Opinión

Castromao y el romántico Valle del Tuño

Para mucho da este amplio sol que después del mediodía esfuma las nieblas del Cañón del Sil, de A Derrasa, del Val da Rabeda o del mismo Miño a medida que el Ribeiro atraviesa, nebulosidad apetente de los antaño húmedos planaltos, esa niebla que te puedes encontrar por bancos si discurres por la autovía de noroeste a sureste, y que, disipadas, muestran un panorama de visual desparrame. 

Así que con tanto nebuloso banco al que se da una perspectiva sobre el soleado yacimiento de Castromao, mirador excelente de la provincia, de los primeros poblamientos en la Edad de Hierro donde una broncínea placa, hallada por aldeanos del lugar, confirma que los pactos de hospitalidad entre invasores romanos y las tribus galaicas, en este caso de los coelerni, eran una forma de mantener las costumbres, cierto grado de auto gobierno, pero bajo el yugo de los impuestos como demandaba la administración latina. La pacificación era una  forma de sometimiento que sería total a partir de las victoria sobre astures, galaicos y cántabros, cuando Hispania llevaba guerreando por más de dos siglos contra el invasor romano, pero al final en Monte Medulio, que nadie situar sabe, o en una serie de batallas con el emperador Augusto en persona, rematadas por Agripa.

Si tienes la suerte de encontrarte con ese enamorado de la comarca que es Benito Reza, incluso te dará el gusto el oirle declamar a Celso Emilio Ferreiro desde lo alto de Castromao, aunque solo una parte de oyentes tenga, de más de media docena de caminantes, porque extasiados de paisaje, acaso carecieren de oidos aplicados al silencio del monte o no podían desviar su atención hacia la belleza de unos versos, que se ensalzaban por la historia y el panorama.

Conocí Castromao por las doctas voces que más desprendían de lo que pudiera deducirse de aquellos enflaquecidos cuerpos de nuestros arqueólogos, que en aquellas excursiones de “Posío, Arte y Letras” vagaban por los monumentos provinciales para hacerse voz con Cuevillas, Risco, López Cid, Xocas; Otero Pedrayo desde su casona de Trasalba apenas concedía salidas de este estilo, que tampoco era el suyo. Era como un desparrame de saberes el que aquellos maestros mostraban en cada excursión.

Y uno rememoraba aquel privilegio de haberlos escuchado derramar tanto saber como entusiasmo en una de esas obligadas salidas a Castromao que remataban en el monasterio celanovense o se complementaban en el burgo en su día amurado de Vilanova.

Reza me recuerda a aquellos doctos de postguerra con los amplísimos conocimientos de hoy de la vida castreja y como hijo e íncola del lugar no pasa semana, o que digo, día en que no se vaya de paseo desde su Celanova residencial y amada a aquellos parajes donde antaño antepasados suyos.

De Castromao pasamos un día a la réplica monte arriba de otro poblado erigido para filmar una película que nunca se haría pero iba cumpliendo con eso de mostrar la vida en los castros, hasta que invadido de tojos, brezos y otras yerbas mientras iba despojándose de sus techumbres por la acción del viento haciendo que el agua continuase su acción erosiva en el interior. 

Camino adelante inmensas praderías para pasto del vacuno en este altiplano, que se inclina un tanto al llegar a la cuenca del Tuño, ese rio que siempre suena a medieval hasta que se pierde en el Arnoia, eso si represado por ese plan depredador de hacer de cada rio, regato o riachuelo una presa matando la vida fluvial en pro de unos kilovatios que siempre aprovecharon a los de siempre, esos de notas familias del bene vivere contra omnibus, que están en las mentes de todos y con detalle podríamos citar. Menos mal que el antes mentado J. Benito Reza logró abortar, con sus informes técnicos, docenas de proyectos de encorsetar a los ríos más pequeños, por los que muchos colectivos ecologistas en infructuosa lucha que aunque sin aparentes resultados iban creando conciencia. Reza lo pagaría caro, como alto funcionario: director de medioambiente de la Xunta, director del parque Baixa Limia Serra do Xurés... en traslados, rebaja de funciones y otros métodos que los poderosos usan para quebrar a resistencia de los que se les oponen. Una ignominia de la que pocos son conscientes porque todo sotto voce. Pero con la satisfacción de que si unos pasarán a recordarse como depredadores de lo público, de lo que acaso remordimientos tengan, otros como defensores vivirán con la satisfacción de que volverían a implicarse en la defensa de la Naturaleza.

Desde la presa del Tuño deberíamos emprenderla hasta Milmanda que se asoma sobre el valle, con esa punta de lanza que es la iglesia de Sta. Eufemia, que una de las muchas en el trayecto desde esta sierra a la ciudad donde dos fundadas en honra de la presunta mártir: Sta. Eufemia del Norte y Santa Eufemia del Centro.

Ir desde Santa Eufemia a Milmanda es como meterse en encajonado camino y amurado, antaño empedrado, hoy con restos, entre carballos, nogales, abedules donde un rey portugués, Fernando I, efímera corte mientras se hallaba ampliando lindes fronterizos a costa de Galicia y fluctuaba entre Melgaço y estos lugares. Es difícil imaginar caballos enjaezados por estos caminos pero sí los hubo en estos dominios de los abades celanovenses por más siglos que por cualquier otro señorío, incluidos los Pimentel y los Biedma, de Benavente. Milmanda, iglesia a menos de 1 km de otra, justifica el emplazamiento de la fortaleza que tuvo, de la que aprovechadas las piedras para el nuevo templo, conservando el torreón como campanario; visibles las líneas de la muralla dondequiera que mires.

Pasear por estas tierras enseñoreadas por los abades de Celanova es como irse a otros tempos fácilmente rememorados por las huellas de un pasado castreño, medieval y aun barroco. Reza puede trasladarte a cualquier época, y si te recita un verso de Curros o Celso Emilio,  te transportará con más facilidad.

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