Opinión

Circunvalando Cachamuíña, quietud, expansión y hermosura

Uno que se confiesa poco amigo de ruteras repeticiones, sin embargo se halló una soleada invernal, primaveral de temperatura, cabe a esa artificial laguna de Cachamuíña, meca contemporánea de tantos caminantes ciudadanos que prefieren la variedad, acaso, al asequible paseo del Miño, a pie de casa.

Fue como aterrizar allá, y siguiendo las agujas del reloj, pasar por el estrecho vial del muro de contención donde a todas horas no menos de media docena de autos te obligan a pararte y ladearte. A esta hora las retenidas aguas del Loña amanecen con ese fluctuante vapor de las disipadas nieblas como a modo de un remanente, que le da esa magia que supera a la de los más diáfanos días. Ganada la otra orilla del embalse, nutricio único que fue con Castadón para abastecer de agua a la ciudad, hoy superado por la traída desde el Miño, junto a la desembocadura del Loña.

Aún hasta ayer mismo dejaban vacío el embalse de Cachamuíña, cuando el estío prolongado, dando una pobrísima impresión de sequedad, como esa que solo producen las vistas de tantos embalses por ahí secos. Ahora que no se vacía lo agradecen quienes lo circunvalan no una vez sino hasta dos o tres. Solo se echa de menos, me parece que se va a actuar sobre ello, que aquello no sea utilizado por palistas en sus canoas, o alguna vela menor que le darían un incontaminado y multicolor aire, sin que impidiese el aterrizaje de patos, entre los que el más colonizador, el azulón, llamado alabanco en gallego, y ánade real, también el genérico parrulo, que especie de tan extendida por todos los ríos que desaloja a otras especies, incluso asentados en glaciares lagunas. Ahora el embalse hasta visitado por un par de cisnes salvajes, de esos que aún vuelan grandes distancias, y no como sus parientes acomodados a estanques, emblema de la parasitaria nobleza y de versallescos jardines.

Por esta ribera derecha, además de paneles explicativos en la ruta, avistas en la ladera un grupo de chalets de madera sostenidos, como si aéreos fuesen, por postes, para alquiler dentro de la oferta a visitantes de la Ribeira Sacra, y a fuer que sí, porque avistados entre el desnudo ramaje de los carballos unos cuantos, vida en ellos se veía.

Más adelante, pasando sobre regatuelo que en invernías nutre al embalse, tienes que ir atento para apercibirte del espacio natural para artistas, llamado Bosque do Recordo, que la fundación Cum Laude, de los promotores, los amigos Geles y Quintans, para uso y disfrute de todos los que quieran penetrar en esta floresta donde a la mistura de pinos y carballos se han añadido olivos de cierto porte, camelios, acebos, roble americano con un estanque donde sobresale la bola del mundo con botellas de plástico empotradas de su creador Tono Monteiro, Ouro Azul, y una placa leyenda: ”Y el tercer día creó la tierra y el fuego”, muy bíblica frase para devotos en eso de la Creación. Encomios para esa fundación que siempre consume tiempo y recursos y, a veces, incomprensiones. El bosque merece introducirse en él por la sensación que de quietud transmite.

El paso por pasarela sobre el allí rocoso Loña ofrece una visión de su bravura hacia arriba, y menos sonoro su discurrir por ese pétreo lecho hacia abajo; traspasado, ya comienza el camino entablado al que, para evitar resbalones en la humedad, han tapizado con una red plástica. En esta festiva mañana, apenas una docena de paseantes cuando a veces muchas, mensurables por los autos aparcados, cuando nos introdujimos en la umbría de carballos, abedules, sauces, o más arriba, manzanos y perales. Esto de plantar frutales que podrían aprovechar a paseantes, no es para aquí como me señalan algunos porque la gente se proveería hasta de escaleras para llevar por docenas los frutos, y si fuese de las invernales naranjas, más aún, pero uno no cree que esto sea así al ver en Vigo tantos naranjos con sus frutos que solo arrebatados al árbol cuando por su propia maduración caen.

La aldea de Cachamuíña trae a la memoria a uno de los liberadores de Vigo, en la llamada Reconquista de la ciudad a los franceses, Bernardo González del Valle, nacido allí en 1771, y muerto allí también, en 1848, apodado por eso Cachamuíña. Con Morillo serían los libertadores de la ciudad en la llamada guerra de la Independencia donde a las ideas del liberalismo implantado le sucederían la más ominosa del absolutismo criminal de Fernando VII, el rey felón. Pero así son las cosas que en aras de una independencia fomentada por la iglesia espoleada por los clérigos huidos de la Revolución Francesa y aquí refugiados y a sus curas guerrilleros, como consecuencia sucedería la regia tiranía. Bernardo González sería gobernador de Vigo y posteriormente de Tui. Creo que se merecería una placa en el mismo embalse in memoriam de quien fue el más ilustre de sus personajes. Sería como un peripatético repaso a la historia, que obligaría a reflexionar por dónde se pasea, aunque por aquellos tiempos ni embalse ni paseo en el entorno de un río Loña que discurría sin represores embalses.

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