Opinión

Sombrero pallés de paja

Sombrero pallés de paja
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Unos cuantos veranos fui temporero en Ibiza. Iba allí para llevar la edición de una revista insulsa, pero que pagaba mejor que nadie. El plan era fantástico, cerraba mi casa de Lavapies y conducía mi moto hasta el Levante, para después saltar el trocito de Mediterráneo en el ferry (siempre buscaba el saludo de los delfines en la travesía). En las tardes, volvía al apartamento que me había puesto el editor y me daba unos largos de millonario en la piscina vacía. También paseaba por el acantilado rojo en el que habían instalado aquellos edificios para extranjeros construidos por locales que habría que ostracizar sin piedad, porque la tierra debe ser para quien la ame. En la cabeza, un sombrero, siempre este sombrero.

Es el sombrero de los paisanos de alpargata y piel gruesa. Lo compré en la cooperativa agrícola de Santa Eulària, junto al que fue el único río de las Baleares, antes de que las piscinas de los turistas lo convirtiesen en un cauce seco. Con el sombrero en la cabeza podía caminar los caminos ocultos entre las calas secretas, las acequias caídas, las albercas solitarias junto a las ruinas de caleras y pozos blancos de agua ausente que parecen haber sido hechos por otra civilización. Las lagartijas me brotaban de los pies entre los troncos polvorientos de las sabinas. Este sombrero de ala extremamente ancha es ideal para estos y todos los veranos. Está trenzado en paja y se abre para ventilar sudores y pensamientos. Hace en la cara una sombra portátil, protege de los soles de rigor, permite llevar higos y nísperos robados y, si nos tumbamos, es una siesta escuchando el runrún del mar. La novia que tenía entonces, que tenía otro sombrero de ala más corta, me lo secuestraba siempre. Ella también prefería habitar la persona nueva que sale al vestir este sombero grande, de chino, que cambia sombra y silueta. 

He regresado al sombrero en este abril que quiere ser agosto, cuando aún están floreciendo los manzanos y brotan las hojas de los castaños rezagados. El sol pide sombrero si vas a hacer alguna nadería al jardín, si decides pasear por el bosque o te quedas a leer en la terraza estirando las tardes, que ya empiezan a tener sabor de eternidad.

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