Opinión

Unas elecciones previsibles

Hace unos meses, antes incluso de la celebración de las elecciones municipales y autonómicas, el panorama era completamente distinto, con cuatro partidos en un pañuelo y con distintas posibilidades para formar gobierno. Tras las elecciones del 25 de mayo y de las catalanas, la situación ha cambiado radicalmente y salvo algunas encuestas que todavía siguen apostando por tres partidos que pueden obtener unos porcentajes de votos parejos –Podemos se ha descolgado de esa carrera- las elecciones del 20-D se presentan sin ninguna emoción en cuanto a quien va a resultar el vencedor.

Ante la campaña electoral todo parece confirmar que el PP volverá a ganar las elecciones, pero muy alejado de la mayoría absoluta que obtuvo hace cuatro años y un mes, porque se dejará por el camino en torno a la tercera parte de los votos del 44,62% que consiguió en esa ocasión. El varapalo, por tanto, será considerable, por lo que deberá enfrentarse a una situación completamente nueva para los populares, la de buscar un socio que le dé la estabilidad parlamentaria que precisa, pero buscando un partido que le proporcione unos cincuenta escaños, una cantidad con la que se puede exigir una vicepresidencia del Gobierno.

Y con los datos de todas las encuestas solo hay una posibilidad para formar una mayoría absoluta en el Congreso, el pacto poselectoral entre el PP y Ciudadanos, que -según el CIS- vendría a ganar los escaños que el PP se deja en la gatera. El PSOE por su parte puede tener una pérdida menor de votos y perder en torno a la cuarta parte de los que obtuvo en sus peores resultados históricos de 2011 por la irrupción de Podemos, de tal forma que la conjunción hipotética de los partidos de izquierda, con IU-Unidad Popular como outsider, no da una suma suficientes como para plantar cara al PP.

Así, el partido de Albert Rivera dejará de tener la consideración de ‘bisagra’ que pueda inclinar con sus votos la balanza hacia uno u otro lado del espectro ideológico para convertirse en ‘socio necesario’ del Partido Popular, como tercera fuerza política. Lo que además tiene toda la lógica política por cuanto –otra vez según el barómetro electoral del CIS- el 66% de los encuestados sitúa a Ciudadanos como un partido de centro bien escorado a la derecha.

La irrupción de Podemos –sobre todo- y de Ciudadanos, y el conflicto territorial en Cataluña también puede originar un terremoto por la parte baja de la tabla en la que se reúnen los partidos nacionalistas y los regionalistas agrupados en el Grupo Mixto, y bien puede darse la circunstancia de que desaparezcan del Congreso formaciones que han hecho oír su voz en las últimas legislaturas –UPyD, Geroa Bai, BNG…- y que los nacionalistas pierdan la mitad de los votos con que se hicieron en la pasada legislatura, mientras que aquellos que mantienen posiciones más radicales conservan electorado o lo multiplican por dos como puede ser el caso de ERC.

Salvo algún tropezón de última hora que dé un vuelco a la campaña, las elecciones del 20-D que se presentaban como las más imprevisibles se han convertido en las más previsibles, porque la aritmética parlamentaria es inexorable. Otra cosa será como se toman las direcciones de los partidos que sus líderes pierdan votos a chorro.

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