Opinión

Navalni, un asesinato político

Para adivinar cuál sería el final de Alexei Navalni en el tenebroso reino de la Rusia de Vladimir Putin, no hacía falta tener el don de la profecía. El mismo diseñó su destino para la tragedia al desafiar el poder de Putin, convirtiéndose en el enemigo número uno del señor del Kremlin. Denunció de forma apasionada las corrupciones del sátrapa y de su corte de poder. Era un soñador temerario que luchaba por un futuro democrático para Rusia y por eliminar del alma rusa el sentimiento de terror que le imprimió Iván el Terrible hace más de cuatro siglos. Una apuesta titánica, difícil, pero que consideraba posible.

En el verano del 2020, el Kremlin decidió deshacerse de él, envenenándolo. Estuvo varios días en coma en un hospital alemán. Después de una lucha titánica por la vida, se salvó. He visto varias veces las fotografías de aquellos días ansiosos, en donde aparece pálido y delgadísimo, devorado por sus inmensos ojos azules, sonámbulos de futuros y una resolución innegociable. Quería volver a Rusia y desafiar a Putín sobre el terrero. Las movilizaciones que había logrado antes de su envenenamiento, pensaba que podría multiplicarlas y convertirse en candidato sólido para las elecciones que se celebrarán el próximo mes de marzo. Un iluminado que creía en sus sueños. Su determinación de volver a Rusia no atendía a razones. Estaba convencido de que hay algo más importante que la vida. Era imposible verlo y escucharlo sin sentir el deseo de hacer algo por él. Su esposa Yulia Navalnaya, con la que tiene dos hijos, su madre, sus amigos le decían y repetían: “Alexei, piénsalo. No vuelvas, sálvate. Te matarán y si te matan se acabó toda esperanza. Nadie agradecerá tu sacrificio. Solo tienes 45 años”. En su rostro de cera se marcaban las señales de la muerte. En su boca solo se adivina una leve sonrisa, se olvidó de reír. Rechazó propuestas de Francia, Alemania e Inglaterra para que se quedara a vivir en sus países. Su lugar estaba en Rusia y quería vivir en ese lugar, era su destino.

En enero del 2021 subió al avión que le llevaría a Moscú todavía convaleciente tras ser envenenado con el agente químico novichok. En el aeropuerto le esperaba la policía que le detuvo tan pronto como pisó tierra. No era la primera vez que le detenían, había estado varias veces en la cárcel desde el año 2011 cuando encabezó varias movilizaciones de protesta por las irregularidades electorales de la camarilla de Putin. Le trasladaron a una prisión cerca de Moscú y allí estuvo encadenando celdas de aislamiento y de castigo por razones nimias como la de llevar mal abrochada la camina. Surrealista. Putin lleva a cabo sus venganzas despóticas de manera tan indefinida como variada. A sus enemigos y oponentes les puede llegar la muerte por envenenamiento, la explosión de un avión y una cromática variedad de caídas fortuitas o balas perdidas.

El pasado mes de diciembre le trasladaron de prisión, durante dos semanas sus amigos desconocieron su paradero. Saltaron todas las alarmas hasta que finalmente se supo que había sido llevado a la colonia penitenciaria I’IK-3 de Jarp, a casi dos mil kilómetros de Moscú, donde se registran temperaturas de muchos grados bajo cero, por eso la prisión recibe el nombre de Lobo Polar y está considerada una de las más duras y siniestras de Rusia. Desde hace tiempo sospechaba que lo iban a matar y no fallarían como en la vez anterior, por eso en un documental titulado Navalni, dirigido por Daniel Roher, dice: “Mi mensaje, si me matan, es muy simple: No os rindáis. Si esto pasa significa que somos visiblemente fuertes, ya que decidieron matarme porque tienen miedo. Nos temen. Y esta fuerza hay que usarla para imponernos sobre las fuerzas del mal que encarna Putin. El mal solo puede seguir triunfando si la gente buena no actúa”. En ese documental le dice a su esposa Yulia Navalnaya con la que lleva 24 años casado y tienen dos hijos: “Entre nosotros hay ciudades, luces de despegue en aeropuertos, ventiscas azules y miles de kilómetros, pero siento que estás cerca cada segundo y te amo cada día más.”

Hace poco más de una semana apareció muerto en esa siniestra cárcel y alrededor de su cadáver se levantó un sudario de confusas explicaciones. Dijeron que se había muerto de repente, al final de un largo paseo. Su madre. Ludmila Navalnaya, de 69 años, acudió a ese frío norte para verle, tardaron varias horas en decirle que habían trasladado el cadáver a la morgue de la ciudad de Salekhard, pero no le dejaron verlo. Ante la insistencia de Ludmila le dieron un documento confirmando la muerte de Alexei. En él se dice que falleció a las 14h17 minutos del día16 de febrero. A los pocos minutos de entregarle el documento a la madre emitieron un comunicado oficial sobre el terrible acontecimiento. Al preguntar las causas las respuestas fueron diferentes e inconcretas. Un responsable de la prisión dijo que había sido una muerte súbita, en los medios oficiales se desliza que el fallecimiento se produjo a causa de una trombosis. Para colmo, en la morgue de Salekhan dicen que no recibieron el cadáver. La familia y los amigos se inquietan. Las autoridades del lugar y los responsables de la prisión afirmaron después y hasta la hora en que escribo mantienen que la causa de la muerte no está totalmente definida. Muchas sombras de silencios y contradicciones rodean el cadáver de este rebelde de muchas causas.

El periódico opositor Nowaia Gazeta, que ahora se edita en el exilio, asegura que el cuerpo se encuentra en la morgue de Salekhard, pero en la zona hay un desconcierto total, esperando órdenes de Moscú.

Se dice que un comité va a abrir una encuesta de verificación sobre la muerte del gran opositor. Un planteamiento sospechoso teniendo en cuenta que hasta ahora se negaron a abrir una investigación seria sobre el envenenamiento de Alexei Navalni en el año 2020. Esta promesa de encuesta permite a las autoridades controlar el cuerpo del cadáver impidiendo que la familia pueda examinarlo buscando las causas de la muerte. Ivan Zadanov, máximo responsable de la fundación de Navalni ha manifestado en su canal de YouTube que habían llamado a los funcionarios de la prisión y estos no respondían por temor a aclarar lo sucedido porque no querían cargar la responsabilidad de dejar entrever que fue asesinado por orden de Vladimir Putin. No hablan los funcionarios de prisiones, ni los empleados de la morgue y tampoco los sanitarios del hospital donde fue atendido, tal vez porque saben lo que ha sucedido. Desaparecido Navalni, la oposición a Putin queda huérfana de referencias y la Comisión Electoral Central ha vetado a todos los que podían causarle una cierta sombra, aunque muy tenue, a Putin. Solo se presentarán dos exponentes menores que se declaran opuestos a la guerra de Ucrania. Uno es tertuliano de uno de los canales de propaganda rusos, y otra una aspirante desconocida. El único candidato que podía inquietarle a lo largo de todo el país era Alexei Navalni y el único opositor con un alto grado de proyección masiva era él.

En medio de este desconcierto, Yulia Navalnaya, su esposa, ha emitido un comunicado en el que se declara dispuesta a continuar la lucha para mantener vivo el legado de Navalni y seguir combatiendo por su país. Putin ha matado al padre de mis hijos y, con él, nuestra esperanza, nuestra libertad y nuestro futuro”.

Te puede interesar