Opinión

50.000 euros

Ponga un meteorito en su vida. Precio: 50.000 euros. Para los coleccionistas y para los científicos es un objeto de valor incalculable.

Imagino que eso pensaría el responsable de una empresa de mudanzas del País Vasco, quien vaciando el trastero de un profesor se encontró un pedrusco que resultó ser parte del aerolito que cayó en 1947 en un pueblo leonés. Al parecer, la piedra es “patrimonio nacional”, o sea, pertenece al Estado. Y aunque su procedencia hay que buscarla en las fronteras exteriores, la ley terrícola dice que todo lo que vuela, a la cazuela, y que cualquier cosa caída del cielo patrio pertenece a España y a nadie más que a España.

Consideraciones geográficas aparte, resulta que ahora el responsable de la empresa de mudanzas se enfrenta a un delito de apropiación indebida. No me quiero imaginar qué le ocurriría si decidiese comprar una parcela en la Luna -opción también disponible en internet- porque, claro, una parcela tiene muchas piedras, son muchos meteoritos juntos; aunque, pensándolo bien, como no se mueven ni caen sobre la Tierra a lo mejor resulta que sí te permiten emprender semejante negocio inmobiliario.

En cualquier caso, yo, por si las moscas, no pienso pujar ni por el mineral ni por ser terrateniente en nuestro satélite, aunque sí me asalta la duda de cómo pudo llegar el meteorito hasta el trastero del profesor. ¿Nadie lo echó en falta durante décadas? ¿Semejante joya, testigo privilegiado de la formación de nuestro sistema solar, pasó desapercibida hasta que alguien la sacó a subasta en la red?

Sea como fuere, lo que no acabo de ver es cómo funciona esto de las posesiones espaciales. En el asunto del meteorito dicen que un vecino lo recogió en su finca, se lo dio al alcalde y éste se lo entregó a la Guardia Civil, y que de ahí pasó por diferentes manos y mandos hasta terminar en un museo. ¿Que cómo llegó después al desván del profesor? Bueno, pues esa es una pregunta que no parece tener difícil respuesta.

De todas formas, si alguno de ustedes ve llover algo que no sea agua, primero póngase a cubierto y después evite recogerlo, a no ser que quiera entregarlo a Patrimonio Nacional, claro está. Mi consejo es que no se meta en líos: ignórelo. Como mucho, dele una patadita para que nadie tropiece y luego siga caminando, que 4.500 millones de años son muchos años para una piedra. Y con la importancia que se le está dando a lo vintage, la broma de acaparar un pedazo de historia -mucho más si es historia universal- puede convertirse en un problema de dimensiones siderales. Quién se lo iba a decir al hombre de la mudanza. Ya me lo imagino, asegurando que nunca más volverá a plantearse aquello de: “menos da una piedra”.

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