Opinión

Xavier Castro viaja por los fogones reivindicando a las mujeres

Conocía, más de leídas, a Xavier Castro por sus artículos sobre gastronomía en El Diario de Pontevedra y La Región, y de un libro que su hermano Lao me regaló que introdujo, a un no bebedor de licor alguno, salva la excepción que a contar se va, en ese mundillo del vino tostado gallego, que tan bien describe desde su producción, lo  que me trae a la memoria que estos vinos, también de misa, eran muy apetecibles por los que visitábamos las sacristías ya en Piñor ya en la Trinidad, libando alguno ofrecido por Pepiño, el sacristán perpetuo del cura D. Florencio, y más que por D. José , el abad, de la Trinidad, recibíamos la copilla, a hurtadillas, de uno de los monaguillos, porque el sacristán, también perpetuo, no descendía a esta cosas, servidor fiel del Don José como era. La dignidad abacial, que respeto infundía, le venía de una comunidad seglar fundada por el Obispo para atención de peregrinos que el título de abad conllevaba.

Presentaba Xavier en el Liceo  ”Cociñeiras con talento”, que rezuma investigación y el rigor propio de un catedrático de Historia en el campus de Pontevedra. Nos introdujo el conferenciante en aquella sociedad machista donde,  a mesa y mantel, el pater familias era el primero en todo, luego el hijo varón primogénito, las mujeres se sentaban también, la mater familias que elaboraba los platos ni se sentaba en su trajín mesa-cocina,  acaso, tímida residente, en un rincón de la mesa comiendo el pescuezo de una gallina o la cabeza de un pescado, lo más desechable, poniendo hasta sonriente cara hasta para traslucir que era lo que le gustaba.  

Traspuesto el umbral del Liceo, donde la charla, me encuentro con Alvaro Bobillo, y en la balconada, con sus hermanos, lejanos parientes del conferenciante. Se acerca al grupo Javier Casares, presentador del exponente, que me dice que el Liceo, sociedad cultural recreativa que preside, tiene sus cuentas a cero o sea que no debe nada, lo que extraordinario  cuando tantas endeudadas; aparece Lao Castro, que fue docente universitario al que tiempo falta para sus pinturas, investigaciones y aficiones, y un poco después Jesus de Juana, profesor de Historia Contemporánea en nuestro campus, que seminarios compartió con Xavier Castro por las universidades europeas, el cual se une a los que parlamento intercambiábamos. Veo a Maribel Outeiriño, prima, a la que solo extiendo la mano, porque interpuesto alguien con el que de charla, para mi desconocido. En este ambiente, ya sentados con unas cuantas docenas de oyentes a los que nos sumamos, Xavier hizo un recorrido por los aldeanos fogones y aun urbanos donde no solo reivindicaba el papel de la mujer en la familia que, aunque patriarcal, las mujeres llevaban todo el peso delegado por comodidad de los varones en aquella sociedad, casi de ayer, tremendamente machista, pero menos que la de anteayer, y así para atrás. También recordó el paso de cocineras a cocineros o chefs, cuando los franceses se apoderaron del oficio. A la salida, ventas de un interesante libro; el autor no parece ese típico promotor de libros que delega en amigos sus ventas por lo que ajeno parecía a ese animus vendendi . 

Gran parte de lo que Xavier narra lo vivimos cuando morábamos en el barrio da Carballeira, a caballo de la ciudad y la aldea, donde era habitual en los fogones de amigos y vecindario la entrega de las madres dispuestas a quitarse su propio bocado para darlo al marido que no daba golpe en la casa, aunque sí esforzado trabajador fuera de ella, pero que tenía confinada a la propia mientras él a diarios cafés con partidas de cartas o dominó, paseos con amigos y alguna que otra cenota. Y esto extensible era a las clases acomodadas de la urbe. Corrían los tiempos de  “a muller e a sartén na cociña están ben”. 

Este libro de Castro es ilustrativo de lo que ya más o menos habíamos vivido.  El patrón, como reconocían al padre los que de usted lo trataban, era un privilegiado hasta entonces porque ahora nunca llegarán a patrones a mesa y mantel los descendientes de aquellos parásitos caseros que no solo no participaban en cualquier labor casera, puertas adentro, sino que con frecuencia alzaban la voz para reclamar más de la sumisa, y si solo con eso se conformaren, ¡albricias!, hallábamos un hogar pacífico donde el tirano no solía pasar de las voces a los manotazos que unos cuantos por allí se daban. Las parejas de ahora no se conciben sin colaborar:  llevar a los hijos en la silla, planchar, lavar los platos, cocinar, en ese verbo que se llama compartir, desconocido para los de antes y aun para nosotros herederos de este machismo que por enquistado normal nos parecía, porque ya los roles los marcaba la mater familias para varones y mujeres, y si invadías alguna faena familiar, podías se tachado de” ferrechas” o marimanuela.

Las que cocinaban y hacían de todo en el hogar nunca se imaginarían una tal emancipación. El o tempora o mores! ciceroniano, afortunadamente no encajaba ya.

Son tiempos periclitados donde las mujeres no podían comprar ni vender bienes propios sin el ”con mi y por mi autorización marital” , donde aún se podía matar a la adultera pillada en fragante delito con su amante, y nunca al contrario, que constituía homicidio con los agravantes que lo podían calificar de asesinato...y esto hasta el último tercio del siglo XX, cuando se modificaron los Códigos Civil y Penal en algunos puntos y se conquistaron libertades que la dictadura había aherrojado.  

Ahora a esperar a un Castro en el “Foro La Región” que no debemos perder; lo mismo un libro que tira por ameno y documentado.

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