Opinión

De milagros y homenajes

Tenía pocos años y todo por aprender en los oficios de la vida y del periodismo, cuando me ofrecieron el cargo de redactor-jefe de La Región. Así tuve el privilegio de conocer a “Pilís” Outeiriño y participar en la peripecia del periódico que en los 75/80 forzaba la marcha de una primera y titubeante transición hacia la democracia bajo la consigna de “café para todos”, acogiendo en sus páginas los miles de mensajes de todo pelaje ideológico que producía la famosa “sopa de siglas” de la incipiente y desordenada libertad del posfranquismo.

Después vino el traslado desde Cardenal Quiroga -hoy Alejandro Outeiriño- al Polígono, la primera revolución tecnológica del periódico y las interminables reuniones que, mediados los 80, mantuvimos durante noches eternas “en el despacho de arriba”, donde un “Pilís” ya impulsivo y visionario, ya prudente y conservador, contradictorio a menudo, siempre lúcido y socarrón, juntaba a un varipinto equipo muy “estilo La Región”, en el que recuerdo al inolvidable “Pitís” López Salgado, y a históricos como Alejandrito López Outeiriño, Moncho Valencia, Luisito Padrón, Alfonso Sánchez Izquierdo, Manu Orío… en la aventura de alumbrar un nuevo periódico que se iba a llamar Rías Baixas y acabó siendo Atlantico Diario, desde entonces una venturosa realidad entre las cabeceras de la prensa gallega.

A la redacción bajaba poco “Pilís”. Recuerdo, sin embargo, la noche memorable del 28 al 29 de octubre del 82. Yo preparaba como cada día la primera página de La Región con un expresivo titular provisional: “Arrolladora victoria socialista”. Miró la pantalla de mi PC y dijo algo así como: “Cuidado con eso, que la cabra tira al monte”, considerando, seguramente con razón, que aquel titular estaba trufado por mi entusiasmo de felipista convicto. Luego, de madrugada, salió Alfonso Guerra anunciando los famosos 202 diputados del PSOE y su “cuidado” y mi “entusiasmo” se convirtieron sin más controversia en lo que constituye la razón de ser de un periódico: la noticia. Yo así lo recuerdo, y muy aproximadamente así debió ser, aunque bien sé que cuando han pasado cuarenta años las trampas de la nostalgia adornan la historia y tienden a acomodar eso que ahora la moderna cursilada mediático-politica llama “el relato”.

Sacar al kiosko un periódico cada mañana es casi magia. Mantenerlo un siglo es un milagro. De manera que sería todo un detalle que empezáramos a rendir a su debido tiempo -y preferiblemente en vida- los homenajes que prodigamos después a personas como José Luis Outeiriño, sin cuyo trabajo y obra no se entendería el último medio siglo de la historia de Ourense. Pero nunca es tarde.

Si tuviera que justificar las razones que avalan su reconocimiento público y oficial como hijo predilecto de Ourense me bastaría una frase de Sabina: “Nos sobran los motivos”. 

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