Opinión

Los atuneros vascos recalan por acá

En estas fechas donde me hallo, acá por la cornisa Cantábrica, navegan los pesqueros vascos a la caza del atún cuyos bancos como a cuarenta millas de la costa. Primero estuvieron los de Guetaria y ahora, a la espera del tiempo adecuado, por menos de un día en puerto, los atuneros de Hondarribia. Recalan en el puerto de Celeiro (antiguamente Cillero como aún le dicen los veraneantes madrileños reticentes a todo cambio y que también dicen Vivero para referirse a Viveiro), sin pagar costes de atraque como así lo hacen en todos cuantos amarren por estos cantábricos lares de la ibérica península, según nos contó desde su barco atunero el patrón de pesca desde su cabina de mando asomado por el ventanuco lateral, hombre de más que mediana edad y por muchos años curtido en esta modus operandi de la pesca del atún, una tradición de los puertos guipuzcoanos que les trae desde junio hasta entrado octubre sin apenas otra vacación que las sagradas fiestas del pueblo. Dura gente ésta en un oficio exigente sin vigilias donde la noche es más apta para la pesca que el día lo que debe cambiar el ciclo normal del sueño. Son las ocho de la tarde y esperan hasta las cuatro de la madrugada para hacerse a la mar, mientras preparan el cebo vivo sin el cual la pesca inútil. El cebo son anchoas pescadas previamente, que se reparten entre la casi veintena de grandes pesqueros, de borda baja para permitir que desde la banda de estribor, la derecha del barco, los seis tripulantes de cada barco, a veces más, puedan echar la caña tres y otros tres con el bichero preparado para sacar el atún de entre 30, 40 o aún 200 kg. Faena durísima a cargo de vascos y otros enrolados entre los que los senegaleses los más abundantes. El cebo vivo para ser esparcido y ser ensartado en los anzuelos y arrojado al mar mientras una bomba de agua lanza chorros a la superficie para estimular a los atunes.

Una estampa que se repite varias veces en la temporada atunera del norte donde tan apreciado este pescado envasado en Asturias, Cantabria o País Vasco cuando se hacía por acá pero salvo, algunas fábricas, otras, las más numerosas, se ubican en esas comunidades.

Considerando el trabajo, la escasez de las capturas, la carestía que produce el combustible que anda por los 0,90 euros por litro, el mantenimiento de la flota… no debe extrañar que el bonito se haya disparado, porque ellos de venderlo a 2,50 el kg., hoy a 6 o por ahí, y de capturas de más de 50 toneladas por barco, se haya pasado a 4, 5 o 10 cuando las capturas a la baja.

Darse una vuelta por los puertos es ver como la mar es capaz de reproducirse hasta el infinito porque tanto barco al arrastre, el cerco o el anzuelo, como también además de los bonitos se pesca la merluza llamada al pincho. Aún con la vedas a esos peces que paren los huevos por millares les cuesta reproducirse en medio tan hostil donde son atacados por aire: gaviotas, albatros, pelícanos… desde la superficie, por el hombre, que también se sumerge a la procura de ellos, como los numerosos predadores donde siempre el pez grande se come al chico, como en el dicho pero son esos monstruos de barcos los que arrasan con todo, sobre todo los arrastreros que barren todo el mar cogiendo a toda especie, que cuando se devuelve al mar por inservible para el comercio humano, generalmente sin vida, sirven de carnaza a otros peces.

Sigue siendo un misterio la capacidad reproductora del mar con tanto predador al acecho y un milagro diario que saliendo numerosos barquillos por esta ría de Viveiro, como tantas otras, sigan pescando calamares, panchitos… cuando los abundantes mújeles se resisten al cebo del pescador playero o el de muro, puente o barquichuelo.

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