto, la Revolución se vuelve en su contra y él en contra de la Revolución.

La de Cabrera Infante es la historia de una desilusión y de nostalgia, lo cuenta en una novela autobiográfica inolvidable. Una gran desilusión, igual a la de miles de cubanos, y hasta de resignación, como acontece siempre que los regímenes totalitarios se imponen, también historias de renuncias, por aquello de sobrevivir. Lezama Lima, Reynaldo Arenas, Cabrera Infante, Heberto Padilla, o Virgilio Piñera, porque las letras se llevan mal con las pistolas, máxime cuando quienes las portan insisten, “Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”. Y así fue.

Se acabó la diversión

Para muchos, la muerte de Fidel, es la de un icono del siglo XX, -se impondrá a la historia, dicen- a la altura de José Martí, sus restos descansarán juntos, imagino que por aquello del protagonismo innegable, el de posicionar a una isla minúscula como Cuba en los ámbitos de debate de poder. Razones innegables, haberse enfrentado durante seis largas décadas a los once presidentes norteamericanos que han pasado desde entonces por la Casa Blanca, quizás su salvoconducto hacia la gloria, ese y el de haber puesto en riesgo la paz mundial en la crisis de los misiles. Pero eso es otra historia.

A Fidel no le gustaba la música popular, ni la fiesta, una de las razones de enfrentarse al poder norteamericano. Desde la independencia de España, los yanquis añoraban un estado agregado también en la Isla. Cuba era alegría y divertimento, pleno de casinos y la pléyade de mafiosos que los controlaban, teatros, night-clubs y salones por los que pasaban los más granados artistas del panorama internacional.

En un país que si de algo pudiera estar orgulloso es de ser un paraíso musical y cultural, sobre todo a partir de los años 30, con un apogeo inenarrable en la época dorada, los años 40 y 50. Sones, guarachas, rumbas, vals, nengón, changüí, trova, boleros, mambo, cha cha chá, guajiras, danzones, contradanzas, el jazz cubano, así hasta el infinito. Nadie como los cubanos de ascendencia hispana, africana o criolla para reinterpretar los ritmos, las formas musicales que llegaban de Europa, para restablecerlos como propios.

En los años 20/30 Don Azpiazu, Justo Ángel Azpiazú (Cienfuegos, 1893 - La Habana, 1943), con su flamante orquesta Habana Casino, grabó en Nueva York “El manisero” que vendería la cifra de un millón de discos, con músicos de la talla de Antonio Machín, vocalista, o Mario Bauzá. Los Lecuona Cuban Boys, se convierten en un afamado grupo también en Nueva York. Mario Bauzá, Miguelito Valdés, Machito se establecen allí.

En los cuarenta Dizzy Gillespie incorpora a Machito y a Chano Pozo a su jazz de inspiración también cubano. Arsenio Rodríguez, Dámaso Pérez Prado, Benny Moré, el más grandioso vocalista que ha dado la Isla, Cachao, el inventor del mambo y sus explosivas descargas. Celia Cruz, la guarachera de Cuba, se incorpora a la escena norteamericana, junta a Carlos Patato Valdés, el puertorriqueño Tito Puente y Ray Barreto, Paquito D`Rivera, Arturo Sandoval, protagonizarían años más tarde la flamante historia de la Salsa alrededor de la Fania All-Stars.

Pero eso sería años más tarde. Nada en la música popular ha tenido tantos matices como la cubana, un saco sin fondo. Los Compadres, de Compay Segundo, Ernesto Lecuona, Olga Guillot, Bebo Valdés, Arsenio Rodríguez, Belisario López y su orquesta, Trío Matamoros, Ibrahim Ferrer con Chepín y su Orquesta Oriental, Guillermo Portabales, Celia Cruz y la Sonora Matancera, Chano Pozo, el Sexteto Habanero, Roberto Faz y el Conjunto Casino, Miguelito Valdés y el Casino de la Playa, El Cuarteto Machín, La Orquesta Almendra, El Niño Saquito, Tito Gómez, René Álvarez, Sindo Garay, Willy Chirino.

Cuba era una fiesta infinita en los años 40/50. Nunca las 90 millas que separan la Isla de Cuba de los Estados Unidos habían tenido tanta vida y fiesta, por la Habana pasaban los grandes, Frank Sinatra, y los grandes mafiosos que controlaban los casinos y el vicio. Pero para los músicos reinaba una situación envidiable.

Y en esas llega Fidel. La Revolución para la fiesta, “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”. El régimen se apropia hasta de las discográficas, EGREM sería el único sello para la música cubana pero su labor estaría al servicio del régimen, incluso cuando implosiona de nuevo el turismo en los años ochenta, reeditando a los históricos y a los viejitos que nadie sabía cómo habían sobrevivido.

Toda la música era un signo contra la Revolución, salvo la panfletaria aunque musicalmente brillante de Carlos Puebla, o la trova de Silvio Rodríguez o Pablo Milanés, a quien un día también le entraría el desencanto. Bebo Valdés, Olga Guillot, Ernesto Lecuona, que moriría en 1963, en una visita al Tenerife de sus ancestros, Celia Cruz, Rolando Laserie, Willy Chirino, Paquito D`Rivera, Arturo Sandoval, en distintos momentos cogerían vía al exilio y serían ninguneados de por vida, a pesar de la distancia, y el fluctuar de las ondas de radio.

Años 70/80

Lo más próximo a la música popular cubana durante años serían Los Van Van y el grupo Irakere. Fidel paralizó la fiesta y lo único que consiguió fue que las nuevas generaciones perdieran el contacto con sus raíces, de hecho ellos fueron los primeros en no comprender el interés internacional por su folclore cuando Ry Cooder y la gente de World Circuit, 1996, despertaron a los ilustres viejecitos en Buena Vista Social Club, y Santiago Auserón, en 1991, en compañía de Danilo Orozco nos descubre a Abelardo Barroso, Celina González, Merceditas Valdés, Joseíto Fernández, Chapotín, y un largo etc, que nos impresionaron a todos. Y faltaban más, María Teresa Vera, Bola de Nieve, Omara Portuondo, incluso los Orishas, que respetaría muy bien sus raíces.

Qué decir de Compay Segundo, que antes de la Revolución había protagonizado una carrera estelar, Los Seis Ases, Estudiantina de Yayo, Trío Cuba, el Quinteto de Cuban Stars, el cuarteto Huatey, el Conjunto Matamoros y el afamado dúo Los Compadres. Y Fidel mandó parar y paró, durante décadas, hasta su jubilación trabajó de torcedor de puros, peluquero y lo que hiciera falta hasta que encandiló a Santiago Auserón y a los 90 años revive como un niño.

“Y en eso llegó Fidel”, Carlos Puebla no se equivocaba, sabio cronista musicalizando episodios revolucionarios. Sí, Fidel llegó, y se paró la fiesta. ¡Descanse en paz!

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