Opinión

Benposta, Val da Rabeda, Santa da Pedra y Armeá

A Santa da Pedra entre el mito, la magia y el misterio.
photo_camera A Santa da Pedra entre el mito, la magia y el misterio.

Si la iniciamos en la ciudad, como de hábito se tiene, te internarás por el paseo Barbaña, de alisos, sauces, fresnos, laureles, de tal entramado que pocas concesiones a los solares rayos, que cuando lo abandonas surgen las rampas de Seixalbo, y las más pendientes tras Benposta, donde como unas naves a modo de polígono industrial, que podría llamarse del Alto do Cumial; al paso tras Benposta una lembranza de como se ha silenciado la obra, sin lo pretender, o acaso sí, esa magna del cura Silva, que nunca se sabe del destino del hoy solar en qué se asentaba la llamada Ciudad de Los Muchachos en que manos puso hoy, cuando en las formidables del fundador fue universal y si no combatida por la Iglesia, sí, por su innovadora y cuasi revolucionaria manera de recuperar a los jóvenes, fines que nunca contaron con el eclesiástico beneplácito o más bien ausencia de él. El Padre Silva fue un revolucionario a su manera, un incomprendido, o él se creía rechazado por los poderes económicos y unos cuantos políticos, que con los primeros siempre en lucha para hacer frente a tan altruistas gastos de una población de jóvenes sin techo. Podría tener fama de pedichón, pero la obra lo demandaba, el Circo de los Muchachos dejaba impronta por el mundo, creación de aquel jovenzuelo que aun seminarista alegraba las visitas a enfermos desheredados con su música: guitarra y armónica. Ourense le fue esquivo; el personaje podría ser muy demandante de recursos no obstante la finalidad de su empleo. Se le acusaba de okupa de San Pedro de Rocas, del monasterio de Celanova, de la playa de Area, en Sanxenxo. Vivía embarcado en una obra que le podría sobrepasar, a tenor desde dónde se mire. Lo malo fue que los problemas, como suele acontecer, se incrementaron en el ocaso de una vida entregada al amparo y formación de los jóvenes.

Pedaleando quedan atrás las rampas de arribada al Cumial, paso a través de las ruinas de lo que fue campamento militar, su amplísima explanada, su subterráneo polvorín, como si el eco de las voces de mando de cabos y sargentos aún resonasen. Desde los acuartelamientos de o Cumial y San Francisco saldría más de un regimiento para maniobras en los Castros de Toén, partiendo de madrugada como un ejército de desarrapados, con alparagatas la mayoría y mono o buzo, correajes más que cartucheras, a lo Pancho Villa por la vestimenta, una luenga fila de soldados que se extendía de camino hacia los altos de Piñor, sufriendo porque la carretera desde M. Macías a Toén, encoiada, se convertía en un infierno para unos pies que resultaban llagados o con ampollas por aquellas zapatillas de esparto. La oficialidad, incluidos alféreces provisionales, a caballo dirigía aquel regimiento., que pasaría el día de maniobras a tiros y bombazos contra las faldas montunas. Esa caravana surgía como de madrugada y nos despertaba por el murmullo de la tropa, el rodar de los cañones arrastrados por desvencijadas camionetas, o los cascos de las mulas portando víveres y morteros.

Atravesar el polígono industrial, más debida su creación a quien fue director de la Caja que a su presidente y titular en la Deputación, en aquella década de los 60-70, aunque se empeñen en darle el nombre de éste al Polígono Industrial de San Cibrao, por un lateral, empresa fácil por llana y térrea pista paralela por unos centenares de metros por donde hoy discurren rápidos trenes.

El río Barbaña por acá lánguido, por mucho que la pluviosidad lo nutra, será atravesado alguna vez más, y el vetusto ferrocarril, serpenteando aun en la llanura, queda para algunos trenes de mercancías o eso me parece cuando ninguno vi discurrir por unos railes cada vez más oxidados. La vieja Rabeda ya no sirve para alimentar leyendas como las de ciudades sumergidas, pero en el halo de ese embrujo se encierran quienes, artistas, han elegido permanente vivir en restauradas y aldeanas casas, creando un espacio donde la invención se alimenta. Por Ousende, olor a diligencias, carruajes de viajeros y mercadurías camino de la Meseta y a la inversa, como patente en el empedrado de algún camino hoy de tractores y tránsito de peregrinos del Camino sanabrés-ourensán a Santiago, la rimbombante Via de la Plata. Cantoña es una estación abandonada, invadida de vegetación de la que emerge en la distancia un elevado depósito de aguas para locomotoras que ya no expelen humo ni viajan por carriles, que por oxidados, cuasi en desuso.

Podrías adentrarte por los senderos que dan a los lombos de Sta. Mariña, pasar por la más sorprendente que para algunos mágica o esperpéntica Santa da Pedra, para visionar todo el val donde en un horizonte donde solamente los humos de Finsa delatan la presencia de actividad industrial.

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