Opinión

La que fríe, la que asa y la que cuece

No sé si les conté a ustedes que, cuando yo era marino y navegaba en el ”Covadonga” hasta Veracruz –sucedía cuando España y México no mantenían relaciones diplomáticas- a los pocos minutos de haber atracado en el muelle de trasatlánticos, cerca de la Plaza de las Colonias y del Café La Parroquia, aparecía Alipio García Núñez, despreocupado controlador de carga, con un par de botellas de sidra El Gaitero en la mano.

- ¿Pos ónde está mi cuate el pilotito Alfredo? –preguntaba al primer marinero que se encontraba una vez ya a bordo.

De inmediato lo llevaban a mi presencia. Yo ya lo esperaba con un par de botellas de coñac Fundador dispuestas para serle entregadas. Entonces, con las cuatro en su poder, se sentaba en el bar de veranda, a popa del barco, y se pasaba el resto del día mezclando la sidra con el coñac.

El viejo Alipio le llamaba “España en llamas” al brebaje resultante. Imagínese el lector, sin gran esfuerzo, las cogorzas incendiarias que agarraba el viejo Alipio. Lo hacía con gran contento de la tripulación del “Covadonga” que, dado el calamitoso estado resultante de tamaña ingesta líquida, podía hacer con la carga lo que le viniese en gana. Alipio, ya borracho, acostumbraba a darme consejos sumamente educativos, no sin cierto rubor les transcribo uno de ellos: “¡Cuate –me decía- comer mucho, chingar fuerte… esperar la muerte!”. Como se ve, Alipio era algo epicúreo.

Vengo oyendo desde niño la cantata de “Las dos Españas”, esa que a partir de un verso de Machado te advierte de que “una de las dos ha de helarte el corazón”. Digo oyendo, y digo bien, porque la verdad es que la oigo pero no la escucho. Por lo menos desde el impagable magisterio de aquel mexicano setentón, al que hoy imagino ya difunto, y del incontrovertible hecho de que siempre pensé que, si una te lo helaba, la otra te lo podía calentar hasta dejártelo tan encendido que se volviese pura llama, así que mejor pasar de largo. Ni una cosa ni la otra. Mejor que no arda España.

¿Y cómo hacerlo, cómo pasar de largo? ¡Ah, amigos míos, eso consiste en todo un arte! Yo, para empezar, decidí adoptar el criterio de Las Tres Españas, a saber: la que España que fríe, la España que asa y la España que cuece. Frecuento las tres siempre que puedo. ¿Qué eso es pancismo? Pues sí. ¿Y qué? Nosotros estamos en esta última, el centro es la que asa y el sur es la que fríe. Como ven ninguna de las tres hiela nada y toda ella depende de un buen y controlado y encendido fuego. Nadie me negará que esta opción es mucho más preferible y acorde con las enseñanzas de Alipio que la anterior de las dos únicas y enfrentadas.

Supongo que esto que les cuento sin que por ello tenga que venir a cuento tiene mucho que ver con los que se llama El Teatro de la Vida, el mismo de dios bifronte, el mismo que el de la risa y el llanto, porque siempre, siempre, hay más de una realidad, a saber: la que vemos y la otra. ¿Seguirá siendo hoy así? Sospecho que sí, que así seguirá siendo.

En otro orden de coas del hasta aquí seguido, existe hoy una realidad que es la reflejada en los medios de comunicación masiva asentados en la centralidad estatal -llamémosle así para no tener que decir madrileños y advertir que son secundados por no pocos de provincias- y otra, muy distinta, que circula a través de lo que todos conocemos como “las redes sociales”.

Si se rastrease la estela resultante del rumbo seguido por todos los videos, comentarios, artículos, chistes o aportaciones de toda índole colgados en los muros de esas redes, en FB y en otras de semejante condición, podría resultar que la expansión conseguida fuese muy superior a la de la suma lograda con todos los medios anteriores de modo que, esa división entre corazones helados y corazones ardientes, se quedase corta ante esta nueva realidad a la que solo le falta una dirección que la encamine porque, de momento, la confusión es total. Hay mucho corazón loco. Tantos y tan contradictorios son los mensajes, tanto es lo que una opinión se expande como lo que otra se encapsula, sin saber si lo que ha de surgir de ella al cabo de un tiempo ha de ser una alada y bella mariposa o un diablo encarnado, cornudo y áptero, capaz de levantar el vuelo al primer soplo y barrer las demás y más sensatas como si estas nunca hubiesen existido.

Por eso, este cronista de lo inútil, prefiera seguir los consejos de Alipio y optar por esa división que se le antoja como la más deseable trinidad posible, tres Españas distintas y una sola obesidad verdadera. Lo que antes se llamaba un pancista, vaya. Casi con toda seguridad que en ello será en lo que acabemos todos.

Dicho y considerado lo anterior, quizá sea honrado destacar que las distintas realidades que por un lado nos están definiendo, al tiempo que agobiando por el otro, nos están acercando cada vez más a la indiferencia. Vemos en la tele, oímos en la radio y leemos en los periódicos, que en este país hay muchos Pacos Correa, correosos y dúctiles, ávidos a la par que serenos, y comprobamos que mientras la corrupción individualizada nos parece deleznable (y lo es, al tiempo que comprensible) la que colectiviza los afanes, los estimula y organiza en tramas, no mueve apenas condenas colectivas y mediáticas tan significadas como las anteriores.

La corrupción de una persona es lamentable y es compresible que genere rechazo social, al tiempo que es fácil de controlar e incluso de evitar. Sin embargo la grupal, la corrupción organizada de modo colectivo, es la metástasis de la anterior, es el tumor que hay que extirpar antes de que compita con las estructuras del Estado o lo suplante. La trama Gürtel, ese cáncer, o la Trama Correa, como prefiere su urdidor que sea llamada, no se trasladó a Valencia porque el jefe del gobierno central se hubiese llevado mal con un señor de de Pontevedra, sino porque el partido hasta entonces en el poder lo había perdido y era necesario trasladar el campo de operaciones a otro lugar en el que lo conservase: si no hay gobierno, no hay adjudicaciones. Ni beneficios. Así de simple.

Hay muchas Españas, no solo las dos de Machado, no solo las tres que sugería Alipio en Veracruz, ni las de las diecisiete autonomías que se resumen en tres, tampoco la de la prensa de Madrid y la del resto de España, ni la de las redes sociales y la de la los gabinetes de prensa de las grandes corporaciones industriales y políticas. Hay otras dos, todavía de momento. Una que contempla las declaraciones de Correa con una sonrisa complaciente en los labios y otra que lo hace horrorizada y llena de preocupación. Conviene ir pensando en cuál estamos instalados antes de que el brebaje a tragar embrutezca como a Alipio le embrutecía el de su ”España en llamas”.

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