Opinión

Un país de tragedia para reír

Veo un video que logra hacerme sentir si no bochorno, sí algo muy parecido a aquello que antes se llamaba vergüenza ajena. En él se puede ver al presidente francés, junto a la canciller alemana, prestando la atención debida a un miembro de la gendarmería francesa que les está proporcionando, a ellos dos y al presidente del Gobierno de España, explicaciones acerca de la reciente masacre habida en los Alpes; la causada por un trastornado piloto germano que se llevó por delante ciento cincuenta vidas humanas incluida la suya.

La vergüenza sentida no se debió ni a Monsieur Hollande ni a Frau Merkel, pero sí al Señor Rajoy. Mientras los otros dos mandatarios atienden interesados a las explicaciones que les están dando, nuestro presidente permanece ajeno a ellas como si no le fuese nada en el empeño. Es posible que el señor Rajoy no supiese ni una palabra del idioma en el que estaban siendo dadas las explicaciones. Es inadmisible que no tuviese un intérprete que se lo fuese traduciendo. Y resulta intolerable que, por simple y llana buena educación, no fingiese la atención que la terrible masacre y el puesto de representación que ocupa le exigían.

Ciertamente vivimos en un país trastornado. La desfachatez y la prepotencia de nuestros gobernantes, el lenguaje corporal que los denuncia cada vez que los vemos en las pantallas de nuestros televisores, las explicaciones que les escuchamos cada vez que se dirigen a nosotros para trasformar la realidad en otra cosa distinta de lo que su contemplación nos ofrece, quiere decirse la contemplación de la realidad que nos rodea, poco o nada tiene que ver con los que ellos nos aseguran y los define; a ellos, pero no a nosotros ni a la realidad que vivimos.

La crisis está siendo ciertamente superada, pero sólo en las cifras macroeconómicas que el Gobierno nos facilita con insistencia digna de mejor causa porque, en el día a día, tal superación no es percibida ni por asomo por la mayoría de los ciudadanos; por esa mayoría que puede contemplar ahora como la triste y puñetera realidad no es motivo de atención del presidente del gobierno en quien la mayoría confió para que la transformase en algo más digno de ser vivido.

Es un país curioso, este nuestro, además de trastornado. Cuando la realidad emerge por boca de un gendarme francés nuestro presidente contempla las lejanas cumbres, las montañas nevadas y posiblemente las banderas al viento y reflexiona en vayamos a saber nosotros qué, porque lo ignoramos. Sería bueno que nos lo explicase.

La verdad es que nuestra sociedad, gobernantes incluidos, es digna de estudio. En ella el libro más vendido se titula “Ambiciones y reflexiones”, tal y como si fuese un ensayo de altos vuelos y profundas indagaciones en el ámbito de lo socio cultural. Sin embargo, se trata de un bodrio que viene firmado por una persona que posiblemente no sepa escribir con la corrección debida y que, en le mejor de los casos, produce toda la impresión de ser una analfabeta funcional, incapaz de leer un libro entero todo a lo largo de su vida. Pues bien, “Ambiciones y reflexiones”, de la ínclita Belén Esteban, ha superado ya su séptima edición.

La vida colectiva gira en torno a esta mujer, ganadora de un concurso de baile, celebrado en nuestra televisión, pese a no saber bailar; circunstancia que no resultó óbice para que se alzase con el triunfo pese a esta tan señalada carencia. Tampoco lo fue que, hablando malamente como habla, se impusiese al resto de los convocados en otro programa en el que, la parecer, lo que se premiaba era el esfuerzo por afirmar la convivencia entre los concursantes, la capacidad de convicción para lograrla, la de reflexión para hacérsela asumible al resto de los participantes en eso que se llamó GH VIP, ya me dirán como se digiere.

Es curioso este país, curioso y trágico. El mismo país que Don Ramón de la Cruz (1769) ya dejó retratado en su “sainete para llorar o tragedia para reír” sigue en plena vigencia. El escritor más vendido no sabe escribir, quien mejor baila no sabe bailar y aquella persona con una capacidad de relación bastante deteriorada no sólo gana un concurso de televisión ad hoc sino que es proclamada princesa del pueblo con las consecuencias que tal designación conlleva. Sólo falta que, a instancias del presidente de gobierno -que camina como un cabo de gastadores, pero que se distrae cuando le cuentan algo transcendente- le sea otorgada, antes de las próximas elecciones, la medalla de oro de la Bellas Artes, la Cruz de Alfonso X El Sabio y un par de condecoraciones más que ustedes imaginarán sin esforzarse mucho.

Curioso y triste país el nuestro, cruda la realidad que nos envuelve. Venimos de la semana laboral de cuarenta horas, el cobro de horas extras, la percepción de dos pagas extraordinarias y las vacaciones pagadas, a esta otra realidad que por conocida y suficientemente padecida por la mayoría de los ciudadanos no es necesario describir por lo menudo. Docenas y docenas de desahucios diarios ponen en manos de unos bancos unas viviendas con las que no van a saber qué hacer, al tiempo que van a dejar de cotizar la mayoría de las cargas que sí cotizaban sus anteriores ocupantes que ahora hallarán cobijo Dios sabrá dónde.

Se dice así porque no da la impresión de que a un gobierno como el nuestro parezca importarle mucho ese cobijo o, en el mejor de los casos, parezca importarle tanto como las explicaciones del gendarme a su presidente. O incluso tanto como lo que la realidad ambiente pone en evidencia merced a los triunfos de la señora Esteban. Se dice así porque no es de mucho dudar que a ese conjunto de prepotentes ciudadanos, ajenos a la realidad que les rodea, constituidos en gobierno de un Estado que han puesto a su servicio más que al de los ciudadanos, incluso de los ciudadanos que en su debido momento les votaron, parezca importarles una higa. Ellos habitan otra realidad distinta.

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