Opinión

Residencias de ancianos, de la tercera edad, del último tercio...

Yo estoy contenta para que vosotros estéis tranquilos”, les dijo una madre que aun por si misma se valía en su propio chalet del que sus hijos la desalojaron para internarla en una residencia de ancianos o de la tercera edad, como quieran decirla, so pretexto de que estaba sola y ellos no podían atenderla. Internada, de vez en cuando alguno la visitaba. Recuperaron los hijos el chalet de la okupa materna, no para usarlo por alguna necesidad, si no para venderlo aunque no encontraron compradores; fue como un pago a la ingratitud.

Dos ancianas, en otra residencia, prepararon una fuga y quisieron ganar para su causa a una tercera llamada Pilar, que a su invitación a sumarse al proyecto, les dijo: “Amigas mías, está bien, pero ¿ a dónde vamos”?

Una hija visita a su madre en la pandemia, y salva sea la distancia impuesta por el covid, le grita: Mamá, te quiero mucho; la madre le responde: Quiéreme menos y llévame para casa.

En un lapidario artículo de ABC sobre las residencias de ancianos las tildaba, sin continencia alguna, de campos de concentración sin cámaras de gas.

En otra residencia cabe al Miño, llegaron dos familiares por la noche con un ingresando de urgencia, pero que no internaron porque la empleada de guardia, ella sola para cien internos, les diría a la pregunta de si pasa algo durante la noche: Si tenemos un caso de algún interno descontrolado, llamamos a una auxiliar, dijo la recepcionista.

Intentando internar, creo que por Vigo, a una persona de 96 años, los familiares fueron rehusados: A esa edad nada más entrar se nos mueren, dijo el gerente. Al día siguiente, con enchufes, lograron alojar al padre, que  se murió entes de la semana.

Dos amigos me hablaban de las excelencias de la relajada vida de esos que algunos llaman hoteles de la muerte, o al menos a la que se condena a los mayores a los que se deja como inservibles. Así es la naturaleza humana pienso cuando me hallo de reposición de pila para mi cronómetro en una relojería de un conocido al que pregunto por su cuasi invalida y anciana madre; me dice que se la ha traído consigo en merma de su libertad porque era lo menos que podía hacer por a quien tanto debía, incluso sacrificando una soltería no deseada, me parece. Un ejemplo de ese amor filial tan difícil de abajo arriba cuando fácil de arriba a abajo.

Otros, de esos que desarraigan a sus antepasados so pretexto de que en la ciudad no sufrirán los rigores y la soledad del campo; no sentirán el calor familiar  de quienes ocupados en trabajo y rutinas, tiempo les faltará para atenderlos, por más que los tengan en casa o cerca. 

Esos mismos han internado a sus padres que vivían en la felicidad de su aldea aun autosuficientes, pretextando que así los tenían cerca; nunca o casi los visitaron por más próximos que estaban.

Como todo está inventado hallamos que no se encuentra otra solución para los problemas que la demografía presenta con la prolongación de la vida. O eso parece cuando se intenta, otro modelo, con esas casas de convivencia de poco mas de media docena o incluso de un solo apartamento a donde acudirán los cuidadores o los proveedores con esa independencia que da el salir, si puedes, cuando quieras. Aun hay otros inventos para paliar o a veces disfrazar la apariencia de centros de ubicación del último tercio vital.

Dos más que amigos, de poderío, coincidentes en alguna conversa, se ufanaban de haber internado a sus padres en la más lujosa de las residencias donde nada les faltaba,  pero si, ellos que se había desprendido de trabajos, incluso de los que las visitas causan.

En el opuesto lado, otro hijo que hubo de sacar de la residencia a donde sus otros dos hermanos habían confinado a su padre que bramaba a cada momento: Sacadme de aquí, que me muero. Fue, lo sacó y lo devolvió a su apartamento donde vivió por unos cuantos años a su propia costa, de una pensión y ahorros, que no más bienes cuando había entregado, en vida, claro, varios pisos y bajos a cada uno de sus tres hijos; reinstalado, dos cuidadoras  le hicieron llegar a la centena, y el buen hijo, de diaria visita. En su vejez aun fue útil a la sociedad dando gratuitas clases a los necesitados que las demandasen.

Casos extremos, se dirá, y por ello, raros, pero que son a modo de muestrario, más del abandono en el que los parientes confinamos a los nuestros, que en los cuidados que reciben en estos refugios de ancianos donde por más que atenciones se les presten, escasos casi siempre de las visitas y mimos de hijos y nietos.

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