Opinión

Minicumbre con ausencia

Podría afirmarse que la ausencia del presidente del Gobierno en funciones de la reunión que han mantenido el primer ministro de Italia, Mateo Renzi; el presidente de Francia, François Hollande, y la canciller alemana, Angela Merkel a bordo del portaviones "Garibaldi" es consecuencia, precisamente, de que Mariano Rajoy lleva en funciones desde hace ocho meses y que por esta condición no fue invitado al encuentro en el que se abordaron de manera informal cuatro de los grandes problemas que afectan a la Unión Europea, Brexit incluido.

Es una forma muy parcial e interesada por parte del Ejecutivo de justificar una ausencia que se ha venido produciendo de forma sistemática a lo largo de los últimos años, en los que España ha perdido peso en las decisiones europeas y no ha logrado ganar casi ninguna de las batalla que ha planteado en la UE, en especial por los nombramientos de Miguel Arias Cañete como vicepresidente de la Comisión Europea, o de Luis de Guindos como presidente del Eurogrupo. A lo largo de la primera legislatura de Mariano Rajoy han sido innumerables las ocasiones en las que los dirigentes europeos se han reunido en petit comité sin asistencia del presidente español. Por tanto lo ocurrido en aguas del golfo de Nápoles el pasado lunes no es una novedad pese a que en todos los asuntos abordados, crecimento económico, inmigración, lucha antiterrorista y defensa, nuestro país está directamente concernido y sus aportaciones podrían haber sido muy interesantes.

El hecho de que Mariano Rajoy permanezca en funciones –en esa calidad asistirá a la próxima cumbre del G-20- no debiera ser óbice para que la diplomacia española se hubiera movido con mayor firmeza para estar presente en esa reunión en la que se abordaban problemas en los que el Sur de Europa va a desempeñar un papel determinante. Y más si se tiene en cuenta que es muy probable que alguno de los asistentes a esa minicumbre quizá no sea el representante de su país a partir del próximo año –Hollande-, o que los problemas económicos de otro –Renzi- le conviertan en el nuevo enfermo de Europa posición que ya compartió Italia con España, pero a la que se le aplicaron cuidados paliativos en su momento mientras aquí se aplicaba la cirugía con serrucho. Angela Merkel por su parte mira con un ojo hacia los problemas que su gestión de la inmigración le provocan en su país y con el otro a una Turquía -pacto de la vergüenza mediante- que es todo menos un país seguro para los refugiados, y un aliado que no duda en utilizar el chantaje.

La crisis económica ha motivado entre la sociedad española un aumento de la desafección hacia la Unión Europea, porque se olvidan muy pronto las ventajas que tiene frente a los inconvenientes y presiones, pero el europeísmo de los principales partidos nacionales y nacionalistas está fuera de toda duda, y las autoridades españolas han demostrado mucha solvencia a la hora de abordar las crisis migratorias -mediante la cooperación con los países de procedencia-, en la lucha contra el yihadismo tras los atentados del 2004, e incluso como alumno aventajado a la hora de poner en marcha las políticas de austeridad que ahora se quieren revertir. Méritos suficientes para estar en el núcleo duro del estudio delos problemas comunes aun con gobierno en funciones.

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