Opinión

De entrada, no

A estas alturas empieza a estar claro que en la legislatura que ahora arranca en Galicia, por muy convenientes y deseables que sean, no van a ser posibles los acuerdos de país. Puede que ni se intenten. El horno no está para bollos. Bloque y PSOE anuncian una oposición constructiva y propositiva, seria y rigurosa, pero firme. O sea, contundente. Nada de mano tendida, ni hablar de esos cien días de gracia que se suele conceder a los nuevos gobiernos y cuya invención se atribuye a Roosevelt. Desde el minuto uno, cada cual jugará el papel que, a su entender, le asignaron los resultados electorales. Al PP de Rueda le toca gobernar, que para eso tiene mayoría absoluta holgada; al Bloque y al PSdeG, les corresponde oponerse al gobierno, ir a la contra. Dada la correlación de fuerzas, ni siquiera están obligados a hacer propuestas alternativas. Nadie se lo puede exigir y seguramente tampoco es eso lo que esperan de ellos sus votantes, y no digamos sus militantes, que les piden que den caña sin tregua.

Nacionalistas y socialistas anticipan que votarán no a la investidura de Alfonso Rueda. Su postura está decidida de antemano. Da igual lo que diga, proponga u ofrezca el candidato popular en su discurso, en su programa de gobierno. No es no, y desde ya. Tanto el Bloque como el PSdeG entienden que su derrota en las urnas del 18F, en un caso honrosa y en el otro estrepitosa, les asigna un rol contestatario. Están obligados a disentir por sistema, más que a controlar al Gobierno o a ponerle límites para que no se exceda ni se quede corto. Va de suyo que la oposición no se corresponsabilice de lo que hagan o dejen de hacer los gobernantes. Sin embargo, los que se oponen no deberían olvidar que también en las próximas elecciones habrán de dar cuentas a la ciudadanía de su labor. El politólogo italiano Giovanni Sartori advirtió en su día acerca de las “oposiciones irresponsables” y que lo esperable es que la oposición sea tanto menos responsable cuanto menor sea la expectativa que tenga de gobernar algún día.

Ni los de Ana Pontón ni los de Gómez Besteiro contemplan el escenario de que durante el debate de investidura Alfonso Rueda haga desde la tribuna algún gesto que abone la posibilidad de intentar acuerdos en grandes asuntos de interés transversal. Dan por hecho que ni siquiera la cómoda mayoría parlamentaria de que dispone y el inicio de un nuevo ciclo político -el suyo propio- animarán al presidente de la Xunta a ser dialogante y a no tratar de imponer por sistema su criterio y el de su partido, vía rodillo parlamentario. Para Benegá y Pesedegá, Rueda tuvo ya un par de años para marcar un estilo propio, menos arrogante que el de Feijóo, y no dio señales de ser partidario de los consensos, sino más bien de la confrontación pura y dura, una estrategia que, por lo visto el 18F, le premia su electorado. 

No esperar a escucharle ni contemplar siquiera a priori la posibilidad de abstenerse para mandarle a Rueda un mensaje constructivo, un envite en positivo, al igual que negarle por anticipado la capacidad de diálogo y la voluntad de entendimiento, es invitar a don Alfonso y al PPdeG a seguir como hasta ahora, ordenando, mandando y haciendo saber, yendo a su bola, aún más cargado de razón si cabe. Decir no ya de entrada es abonarse, todos, al estéril más de lo mismo. O, al enemigo, ni agua. Que, por cierto, es casi tan indeseable y tan escasamente constructivo como el “y tú más” o como la dialéctica del garrotazo va y garrotazo viene que impera en el enfangado ruedo de la política nacional. 

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