Opinión

Sierra Calva, del eje de las Trevincas, a caballo de dos provincias

La genciana, planta característica de las Trevincas, en todo su esplendor.
photo_camera La genciana, planta característica de las Trevincas, en todo su esplendor.

Las lindes entre Zamora y Ourense, allá por el provincial oriente, están marcadas por crestones donde se asientan las más altas cumbres, llámense Trevinca norte, Surbia, Pena Negra, Pena Trevinca, alto das Corralizas… Son lugares de hermoso tránsito salpicados de lagunas, lagunallos, hoy colonizados por grandes manadas de vacuno, algo de caballar paralelo y ausencia de caprino. Donde antaño podías beber en cualesquiera manantes aguas, ahora de precaución porque la mayoría de los altos pastos embostados. Los rebaños, por centenares lo colonizan todo, y el montañero o debe ir provisto de pastillas para clorar las aguas o llevarlas a cuestas, por la imposibilidad de hallar aguas límpidas. Numerosas pistas térreas van a todas partes, salvadas algunas cumbres donde solo senderos. Esto facilita la trashumancia estival de ganados que pastan por el estío en las majadas o malladas de fresca yerba y que facilitan el control de las vacas por parte de los ganaderos que suben a diario en sus todoterreno, y cuando no tal frecuencia se las arreglan para contratar pastores de la parte lusa de la provincia de Bragança. Algunos ganaderos sanabreses aún utilizan el caballo para tal inspección.

Por una de estas sierras, la Calva, que forma con la Segundera, la Mina, O Eixe, Cabrera lo que se llama macizo de las Trevincas, anduvimos en casi toda su extensión, arrancando desde Porto, que puerto sería del Bibei, en la cola del embalse de San Sebastián, que más abajo el de Pías o San Agustín, los primeros que encorsetan al río Bibei, que nace docena de km. más arriba en las fuentes del dicho y de uno de los lagunallos de Piatorta.

Arrancamos a tanta solaina que si no provistos de sombrero de ala más cocinados (expresión cuando Di Stefano entrenaba al Valencia refiriéndose a una gran solaina que casi derritió a los jugadores) seríamos porque brazos y piernas de tal morenez que se distinguían de la blancura del tapado cuerpo.

Una arrancada por la brava provocaba los primeros jadeos, que pasada media hora por casi planicie de tan herbosa que solo las huellas de vehículos dejaban ver su trazado. Por Susana, un curral o varios dispersos nos mostró el acúmulo centenario de vacas y alguna docena de caballos en perfecta convivencia, contenidos por dos vigilantes mastines. Uno de los montañeros, de exploración de ranas en lagunallo de tantas plantas acuáticas que no dejaban ver el agua y así en muchas: Sextil Alto, Lagunas de Patos. Un refugio, como casi todos, más usados por pastores que por montañeros con la advertencia: la basura no se va sola.

Una subidilla por la herbosa mallada de esta sierra despoblada de árboles, salvo su caída a Porto de inmensas arboledas de carballos, nos dejaba donde años ha vimos a dos buitres en el aprovechamiento de los restos de un potrillo que nos indicaba que el vultúrido coloniza estas cumbres como comprobamos cuando uno nos sobrevolaba a la pesquisa del cadáver de cualquier becerro o de las placentas del vacuno que en la sierra pare, como de ordinario acontece. Cuando de penetración en el valle de Laghoallos dos Pichos nos dimos de bruces con padre e hija en un Discovery trotamontes, que andaban de reparación de eléctrico vallado y control de su ganado, que de la inmediata aldea de Seaone venían con los que de amena charla por la empatía del ganadero.

De paso de cancela del inmenso vallado que aún permanece cuando se levantó el Hotel el Ciervo de Xares que contaba con este recinto para contener a una inmensa densidad de corzos, que destinados a la caza controlada y pagada por los visitantes que se alojaban en el hotel, hoy sin uso y a medias conservado. Con la alambrada a derecha por el crestón de los Altos da Corraliza, pasaríamos por el vértice geodésico del Sixtil nos situaríamos en los Picos de Ocelo por encima de las tres lagunas de Laceira, Carrizais y Ocelo, que más abajo el mirador donde un día a más de veintena de excursionistas nos traería Carlos Parra, cuando regentaba el hotel, una campestre comida que puso una nota acorde con las vistas que desde allí teníamos.

Bajada de mochilas, extracción de bocatas, desde las alturas donde algunos a sol batiente, otros a resguardo de él en las rocas, mas todos refrigerados por la brisa que del valle ascendía, hizo que las viandas de más sabor por el aderezo paisajístico.

De vuelta, como la solaina de frente, de más cremas protectoras usando, fuimos en permanente sube y baja de lomas hasta desviarnos de la ruta de ida para avistar otros lagunallos donde ya pastaban tantos centenares de vacas y sus becerros que a nuestra presencia como a toque de rebato se concentraban ascendiendo a ligero paso la hermosa ladera hasta la cumbre donde la laguna de Os Currais desde la que viramos en dirección este a través de roturado monte revertido en inmenso pastizal. En la caída, Porto y la cola del embalse de San Sebastián.

Te puede interesar