Opinión

Recordando aquellas nevadas de Manzaneda; en eventuales encuentros, otras cosas

Moncho recuerda la Manzaneda de aquella loca escuela, si no de policía sí de esquí, pero no loca si no por juvenil y animosa

Acobijo de la llovizna, con su breve paraguas, Moncho Alonso y yo encapuchado cambiamos impresiones o más él sobre su paso por la Estación Invernal de Manzaneda y después por otras de renombre, cuando infatigable esquiador y monitor de aquella escuela de Esquí que por los años setenta y ochenta cuando la nieve abundaba en la sierra y otros docentes de la escuela como Paco Alfaya, José Félix Romero, Manolo Rego, su hermano Satur esquiando y haciendo fotos, José Luis Villalva, y él mismo, con Pepe Senra como director y su hermano Sabino, en fines de semana, hacían de Manzaneda ese lugar único de una increíble estación invernal gracias al impulso de José Luis (Pilís) Outeiriño a la sazón también presidente de la Gallega de Esquí, al que acompañaba como apoyo para todo José Manuel F. Anguiano. Me cuenta Moncho que a veces se picaban en apuestas níveas de quién hacía un slalom más rápido; Pilís le daba la ventaja a Anguiano de un intenso entrenamiento (se ignora si él también entrenando en secreto), mientras unos revoloteantes gorrones esperaban, como tales, que quien pagase la cena los incluyesen en el banquete o más bien convite. Moncho recuerda la Manzaneda de aquella loca escuela, si no de policía sí de esquí, pero no loca si no por juvenil y animosa que él contribuía a hacer más peculiar, porque este aventurero de la nieve podía engancharse con una cuerda al vehículo que se prestase para llevarlo remolcado hasta la mismísima Pobra de Trives, donde la vuelta era otro cantar, cuando la nieve se estacionaba en la villa, o a embarcase por la noche en un subir montado en los sacos, que a modo de prueba del buen funcionamiento de las telesillas se hacía funcionar durante la noche; desde la cima de la Cabeza Grande bajaba a tumba abierta, una y otra vez, en alguna noche de luna. Después de aquella etapa vagaría por la nieves alpinas, se ubicaría en Sierra Nevada como profesor de esquí alternado, por el estío, cuando descendía a la costa para ejercer como titulado pilotando yates o grandes veleros. Todo un personaje este Moncho, Ramón Alonso Valente, del que solo una mínima parte de su cursus vitae esbozado, cuando me despido como en una película de vaqueros: ”Yo a Texas tú a California”: Yo, a rodar por el suburbio; él, a Vilagarcía.

En este deambular, por las caseras inmediaciones me doy de bruces con Marisa y Tomás con los que obligada detención, lo que nos sirve para navegar más por su curso vital que por el mío como cuando como dibujante él ilustraba la revista etnográfica Raigame; Tomás lo fotografiaba todo, en cada salida, fuese montaraz, de investigación; era cual oficioso delegado de la comunidad benedictina de Oseira, estudiaba y publicaba sobre la Via Nova con Alvarado y otros más, se implicaba con la SGHN y era también asiduo estudioso de todo lo que las tierras de Trives de etnografía proporcionan. Tomás Vega Pato me confiesa una memoria más de lo remoto que de lo presente, en la que no pierde ese amor por las cosas, aunque semi retirado de unas cuantas, que antes familiares. A Tomás, como a muchos, la suerte de ser acompañado por una Marisa, que monopoliza gran parte de la parada con una vivaz exposición en nuestro parlamento.

En un concierto de Aninovo del grupo Trovare, de grata audición, del que cuatro mujeres y el mismo número de hombres, que formaron en aquella escisión de la Coral de Ruada bajo la batuta del musicólogo Manuel de Dios en el que afición crearon, entre los que para mí los más que conocidos Antonio Feijóo, a la mandolina y la voz, Aser Gil, a la percusión y la voz también. Con Feijóo coincidí, además de alguna montañera marcha en clases de guitarra; con Gil, en unas de vuelo en O Rodicio; Antón fue profesor de FP, y Aser aún funcionario municipal. La música de Dylan, Presley, Cohen, Atahualpa resonaba en ese prodigio del arte neoclásico modernista que es el paraninfo del Instituto, por antonomasia, el de O Posío, erigido por la Diputación Provincial en 1896, restaurado poco ha por la Xunta, reservado en sus tiempos cuando el único centro de Enseñanza media de toda la provincia, para actos y también para exámenes de las Reválidas de 4º y 6º de aquel bachillerato, que los de mi generación pasamos, e incluso para exámenes ordinarios cuando las aulas ocupadas. Un auditorio para acoger a este ciclo de la todavía no extinta UPO (Universidade Popular Ourensana). Me saludo con José Antonio Puig, Nenillo, al que pocos por esa acta de nacimiento reconocerían, ya jubilado de la docencia FP, infatigable jugador de mus, con Cristina Romero, Maralis Rivera, Belem Romero...

Y como de misceláneas va la cosa, me llama la atención que se ponga en su lugar recuperando la palabra poetisa, que suena a más poético y romántico que la tan usada hoy de poeta para los dos géneros. No es lo mismo decir de la eximia Gabriela Mistral, poetisa que poeta, lo que restaría todo ese halo que a su obra literaria acompañó. Me recuerda esa palabra, rescatada por Abelardo Lorenzo en su último escrito en esas habituales y por demás, atinadas colaboraciones con las que nos deleita, ahora con más frecuencia.

De sorpresa en sorpresa, hace unos días, mayúscula al leer: “Un detenido a prisión y un herido grave en un intento de homicidio en Vinos”. Lo primero que me trae a la memoria es que debe haber algún lugar, villa o aldea que se llame Vinos, lo que me intrigó porque desconozco que aldea o lugar tal, pues no había que pensar o deducir que el suceso en la zona de los vinos de la ciudad. Esa manía de reducir, eludiendo el artículo, y de confundir, en lugar de decir... en la calle de los vinos.

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