Opinión

Necedades y pensamientos lúcidos

Schopenhauer, el genio alemán de la filosofía, el mismo que dejó escrito aquello de que "la mujer es un ser de cabellos largos e ideas cortas", aplicable también a los hombres de todas las épocas según el entender de no pocos no filósofos, a los que me sumo, dejó escrito también que "los mayores inventos, como el uso de la brújula, la pólvora de cañón y la imprenta, se han conseguido en épocas de ignorancia y lo han ideado las naciones más necias, como los alemanes". ¡Ahora entiendo, por fin, aquello de "¡que inventen ellos!" no sé si muy certeramente atribuido a Unamuno, aunque me temo que sí, que sea cierto que lo dijo, pues más de una parvada pronunció a lo largo de sus días, o eso creo; por ejemplo: "Los gallegos vinieron al mundo para descanso de los animales", afirmación que no parece atribuible a un intento de ponderar nuestra capacidad de esfuerzo y trabajo pues, considerarnos burros de carga no nos generará prestigio alguno, pienso yo. En mi juventud sus textos eran objeto de un culto que, lo siento, nunca les rendí. Ni como novelista, ni como poeta (menos aún) ni como el atrevido pensador por el que se le tuvo. Me interesó, sí, pero no más que para leerlo una vez y no más, Santo Tomás. Pero volvamos a Schopenhauer, al viejo cascarrabias que, al lado de solemnes idioteces, escribió más de uno y de cien o acaso mil pensamientos lúcidos.

Recordar en dónde nació el teléfono móvil, en dónde la Internet o en dónde el correo electrónico, por citar algunos ejemplos y no extendernos demasiado, pudiera llevarnos a considerar la parte alícuota de necedad que los norteamericanos han aportado o están aportando a la cultura universal. 

Suponiendo que la cultura universal sea el conjunto de las que hasta aquí hayan llegado, pero también la posibilidad de que lo que se nos esté viniendo encima sea el surgimiento de una sola y uniformada, no solo uniforme, sino también uniformada, podremos empezar a sospechar que la necedad sea el peor atributo con el que la Naturaleza nos haya maldecido, pues nada hay más aburrido que los estados de unanimidad. Unanimidad de pensamiento y acción, unanimidad estética y gastronómica, en las actitudes y en los gestos ajenos a la variedad e incluso al contenido.

En el Ourense de los años cincuenta o sesenta del siglo pasado, en aquel otro milenio, antes de que ya pudiesen empezar a votar los nacidos al comienzo de este segundo por el que tan vagamente discurrimos, podríamos conocer la procedencia de los forasteros gracias a sus gestos y ademanes; nos sorprendíamos al saber  lo que podría significar el llevarse los dedos índice y pulgar al lóbulo de la oreja y pretendíamos saber lo que tal gesto u otros muchos más podían significar en Italia o en Portugal; entonces, nos maravillaba que para los árabes fuese normal el eructo post prandial o que el sorber la sopa fuese una norma de exquisita educación y cortesía una vez que llegases al Japón. Por entonces levantábamos el dedo pulgar de nuestras manos al modo romano antes de hacerlo al actual y americano significando bondad de ejecución, aprobación de algo, saludo campechano, todo ello, antes de esta actual costumbre de batir las palmas de las manos y después someter a estas y a sus dedos a las más extrañas maniobras imaginables. ¡Ah, los emojis y los emoticones, los dedos en uve de victoria y ya no de arquero superviviente!

El mundo ha cambiado. La fotografía de todo un conjunto de personas manejando sus teléfonos móviles mientras celebra la comida familiar, ajena por completo a los demás, relacionándose con gentes lejanas a las que no han visto en su vida, ni a las que posiblemente nunca vayan a ver,  esa fotografía, es ya prácticamente universal y la receptiva actitud de todos los componentes de esa familia compartida por todos ellos. Sumémosle a ello que todos están comiendo hamburguesas, desayunando cereales, calzando viseras de beisbol o tarareando canciones de las que no entienden el idioma en el que están cantando; si así lo hacemos, podremos empezar a pensar que es posible que la nación exportadora de este tipo de comportamientos no sea tan tonta; o tan necia, para expresarlo con palabras utilizadas por Schopenhauer.

Los grandes inventos de nuestro tiempo han empezado a determinar nuestra formación y nuestro comportamiento adiestrándonos a través no de la gran pantalla cinematográfica, tampoco por la de un televisor sea cuál sea su tamaño sino por medio de la mucho más pequeña de un teléfono móvil. Lo consiguen con opiniones que proceden de gentes carentes de la capacidad de reflexión mínima exigible o de fuentes que  permanecen ocultas y son además oscuras. Últimamente nos están informando del renacer del fascismo en toda Europa. La verdad es que no creo que nos mientan. Lo que sí sospecho e incluso creo, es que nos estén induciendo a contemplar ese renacer con tranquilidad sumisa, cuando no resignada, como algo natural y predecible, ya que no incluso deseable...e  inevitable. Lo que conduce a una tácita y resignada aceptación hasta que resulte demasiado tarde de modo que, cuando queramos reaccionar, ya no podamos hacerlo. Entonces, uniformada la opinión o el sucedáneo que de ella se haya obtenido, uniformada la población y aceptado todo como inevitable algunos se acordarán de cuándo había libertades. 

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