Opinión

Buscando una trinchera

El otro día me proclamé náufrago del siglo XX. No lo hice urbi et orbe, sino tan solo para los de casa que me lo perdonan todo. Incluso me perdonan que, de algún modo, me hubiese parangonado con Otero Pedrayo, meu santiño. Don Ramón vivió en el siglo XX pero había nacido en el XIX y habitado un mundo en declinación; un mundo de pazos y fidalgos, de foros y "familias de las de toda la vida" que habría de ir extinguiéndose sin que por ello él abandonase nunca los principios y valores que ese mundo, en desaparición constante, le había aportado ayudándole a forjar una personalidad irrepetible. Quienes lo duden que lean su obra novelística.

Los de mi edad también venimos de un mundo extinguido casi por completo. Los de mi edad solemos tener muy mala letra a causa de ir deformándola, poco a poco, a fuerza de escribir a mano tomando apuntes, a fuerza que pretender que nuestras ideas, buenas o malas, pasasen al papel rápidamente antes de que se nos desvaneciesen en la no fugaz memoria que exige la escritura. Hoy, quienes estudian en libros electrónicos, quienes escriben sus textos en la pantalla de los ordenadores, tienen una mala letra que nada tiene que ver con la nuestra: se trata de una letra torpe y dubitativa, nada fluida, que se diría infantil, impropia de un adulto… de un adulto del siglo XX.

Los de mi edad, más los que estudiamos francés en nuestro bachillerato, solemos echar mano de citas y de nombres de autores literarios a los que hoy apenas ya lee nadie. Lo hacemos de forma que solemos pasar por pedantes ilustrados, por eruditos a la violeta o por anticuados presuntuosos porque somos incapaces de hacerlo de títulos en inglés de las canciones que ya nos cogieron adaptados a las que en aquellos nuestros tiempos se cantaban en francés cuando no en italiano. Confieso, al respecto, que no llegué a los Rolling Stones y que me quedé en los Beatles y que soy consciente de que, con tales mimbres, pocos cestos son los que se pueden tejer por mucho que lo intentes.

El caso es que ahí va la cita. Robert Graves -que sí, que fue inglés… pero de casa- cuenta en su libro "Adiós a todo eso", Muchnik, Barcelona, 2000, su encuentro con el poeta Siegfried Sassoon del que reconozco que no he leído apenas nada. La poesía de Sassoon -hijo de una madre wagneriana a la que debe el nombre y de un padre que lo desheredó por casarse con una católica- no le interesaba mucho a Graves que los consideraba dieciochescos y poco realistas y se lo dijo comparándoselos con los suyos propios. Sassoon le respondió que él no podía escribir de una manera tan realista. 

Cuenta Graves que le respondió que ya escribiría así, modificando su estilo, cuando pasase por las trincheras. Y así fue. La primera Gran Guerra habría de marcarlo a él y a su poesía de por vida.

El existencialismo en el que, por influencia de nuestra formación francófila, fuimos intelectualmente formados, llega del romanticismo a través de Kierkegaard hasta llegar a Sartre tamizado que fue por la Segunda Gran Guerra que otro llaman Mundial y que parecer lo pareció. fuimos formados dentro de ese cesto, dentro de esa nasa de la que nos resulta tan imposible salir como a una nécora atraída por el oloroso y atrayente cebo que contiene.

¿Por qué trincheras tendrá que pasar nuestra más joven intelectualidad para que sus textos adquieran la solidez que Graves reclamó de la Sassoon? Lamento ignorarlo o, lo que es peor, no querer imaginarme las trincheras en las de que supongo que deberemos refugiarnos todos no sé si a poco o a mucho tardar.

Robert Graves, lo cuenta Adam Zagajewski en un ensayo titulado "El estilo sublime" que está incluido en el libro citado aquí mismo el otro día, tuvo que enfrentarse a los demagogos victorianos y/o a los oradores violentos y altisonantes del tiempo de D'Annunzio. Lo hizo armado de todo lo que había visto y "atesorado" en las trincheras. La pregunta -ya saben que este suele ser un espacio tan cargado de ellas como ayuno de respuestas- es en qué trincheras han de hundirse hasta las cejas los jóvenes escritores actuales en estos momentos en los que la altisonancia ha sido sustituida por el desparpajo de la mayoría de nuestros políticos y la violencia propia arrinconada por el buenismo que nos invade en medida equivalente a la ajena que nos invade.

Desde luego que sus trincheras ya no serán las que nosotros ocupamos para ser consecuencia de ellas en estos lábiles tiempos que también son nuestros. Ellos, los jóvenes, acaso no sean ya capaces de valorar la realidad del mundo que nosotros vemos gracias, por ejemplo, a los bodegones que pinta Javier Garaizábal, a esos interiores oscuros que nos describe que dotan de una enorme fragilidad a los objetos que lo ocupan. En ese interior todavía habitamos los de mi edad y en ellos habremos de continuar hasta el final de nuestros días. Lo haremos así por mucho que hayamos aprendido a escribir con plumín mojado en el tintero, pasado luego a la maquina Olivetti, después a la Lettera 35, que ya era eléctrica, de esta a la térmica y así, poco a poco, hasta llegar al PC y al WhatsApp y a todos los chismes actuales sin abandonar nunca el espacio interior que nos conformó, por lo que se ve, ya de por vida.

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