Opinión

"Y ahora esto"

Trece días después del comunicado en el que confesaba su fraude fiscal, el expresidente de la Generalitat durante 23 años, Jordi Pujol, reapareció en el pueblo gerundense de Queralbs en el que tradicionalmente suele pasar sus vacaciones veraniegas. Antes de las declaraciones que ofreció por la tarde, una cámara de televisión siguió su paseo matinal por las calles de la localidad. En un momento, al tratar de salvar un escalón, Jordi Pujol, de 84 años, tropezó e hincó una rodilla en tierra. “Y ahora esto”, musitó al levantarse. Un político avezado como él, que ha dominado la escena política durante tantos años, sabía de la fuerza metafórica de ese instante. La única que no quería transmitir.

De sus declaraciones, referenciadas al guión del comunicado mencionado, nada nuevo porque su disposición a comparecer ante “toda instancia jurídica o tributaria que me quiera llamar”, ya no depende de él sino de los procesos judiciales o fiscales que se abran para desenmarañar la cantidad y el origen de sus cuentas en paraísos fiscales, y la implicación de sus hijos a los que ha pretendido salvar con su testimonio.

Sin embargo, sobre la otra comparecencia que le han solicitado, y que depende de él, para ofrecer explicaciones públicas ante el Parlament catalán como le han pedido todos los grupos, salvo aquel que él mismo ayudó a crear, mantuvo la incertidumbre acerca de cuál será su decisión: “Ya se verá”. Y esa es una parte vital del debate político que se sustancia en Cataluña con el proceso soberanista al fondo.

No hay duda de que CiU pretende ahorrar al padre del nacionalismo político contemporáneo el “escarnio”, en palabras del conseller Santi Vila, de su presencia ante los diputados catalanes que quieren explicaciones más rápidas y más políticas de las que se podrán obtener de una investigación judicial y fiscal que se presume larga y difícil. El riesgo de su ausencia es que ERC está dispuesta a plantear la creación de una comisión de investigación a la que el resto de grupos parlamentarios se sumaría gustoso –salvo CiU de nuevo- y que incluso puede avanzar más allá de lo inicialmente previsto para adentrarse en otros derroteros relacionados con el fraude fiscal –el 3%-, si se aceptan las pretensiones de la CUP. 

Jordi Pujol tiene que elegir entre lo malo y lo peor para él y lo que puede ser mejor para minimizar los daños en el proceso soberanista que impulsa su hijo político Artur Mas, ante la evidencia de que cada vez cala con mayor intensidad la certeza de que la confesión del expresidente catalán afecta a la celebración del referéndum del 9-M. Entretanto se recrudecen las tensiones internas en el bloque soberanista entre CiU y ERC, a cuenta de la segura prohibición de la consulta que dictará el TC una vez que se convoque, con declaraciones de los primeros en el sentido de que están dispuestos a acatar la decisión del Alto Tribunal y las sospechas de los segundos, empeñados en que se saquen las urnas a la calle en cualquier caso, de que puede pasar de largo la oportunidad que esperaban y deben trabajar en un ‘plan B’.

“Y ahora esto”. Pujol reaparece, trastabilla, y traslada la imagen del ídolo caído que, al desplomarse, arrastra el periodo más fructífero para el nacionalismo catalán y parte del proyecto independentista.

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